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En la ordenación sacerdotal de diáconos de la Prelatura, en la Basílica de San Miguel, en Madrid (6-IX-1999 )

Queridos hermanos y hermanas.

1. En cada ordenación sacerdotal se cumplen estas palabras del profeta Jeremías: os daré pastores según mi corazón, que os alimenten con ciencia y doctrina[1].

En su amor fiel y misericordioso, Dios Padre provee constantemente a la Iglesia de hombres que, con el sacerdocio ministerial, hagan presente a Cristo, el Pastor supremo, en medio de los fieles. La doctrina cristiana enseña, en efecto, que «los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, cabeza y pastor; proclaman con autoridad su palabra; repiten sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, sobre todo con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercitan su amorosa solicitud por la grey, hasta la entrega completa de sí mismos, y congregan en la unidad a esa misma grey, conduciéndola al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. En una palabra, los presbíteros existen y actúan con el fin de anunciar el Evangelio y de edificar la Iglesia, en el nombre y en la persona de Cristo, cabeza y pastor»[2].

Hoy de nuevo se realiza ante nosotros esa promesa del Señor. Mediante la imposición de las manos por parte del Obispo y la plegaria consagratoria, estos hermanos nuestros diáconos serán configurados con Jesucristo, Sumo Sacerdote, y podrán decir con Él lo que hemos escuchado en la primera lectura: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido[3]. Gracias al ministerio de los presbíteros, el pueblo cristiano puede cantar confiado: el Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo (...). Tu vida y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término[4].

Agradezcamos a nuestro Padre Dios los cuidados que dispensa a la Iglesia, renovando ahora el propósito de tratarle más en la oración personal y de acercarnos con frecuencia a esas fuentes tranquilas de la vida cristiana: los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, en los que Jesucristo su Hijo, por medio de los sacerdotes, ejercita preferentemente su oficio de Buen Pastor.

2. Me dirijo ahora especialmente a vosotros, que vais a recibir la ordenación sacerdotal. Hijos míos, tened siempre presente que, para ser buenos y eficaces instrumentos en manos del Señor, es preciso que os identifiquéis más y más con Él. El sacramento imprimirá en vuestras almas un signo espiritual indeleble, el carácter, que os configurará con Jesucristo en cuanto Cabeza y Pastor, y os conferirá un "poder espiritual", que es participación de la autoridad con la que Cristo mismo, mediante su Espíritu, edifica y gobierna a la Iglesia[5]. ¡Qué claro resulta lo que enseñaba el Beato Josemaría!: «ésta es la identidad del sacerdote: instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado»[6]. A vosotros os compete, ayudados por las oraciones de todos, que esa identificación sacramental se refleje cada día más y mejor en toda vuestra existencia, para ser ante los fieles una imagen —lo más perfecta posible— del Buen Pastor.

El motor de este largo proceso, que durará lo que vuestra vida, es la caridad pastoral, que es «don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, tarea y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero»[7]. «La caridad pastoral —explica el Papa Juan Pablo II hablando del sacerdocio ministerial— es aquélla virtud con la que imitamos a Cristo en su entrega y en su servicio. No es sólo lo que hacemos, sino el don de nosotros mismos que manifiesta el amor de Cristo por su grey. La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de relacionarnos con la gente»[8]. Así el sacerdote se convierte —como afirmaba el Fundador del Opus Dei— en «el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo»[9].

Tenemos en el Beato Josemaría un ejemplo accesible y cercano para progresar en nuestra identificación con Cristo. No se avergonzaba de reconocer —incluso delante de muchas personas— que era un enamorado perenne porque su Amor no envejecía. Por la fuerza de la caridad pastoral, en efecto, el sacerdote vive de Cristo y para Cristo; vive, por tanto, para la Iglesia y para las almas. Por eso añadía nuestro Padre: «es una realidad divina que me conmueve hasta las entrañas, cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el Cáliz y la Sagrada Hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del canon: per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso... Por Él, con Él, en Él, para Él y para las almas vivo yo. De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva»[10].

Meditemos, al hilo de sus palabras, si también nosotros —cada uno según su peculiar situación en el mundo y en la Iglesia— procuramos vivir de Cristo y para Cristo, si centramos nuestra existencia en el Sacramento del Altar, si nos gastamos en servicio de nuestros hermanos los hombres, tratando de acercarlos a Dios.

3. ¿Qué características tiene la caridad pastoral? Volvamos los ojos a Jesús, buen pastor que da la vida por sus ovejas[11]. De Él hemos de aprender a desvivirnos por los demás cristianos y por todas las almas.

El pastor, en primer lugar, reúne al rebaño que se le ha confiado. «El sacerdote tiene la misión de congregar a los cristianos, no sólo para la Eucaristía o para las oraciones que él preside, sino velando constantemente sobre su unidad»[12]. En esta porción de la Iglesia que es la Prelatura del Opus Dei, para cuyo servicio inmediato os ordenáis, habéis de ser celosos servidores de la unidad. El Beato Josemaría afirmaba que el afán de ser artífices de unidad —en la Iglesia y en la sociedad civil— ha de distinguir a los discípulos de Cristo. Y en el Opus Dei —añadía— ha de ser, para todos sus fieles, una «pasión dominante».

Como Cristo, el buen pastor camina a la cabeza de la grey; es decir, «ha de indicar claramente el camino, testimoniar con su palabra y con sus acciones en qué consiste la fe o la vida cristiana, sin temor»[13]. Debéis ser los primeros en recorrer incansablemente la senda de la vocación cristiana, siendo ejemplo y aliento para los demás. Tened siempre presente la enseñanza de nuestro Padre, cuando hacía notar que «existen dos clases de pastores. El pastor que se queda detrás de las ovejas, y las conduce azuzando los perros, tirando piedras a las que se desvían, gritando a las que se quedan rezagadas. Y existe el pastor que va delante, abriendo camino y vadeando obstáculos, animando al rebaño con sus silbos»[14]. Ésta es la tarea, amable pero exigente, que os confía el Señor: ir por delante en la entrega y en el sacrificio.

Finalmente, el pastor se preocupa de cada una de las ovejas, y manifiesta especiales cuidados con las que más lo necesitan, sin desanimarse por las dificultades o rendirse ante la fatiga. Meditad estas palabras del Beato Josemaría: «los sacerdotes no tenemos derechos: a mí me gusta sentirme servidor de todos, y me enorgullece ese título. Tenemos deberes exclusivamente, y en esto está nuestro gozo: el deber de enseñar el catecismo a los niños y a los adultos, el deber de administrar los sacramentos, el de visitar a los enfermos y a los sanos; el deber de llevar a Cristo a los ricos y a los pobres, el de no dejar abandonado al Santísimo Sacramento, a Cristo realmente presente en el Sagrario, bajo la apariencia de pan; el deber de buen pastor de las almas, que cura a la oveja enferma y busca a la que se descarría, sin echar en cuenta las horas que se tenga que pasar en el confesonario»[15].

4. ¡Cuántas gracias hemos de dar a nuestro Padre Dios por su providencia, y concretamente por el cuidado que manifiesta al proveer a la Iglesia de pastores según su Corazón! Sin sacerdotes, la Iglesia no podría subsistir: sobre todo, porque no podría renovar incruentamente el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que en la Cruz se ofreció por el mundo entero, ni sería capaz de devolver en el sacramento de la Penitencia la vida sobrenatural a las almas muertas por el pecado.

Fortalezcamos nuestra seguridad de que nunca faltarán en la Iglesia los ministros de Cristo: Dios no puede abandonar a la amada Esposa de su Hijo. Pero es indudable que se necesitan muchos más sacerdotes, porque —como el Señor mismo explicó— la mies es mucha y los obreros pocos[16]. ¿Y qué mejor momento que una ordenación sacerdotal para intensificar esta plegaria? Recemos todos los días para que se manifieste con más abundancia la misericordia divina. Como señala el Papa, «la Iglesia no puede nunca dejar de impetrar del dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cfr. Mt 9, 38), de dirigir una propuesta vocacional límpida y valiente a las nuevas generaciones, de ayudarlas a discernir la verdad de la llamada de Dios y a corresponder con generosidad»[17].

Quiero expresar mi felicitación más calurosa a los parientes y amigos de los nuevos sacerdotes, al tiempo que os pido a todos que sigáis rezando por ellos. Encomendad especialmente al Santo Padre Juan Pablo II, al Cardenal Arzobispo de Madrid y a todos mis hermanos en el episcopado. Presentemos nuestras plegarias a Dios por manos de la Santísima Virgen, Madre de los cristianos y especialmente de los sacerdotes. Y recurramos a la intercesión del Beato Josemaría Escrivá, que tanto amó al sacerdocio y que tantas vocaciones sacerdotales promovió en servicio de la Iglesia y de las almas. Así sea.

[1] Jr 3, 15

[2] JUAN PABLO II, Exhort. apost. Pastores davo vobis, 25-III-1992, n. 15.

[3] Primera lectura (Is 61,1)

[4] Salmo Responsorial (Sal 23 [22], 1-6)

[5] Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Pastores davo vobis, n. 21

[6] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Homilia sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973

[7] JUAN PABLO II, Exhort. apost. Pastores davo vobis, n. 23

[8] JUAN PABLO II, Homilía en Seúl; cit. en Exhort. apost. Pastores dabo vobis, n. 23

[9] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, 10-IV-1969

[10] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, 10-IV-1969

[11] Jn 10, 11

[12] JUAN PABLO II, Homilía en una ordenación sacerdotal, 9-VIII-1985

[13] JUAN PABLO II, Homilía en una ordenación sacerdotal, 9-VIII-1985

[14] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, AGP (Archivo General de la Prelatura), P01, V-66, p.14

[15] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, 15-III-1969

[16] Mt 9, 37

[17] JUAN PABLO II, Exhort. apost. Pastores davo vobis, n. 2

Romana, n. 29, Julio-Diciembre 1999, p. 233-237.

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