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Nuevos Doctores honoris causa en la Universidad de Navarra

«Me ha parecido emocionante que en la ceremonia de los Doctores honoris causa hubiera tres personas tan diferentes: un economista hebreo, un farmacólogo calvinista y el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe». Estas palabras fueron pronunciadas por el Cardenal Joseph Ratzinger en Pamplona, tras el acto en el que fue investido en la Universidad de Navarra como Doctor Honoris Causa, junto con los Profesores Douwe Breimer y Julian Simon. «Esto —explicaba el cardenal— es resultado de un espíritu de apertura que, más allá de las confesiones religiosas, encuentra algo común en ese empeño por buscar la Verdad y el bien de la persona».

Era el sábado 31 de enero, y la Universidad de Navarra se disponía a otorgar su máximo reconocimiento académico a tres personas que se diferenciaban no sólo por su religión, sino también por su nacionalidad y su ámbito de estudios. Mons. Javier Echevarría, Obispo Prelado del Opus Dei y Gran Canciller de la Universidad, destacó la categoría intelectual y personal de los nuevos doctores, definiéndolos como «cimas eminentes de tres saberes distintos (Farmacia, Teología y Economía) que, en cierto modo, representan el conjunto de la amplia gama de los conocimientos humanos».

«Al contemplaros hoy reunidos en esta sala -—proseguía el Gran Canciller en su discurso—, vemos reflejada una aspiración que nos es muy querida en esta Universidad de Navarra: la armonía de las ciencias, que —cuando se cultivan con pasión y honradez, con amor a la verdad y competencia profesional— conducen necesariamente a Dios».

Ambiente festivo

La ceremonia se inició a las once de la mañana, con el desfile por los pasillos del Edificio Central de un cortejo de más de 300 doctores de la Universidad, con el colorido característico de las vestes académicas de las distintas Facultades. Cerraba la comitiva la junta de gobierno, con el Gran Canciller y las numerosas autoridades invitadas al acto. Mientras el cortejo desfilaba, el coro, dirigido por José Luis Ochoa de Olza, interpretaba piezas de Händel, Vivaldi, Bach e Iribarren. El acto fue seguido en directo por unas 2.500 personas: más de 400 esperaban en el Aula Magna, y el resto se congregaban alrededor de las pantallas instaladas en distintos lugares de la Universidad.

Entre las autoridades presentes, se encontraban los cardenales Ángel Suquía y Antonio María Rouco, los arzobispos de Pamplona, Toledo y Granada, el obispo de Alcalá, el Presidente del Gobierno Foral de Navarra, Miguel Sanz, el alcalde de Pamplona, Javier Chourraut, y el Rector de la Universidad Pública de Navarra, Antonio Pérez.

De acuerdo con el orden de antigüedad de las Facultades representadas, el profesor Douwe Breimer fue el primero en recibir el grado de doctor honoris causa, después de que el profesor Antonio Monge resumiera, en un breve discurso, sus aportaciones a la Farmacología mundialmente reconocidas.

El profesor Pedro Rodríguez presentó al Cardenal Ratzinger, remarcando su «alta significación en la teología contemporánea», así como la importancia de su obra «a la hora de comprender la posición del cristiano en la historia y las relaciones entre la Iglesia y el mundo».

El tercero en recibir el birrete doctoral fue el profesor Julian Simon, primer Doctor Honoris causa de la joven Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. El profesor Luis Ravina le definió como «un hombre comprometido con la verdad y, por tanto, dotado de la libertad de ir contracorriente, de arremeter contra los mitos ideológicos e ideologizantes». Efectivamente, el profesor Simon, crítico de las tesis neomalthusianas que desde hace treinta años han sembrado alarma sobre los peligros de la superpoblación, explicó durante su intervención que el problema no es el exceso de población sino la falta de libertad: «Si la población no hubiera crecido más allá de los cuatro millones de personas que poblaban la tierra hace diez mil años, probablemente no tendríamos ni luz eléctrica, ni calefacción de gas, ni automóviles, ni penicilina, ni habríamos viajado a la luna». En otro momento de su discurso afirmó que «la población es la garantía no sólo para la economía, sino también para el avance científico».

En el transcurso del acto de investidura, el Gran Canciller entregó a cada uno de los nuevos doctores, además del birrete de las respectivas facultades (morado el de Farmacia, blanco el de Teología y naranja el de Económicas), los otros símbolos de su incorporación al claustro universitario: un anillo con el escudo de la Universidad de Navarra grabado en ágata; un libro, como símbolo de la Sabiduría —en este caso, El Pentateuco, recientemente editado por la Facultad de Teología—; y el título-diploma de doctor honoris causa.

Revolución lenta pero profunda

El acto se cerró con el discurso de Mons. Javier Echevarría, que alabó las cualidades personales y profesionales de los recién investidos.

También glosó el papel que la universidad juega en nuestros días: «Afirmar que la Universidad está para servir a la verdad, supone optar por una revolución que puede parecer lenta, pero que es, en definitiva, la única eficaz y profunda».[1]

La ceremonia finalizó con el tradicional desfile de salida, en el que se sumaban tres birretes más a la comitiva. En medio de los aplausos los doctores dejaron el Aula Magna y caminaron de nuevo por los pasillos del Edificio Central, mientras el coro universitario cantaba el Gaudeamus igitur.

[1] El discurso se recoge en la sección Del Prelado, p. 84.

Romana, n. 26, Enero-Junio 1998, p. 115-117.

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