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El camino de la Obra. Entrevista publicada en

Texto íntegro de la entrevista concedida a Michele Brambilla, periodista del "Corriere della Sera". Publicada en la revista "Tracce", febrero de 1997.

El camino de la Obra. Entrevista publicada en "Tracce", II-1997.

Por Michele Brambilla, periodista del Corriere della Sera.

En la introducción de la entrevista, el autor recuerda que en septiembre del año pasado, la revista americana Inside the Vatican elaboró una lista de las realidades eclesiales más atacadas porque se las consideraba "demasiado activas". Entre ellas figuraba el Opus Dei. Este es el motivo que le ha llevado a dirigir las siguientes preguntas a Mons. Javier Echevarría:

Padre, ¿por qué tantas acusaciones a la Obra? Asociación secreta, potentísima y riquísima, con marcada orientación conservadora...

Para cualquiera que entre en un Centro de la Prelatura o simplemente que conozca a unas personas de la Obra en circunstancias ordinarias, lo que salta a la vista es algo bien distinto. Una realidad normal, transparente. Por eso no nos preocupamos: la verdad de las cosas se acaba abriendo paso siempre, por encima de las habladurías.

El Opus Dei es un fenómeno religioso, y sin embargo los medios lo analizan con categorías políticas, sociológicas y económicas. ¿Por qué?

Quizá sea porque, por desgracia, algunos dan poca importancia a otras categorías. Cuando se excluye el aspecto trascendente de la vida, la visión de conjunto sale malparada. Si miramos a las cumbres de una cordillera sin tener en cuenta las laderas de las montañas, no entenderemos ni los vientos, ni el clima ni el paisaje.

Es cierto que somos una realidad de la Iglesia, pero inmersos en el mundo, al que amamos apasionadamente. Por eso no nos limitamos a lamentarnos porque alguno no entienda que se puede trabajar en el mundo para llevarlo a Dios. Más bien procuramos que, antes o después, comprenda que ése es el mejor camino para valorar la realidad del mundo, y para ser felices.

¿Y cómo se explican esas habladurías, provenientes incluso de "ciertos buenos católicos", como —si no me equivoco— las calificaba Monseñor Escrivá?

Como he visto hacer al Beato Josemaría, no me detengo ante las habladurías. Yo percibo en la Iglesia mucho afecto y mucho interés hacia nosotros. Esa frase de nuestro fundador —que la tomó de Santa Teresa— se refiere a algunas etapas de nuestra historia, en las que el Señor permitió que algunos se opusieran —y hay quien continúa oponiéndose— pensando que prestaban un servicio a Dios. Pero defiendo el derecho de quienes no nos entienden: les respeto y les quiero. El Beato Josemaría decía que habría dado gustoso su vida por defender la libertad de quien pensaba lo contrario que él. Sin embargo, les pido a esas personas que, al menos, nos respeten.

Cuando falleció el Beato Josemaría Escrivá, el Opus Dei contaba con sesenta mil miembros. Ahora son ochenta mil, de ochenta países, y en estos veinte años se han ordenado sacerdotes algunos centenares de miembros. En la Iglesia de hoy, este "trend" —como suele decirse— es uno de los pocos ascendentes.

Permítame ejercitar el derecho, del que acabamos de hablar, de no estar de acuerdo. En la Iglesia abundan instituciones llenas de vitalidad. Además, no se puede dividir de ese modo el cuerpo unido de la Iglesia: no existe una Iglesia de primera división y otra de segunda. Es la Iglesia entera —la barca de Pedro— la que navega unida bajo la guía de los Pastores.

¿Cómo se acercan las personas al Opus Dei?

De un modo natural, con la amistad real que nace entre las personas. Todo sucede con normalidad: cuando alguien conoce a un fiel de la Prelatura nota que tiene defectos, como cualquier otro, pero también que se esfuerza por vencerlos, y que procura ser un buen trabajador, un padre o una madre ejemplar, un amigo leal. Con el tiempo, tiene la intimidad suficiente para saber que ese amigo se dirige a Dios como un hijo a su Padre, y que ése es el sentido de su vida. Y nacen los primeros interrogantes sobre el sentido de la propia vida...

Después viene el descubrimiento de la posibilidad de hacerse del Opus Dei. Como siempre ha sucedido en la Iglesia, constituye un paso muy íntimo: afecta a la orientación de la propia vida, que se decide cara a cara con Dios. Es la pregunta esencial. En la vida de muchos hombres y mujeres, cuando se descubre a Cristo que pasa en la vida de los demás, y en la propia, es como si saliera el sol. Ilumina, da calor, y ya no se pone jamás.

Subrayan a menudo que el Opus Dei no es un movimiento, sino "una espiritualidad para los laicos". ¿Cuál es la diferencia?

El Opus Dei es una Prelatura personal, es decir, una institución jerárquica de la Iglesia universal, formada por sacerdotes y laicos bajo la dirección del Prelado, que se ocupa de esta porción del pueblo de Dios. Su finalidad pastoral es recordar a multitud de cristianos que Dios les busca en su propio lugar en el mundo, en su propia situación, y que allí es donde deben intentar vivir heroicamente las virtudes cristianas. Los fieles del Opus Dei son católicos corrientes y ciudadanos corrientes. Ser un fiel de la Prelatura no modifica en modo alguno su estado en la Iglesia y en la sociedad. Las personas del Opus Dei no forman un grupo ni actúan como grupo. Reciben la formación cristiana y luego la difunden, desperdigados por el mundo.

Dicen que hay que santificar el trabajo de cada día. Lo entiendo para un médico, un escritor o un profesor. Pero el Beato Escrivá hablaba de "Juan el lechero", que todas las mañanas, antes de entregar las cántaras de leche, entraba en la iglesia y decía: "Señor, te ofrezco el trabajo de hoy". ¿Cómo se "santifica" el trabajo de un repartidor de leche? ¿O de un obrero que aprieta tornillos en una cadena de montaje, o de un mecánico?

¿Y cómo se trabaja como carpintero durante años siendo el Hijo de Dios, el Redentor? Jesús lo hizo, y lo hizo muy bien: es una de las cosas que el Evangelio testimonia con claridad. Me conmueve pensar en un Dios "que durante años ha estado apretando tornillos", como Vd. dice. Bajo esta luz, el Beato Josemaría predicaba que delante de Dios no hay trabajos importantes y trabajos insignificantes: la categoría divina de un trabajo no se mide con valoraciones puramente humanas. Su valor depende del amor que pongamos: tendrá un valor eterno si lo vivimos como hijos de Dios. Hablando en términos humanos, si los tornillos no están bien apretados, toda la estructura se derrumba.

¿Los miembros del Opus Dei tienen en deber de destacar en el trabajo, de ser los mejores? ¿Es necesario triunfar para ser santos?

Sucede más bien lo contrario: hacerse santos es el único triunfo que importa de veras para la vida eterna. Y como esto equivale a identificarse cada día más con Cristo —a pesar de las debilidades de cada uno, siempre que se procure combatirlas—, se descubre la gran responsabilidad que tenemos ante el mundo: nos importa seriamente lo que sucede a nuestro alrededor, y deseamos contribuir, en la medida de lo posible, a mejorarlo. La perfección humana es una componente importante del trabajo cristiano. Pero eso no significa ni perfeccionismo ni búsqueda del éxito por el éxito. Significa trabajar bien, ser generosos, ponerse de verdad al servicio de los demás. El éxito no es la cima de las aspiraciones personales: lo que da valor a la propia vida es algo muy distinto.

Algunos miembros del Opus Dei han resultado implicados en los escándalos de la "tangentópolis". ¿Se ha tomado alguna medida? ¿Cómo explican este hecho, que habrá sorprendido también a algunos miembros?

No creo que exista persona alguna que pueda permitirse juzgar un pasado tan reciente y tan complejo, que trasciende las culpas personales hasta resonar como una acusación hacia todo un sistema social. La verdad se pondrá al descubierto con calma y con el tiempo. Y a nadie le está permitido juzgar las conciencias.

Estoy persuadido de la buena fe de cada uno de los fieles de la Prelatura, porque no se puede vivir en el Opus Dei sin un sincero deseo de santidad y de justicia. Admitido pero no concedido que esas implicaciones, como las llama Vd., sean fundadas, tenemos el deber de ayudar a que todos los comportamientos personales estén orientados al juicio de Dios. Para quien procura santificar el trabajo, la ética profesional es totalmente necesaria.

Don Giussani dijo en una ocasión a Vittorio Messori —que luego lo contó en un libro—, que "los de Comunión y Liberación son como guerrilleros dispersos que tiran piedras, mientras que los de la Obra son como los panzer, que avanzan acorazados, aunque lleven las orugas cubiertas de goma: no se oyen, pero ahí están, y cada vez nos daremos más cuenta".

Recuerdo con afecto a don Giussani y su amistad, en particular con mi predecesor. Ruego a Dios que, por encima de las bromas, el peso de los cristianos se note da vez más en todos los ambientes. En este sentido, pienso que todos los católicos tienen mucho que aprender del afán apostólico de don Giussani y de las personas de Comunión y Liberación.

Un hecho contradictorio. Ustedes dicen que el Opus Dei, al dar tanta importancia al papel de los laicos en la Iglesia, ha anticipado el Concilio Vaticano II. Por consiguiente, sería —usando una expresión poco feliz— "vanguardista". Por el contrario, los que se consideran la verdadera vanguardia del mundo católico les acusan de tradicionalistas, por no decir demasiado conservadores e incluso oscurantistas. ¿Quién tiene razón?

Nosotros no decimos que hayamos anticipado el Concilio. Reconocemos que el Señor —y es una realidad querida por Dios— inspiró el Opus Dei al Beato Josemaría, y que el Concilio enseñó con fuerza la doctrina de la importancia de los laicos en la vida de la Iglesia. Nadie puede presumir de tener el copyright de los designios de Dios. Hace cincuenta años, el Beato Josemaría era considerado un hereje por algunos, que pensaban que era demasiado progresista. Hoy, para otros, somos reaccionarios. Como le dije antes, los juicios de ese estilo sólo muestran que hay que conocer la historia, y la historia de la Iglesia, desde la perspectiva adecuada. La Iglesia no avanza en función de las tensiones entre progresistas y reaccionarios: procede por tradición, por adhesión a un mensaje divino dado en un momento concreto y válido para siempre, que ha de aplicarse de modo vivo, profundizando en él cada vez más.

¿Cómo es su relación con Juan Pablo II?

Filial, afectuosa, confiada. He estado con él para confirmar una vez más la plena adhesión del Opus Dei al Magisterio del Papa y a su guía, como Pastor de toda la Iglesia, como sucesor de San Pedro, el vicario de Cristo.

Vd. ha vivido durante veinte años junto a Josemaría Escrivá de Balaguer. ¿Qué tipo de persona era?

Un sacerdote de Dios, un hombre de gran categoría, un padre cariñoso y un santo muy humilde y muy alegre. El resultado de esas dotes era que junto a él se estaba realmente bien. Contagiaba la alegría de ser cristiano. Entre lo mucho que le debo destaca el ejemplo práctico que me dio: fue su ejemplo, antes aún que sus palabras, lo que me enseñó cómo se puede encontrar a Dios en los asuntos de cada día. He tenido la enorme suerte de haber conocido de cerca a un gigante del espíritu como el fundador del Opus Dei. Una fortuna que me llena de responsabilidad.

Cuenta Vittorio Messori, en su libro "Opus Dei Una investigación", que cuando entró en la sede central se quedó impresionado por la solidez de la construcción, por los suelos de mármol, las columnas..., y el joven que le acompañaba le explicó: "es para ahorrar. Todo esto debe durar siglos". ¿Cree de veras que en el futuro de la Iglesia estará siempre el Opus Dei?

Sí. Lo creemos, porque cuando Dios se empeña es más fiel que los hombres, más fuerte que nuestras debilidades. Será lo que Dios quiera. Tenemos la certeza de que el Señor no abandona al hombre si el hombre no lo abandona a Él.

Romana, n. 24, Enero-Junio 1997, p. 95-99.

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