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Tres encuentros para el Jubileo

La indicación de un camino. Y no de uno cualquiera: el camino de la felicidad. Describir de esta manera el sentido del Jubileo puede parecer quizá demasiado informal, pero es correcto. Porque sólo el encuentro con Cristo puede satisfacer la aspiración más alta del corazón humano: el deseo de felicidad, el deseo de ser amado y de amar con todo nuestro ser. Para el cristiano es ésta una certeza, no sólo una vaga posibilidad o un experimento, al que acude con un simple: “probemos”. El cristiano no puede olvidar la promesa recibida de Dios: Pedid y se os dará, para que vuestro gozo sea completo[1].

El camino recorrido por Cristo tiene que pasar necesariamente por un lugar: el Calvario. Angosta es la vía[2], arduo el camino. La alegría cristiana «tiene las raíces en forma de Cruz»[3]. Pero «encontrar la Cruz es encontrar a Cristo»[4]: es salvarse. El Jubileo se nos presenta, por tanto, como promesa de felicidad, pero al precio de un esfuerzo que no admite retrasos.

En este contexto se enmarcan los tres encuentros de mayor relieve anunciados en los últimos meses por el Santo Padre dentro del programa del Jubileo: con los jóvenes, con las familias y con profesores universitarios. Tres sectores siempre en primer plano en la actividad pastoral de Juan Pablo II. Su inserción en las celebraciones jubilares tiene una lectura unívoca: son encuentros de conversión.

El 24 de agosto, el Papa convocó en Roma para el verano del 2000 a los jóvenes llegados a París para la Jornada Mundial de la Juventud. En esa ocasión recordó que la búsqueda de Dios es la «ley interior» de la existencia humana. Muchos la rechazan, porque intuyen que lleva a la Cruz; pero a los jóvenes se les puede y se les debe pedir el coraje de seguir a Cristo venciendo el miedo a renunciar a sí mismos: el coraje de aceptar, con todas sus consecuencias, que el culmen de la sabiduría está en el Crucificado. El Papa ha indicado a los jóvenes un horizonte de «infinita generosidad», de esa generosidad de la que Jesús ha dado ejemplo entregándose para la salvación de todos[5].

Una de las expresiones del Concilio que aparece con mayor frecuencia en los escritos y discursos del Santo Padre dice: «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo»[6]. El encuentro jubilar con los jóvenes se adivina ya como la confirmación viva de esta verdad antropológica, que es simultáneamente punto de partida y de llegada en la trayectoria existencial de quien quiere ser cristiano. En el magisterio de Juan Pablo II, la dimensión del don de sí constituye «el perfil maduro de toda vocación humana y cristiana»[7]. Pero su descubrimiento es una tarea comprometida[8]. Asumirla significa pronunciar muchos no (a proyectos de vida que buscan la autorrealización como primer objetivo) y un sí fundamental a Dios que llama: asumir esa tarea conlleva, en definitiva, una verdadera conversión. Sólo bajo estas condiciones son los jóvenes la esperanza de la Iglesia.

La reunión con las familias fue anunciada el 5 de octubre de 1997 en Río de Janeiro, al término de la Santa Misa que clausuró el Segundo Encuentro Mundial con las Familias. El Santo Padre ha dado siempre a la familia una notoria prioridad en su propia labor pastoral, hasta el punto de definirla como «vía de la Iglesia»[9]. Porque si la necesidad de verdad y amor representa la «dimensión constitutiva de la vida de la persona»[10], es en la familia donde el hombre se abre al conocimiento de Dios y a la comunión interpersonal. Radica ahí, por tanto, la base de la construcción de una verdadera civilización del amor[11].

Muy amplio es el magisterio pontificio sobre el tema como para pretender aquí ni siquiera enumerar sus puntos principales. Nos limitaremos a recoger una frase de la homilía del Papa en Río de Janeiro, en la que reafirmó con fuerza que la vida familiar es camino de santidad: «Dios desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, porque una sin la otra no pueden existir»[12]. Y en este contexto volvió al punto central que ya había aparecido en el anuncio del Jubileo de la Juventud: el don de sí como premisa y consecuencia del amor verdadero, garantía de fidelidad.

Finalmente, el 16 de diciembre, en la Misa para los universitarios de Roma celebrada en la basílica de San Pedro, Juan Pablo II dio a conocer que durante la celebración del año jubilar también tendrá lugar en Roma un Encuentro Mundial de Profesores Universitarios. Ya en ocasiones anteriores había diagnosticado la crisis de nuestra época como una «crisis de la verdad»[13], y había señalado la estrecha dependencia que existe entre la verdad sobre el hombre y la verdad de Dios. «El saber de la fe ilumina la búsqueda del hombre, la hace plenamente humana»[14], ha repetido también a los estudiantes y profesores de las universidades romanas, subrayando que sólo la luz de esta sabiduría verdadera, empapada de amor por el bien, puede guiar un auténtico progreso.

Es preciso reflexionar sobre lo que el Papa indica como signo decisivo para reconocer el progreso: la capacidad del mundo de llegar a ser verdaderamente «el campo de una genuina fraternidad»[15]. Es tanto como decir que el afianzamiento de vínculos de solidariedad real entre los hombres y las naciones tiene lugar sobre todo en la cultura y, en concreto, en su capacidad de reconocer la verdad primera sobre el hombre.

Tres encuentros que convergen en una misma meta. Encuentro con la generosidad, a la que el Papa llama a los jóvenes. Encuentro con la fidelidad del amor, presentada como compromiso para las familias. Encuentro, finalmente, con la verdad, robusteciendo los vínculos que transforman a los individuos en hermanos. En cada uno de ellos resuena la llamada a darse y, con ella, la promesa de que sirviendo a Dios y a los demás la felicidad se convierte en experiencia cotidiana.

[1] Jn 16, 24.

[2] Cfr. Mt 7, 13-14.

[3] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 28.

[4] Ibid., n. 779.

[5] Cfr. Mt 20, 28. Sobre las palabras del Papa, cfr. “L’Osservatore Romano”, 25-VIII-1997.

[6] CONCILIO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, n. 24

[7] JUAN PABLO II, A los jóvenes y las jóvenes del mundo, Carta apostólica con ocasión del Año Internacional de la Juventud, 31-III-1985, n. 8.

[8] Cfr. ibid., n. 9.

[9] JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II-1994, n. 2.

[10] Ibid., n. 8.

[11] Cfr. ibid., n. 13.

[12] “L’Osservatore Romano”, 6-X-1997.

[13] Cfr. Litt. enc. Veritatis splendor, 6-VIII-1993, passim.

[14] “L’Osservatore Romano”, 18-XII-1997.

[15] Ibid.

Romana, n. 25, Julio-Diciembre 1997, p. 192-194.

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