envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

«Veinte años de pontificado de Juan Pablo II han cambiado la historia del mundo»artículo publicado en “Il Tempo”, Roma (15-X-1998)

Entre otros recuerdos de Juan Pablo II, uno en particular acude con frecuencia a mi memoria. Me contaron que el Papa, al término de una larga jornada de trabajo, recibió un día en su apartamento privado a una persona. Era visible el cansancio de Juan Pablo II, que se acercaba con caminar lento. Esa persona, después de saludar y besar la mano al Santo Padre, le comentó filialmente: “Santidad, está usted muy cansado...”. Juan Pablo II contestó: “A esta hora no tengo derecho a no estar cansado. Si no estuviera cansado, sería señal de que no he cumplido con mi deber”.

Me gusta regresar a aquellas palabras, para profundizar en su significado. Pienso que muestran cómo se ve el Papa a sí mismo. Para él, la responsabilidad que Dios le ha encomendado está por encima de cualquier otra consideración. Su salud y su tiempo, su misión y su vida pertenecen a Dios y, por Dios, a los demás.

Con una curiosidad que nace del cariño y de la fe, algunas personas han preguntado al Papa: ¿Cómo es su oración personal? ¿Qué le dice a Dios, en la intimidad de su corazón? Juan Pablo II respondió en una ocasión del siguiente modo: “La oración del Papa tiene una dimensión especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada día al Pontífice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón. Queda perfilada así una especie de geografía de la oración del Papa. Es la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo contemporáneo” (Cruzando el umbral de la esperanza, p. 44).

Peregrinar con la oración. Rezar por los hombres y por sus problemas. “Viajes” que Juan Pablo II realiza con el “pensamiento y con el corazón”, para cumplir su misión de Pontífice, de puente entre Dios y los hombres. Así es la oración del Papa, y así se explica que quienes oyen su palabra adviertan que su voz no es la enésima de ese clamor público que a veces nos aturde. No resulta difícil percatarse de que el Santo Padre habla con autoridad: con una autoridad que procede precisamente de Jesús, de la Palabra con mayúscula, de ese Evangelio que no pasará aunque pasen el cielo y la tierra (cfr. Mt 5, 18). Porque la Iglesia entera anuncia a Jesucristo.

Junto al Papa, millones de hombres se sienten unidos por los vínculos de la fe, que están por encima de cualquier otro vínculo de historia y cultura. Junto al Papa, se toca el misterio de la Iglesia como familia de Dios y de cada hombre y mujer como hijos de Dios. No mienten esas imágenes de muchedumbres, a las que Juan Pablo II nos ha acostumbrado en estos veinte años: ningún líder ha reunido nunca semejantes multitudes. Y para explicar el fenómeno no bastan la sociología o la teoría de la comunicación.

Detrás de las palabras y de los gestos del Papa, detrás del afecto unánime —espontáneo y a la vez profundo— que suscita en todo el mundo, detrás de la esperanza que transmite a los hombres de hoy, hay un designio de Dios valientemente asumido y una historia que remite a Jesucristo.

Juan Pablo II, el día del aniversario de su elección, recorrerá una vez más el mundo con su oración. Con toda seguridad rezará por nosotros y por nuestros problemas. En esa jornada, los católicos, y otros muchos hombres de buena voluntad, le recordarán también en su oración, pedirán a Dios para el Santo Padre la alegría y la paz. Y sentirán el deseo de agradecer la generosidad con la que ha ejercido en estos veinte años el sumo pontificado.

Romana, n. 27, Julio-Diciembre 1998, p. 281-282.

Enviar a un amigo