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Homilía durante la Misa de la noche de Navidad, después de la apertura de la Puerta santa, en la Basílica de San Pedro (25-XII-1999)

1. Hodie natus est nobis Salvator mundi (Salmo resp.) Desde hace veinte siglos brota del corazón de la Iglesia este anuncio alegre. En esta Noche Santa el ángel lo repite a nosotros, hombres y mujeres del final de milenio: No temáis, pues os anuncio una gran alegría... Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador (Lc 2,10-11). Nos hemos preparado a acoger estas consoladoras palabras durante el tiempo de Adviento: en ellas se actualiza el "hoy" de nuestra redención. En esta hora, el "hoy" resuena con un tono singular: no es sólo el recuerdo del nacimiento del Redentor, es el comienzo del Gran Jubileo. Nos unimos, pues, espiritualmente a aquel momento singular de la historia en el cual Dios se hizo hombre, revistiéndose de nuestra carne.

Sí, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, engendrado eternamente por el Padre, tomó cuerpo de la Virgen y asumió nuestra naturaleza humana. Nació en el tiempo. Dios entró en la historia humana. El incomparable "hoy" eterno de Dios se ha hecho presencia en las vicisitudes cotidianas del hombre.

2. Hodie natus est nobis Salvator mundi (cfr. Lc 2,10-11). Nos postramos ante el Hijo de Dios. Nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una cueva, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentamos su misma admiración y su misma alegría.

Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el "hoy" que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado (Is 9,5), como leemos en el texto de Isaías.

Ante el Verbo encarnado ponemos las alegrías y temores, las lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres (Tt 2,11). Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

3. Esta noche, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él...tenga vida (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito! ¡Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, que viniste al mundo en la cueva de Belén! Después de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimiento humanos.

Ésta es la verdad que en esta noche la Iglesia quiere transmitir al tercer milenio. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

4. ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En el umbral del tercer milenio, la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere entrar en el tercer milenio. Tú eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros!

Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos!

Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, ¡sé para nosotros la Puerta!

¡Sé para nosotros la verdadera Puerta, simbolizada por aquélla que en esta Noche hemos abierto solemnemente!

Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!

Hodie natus est nobis Salvator mundi: ¡Cristo es nuestro único Salvador! Éste es el mensaje de Navidad de 1999: el "hoy" de esta Noche Santa da inicio al Gran Jubileo. María, aurora de los nuevos tiempos, quédate junto a nosotros, mientras con confianza recorremos los primeros pasos del Año Jubilar.

Amén.

Romana, n. 29, Julio-Diciembre 1999, p. 215-217.

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