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El sentido de un Centenario

Los Apóstoles habían intentado curar a un muchacho epiléptico, pero los resultados habían sido decepcionantes: lo que el Señor obraba fácilmente se había demostrado cosa imposible al ser emprendida por los discípulos. Finalmente llegó Jesús y expulsó al demonio, e inmediatamente el joven quedó curado.

«¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?», le preguntaron los discípulos poco después. «Por vuestra poca fe», respondió Jesús. «Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: “Trasládate de aquí allá”, y se trasladaría, y nada os sería imposible»[1].

El Beato Josemaría Escrivá glosaba esa frase de Jesús en un punto de Camino que tiene un final “abierto”, un final que cada lector debe componer personalmente con la medida de sus propios ideales de bien, de santidad, de apostolado: «”Si habueritis fidem, sicut granum sinapis!” —¡Si tuvierais fe tan grande como un granito de mostaza!...

»—¡Qué promesas encierra esa exclamación del Maestro!»[2].

También en ocasiones experimenta el hombre —como aquellos discípulos— que sus propósitos y sus acciones son ineficaces, hasta sentirse a veces inclinado a pensar que no es posible hacer nada para encarrilar positivamente la historia —ni siquiera la pequeña parte que a cada uno le toca vivir—, que todo está determinado por la ley insuperable de los condicionamientos naturales, sociales, económicos, políticos... ¿Qué representan, qué pueden los esfuerzos del individuo frente al paso firme, inconmovible, de los tiempos? ¿No es de ingenuos pretender encauzar de modo constructivo y responsable el futuro, por no decir ya el destino del mundo?

En realidad, el cristiano, si es consciente de «la libertad para la que Cristo nos ha liberado»[3], debería saber que tiene en sus manos las riendas de su propia vida y que, según elija, puede contribuir o no a modelar cristianamente su época, en cualquier lugar del mundo y en cualquier recodo de la historia en que se encuentre. La tentación del desaliento es típica del hombre de poca fe, y su fruto insípido y exiguo se llama mediocridad. La claudicación es síntoma de pusilanimidad y falta de amor, sobre todo en un cristiano: «De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes»[4], escribió también el Beato Josemaría. De la fe del discípulo de Cristo, de esa fe ni siquiera más grande que un grano de mostaza, depende que por medio de la acción del hombre, del ejercicio de su libertad creadora, la gracia divina obre milagros, mueva montañas, cambie el mundo.

El centenario del nacimiento del Beato Josemaría brinda un ejemplo heroico de esa fe operativa capaz de superar todo género de adversidades en el cumplimiento de la propia misión. Mil motivos podía haber aducido a lo largo de su vida para abandonar el ideal que Dios había puesto en su corazón. No se detuvo a examinarlos, siguió correspondiendo a la gracia divina, y por eso su figura es hoy ejemplo de una vida que ha contribuido a encauzar cristianamente el curso de la historia, una vida en la que se ha cumplido copiosamente la promesa del Señor: «Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca»[5].

«Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso»[6]. La elección de fe del cristiano —movido por la gracia— transfigura su propia vida, pero además se proyecta significativamente sobre el mundo que le rodea. El ya cercano centenario del nacimiento del Fundador del Opus Dei es una llamada a los fieles de la Prelatura, y también a tantas otras personas que encuentran en el ejemplo del Beato Josemaría una fuente de luz y un estímulo, a contemplar no sólo la determinación —docilidad al Espíritu Santo— con que condujo su vida personal por la senda de la unión con Dios, sino también el impacto que sus obras y sus enseñanzas han tenido y tienen en la sociedad.

Lo primero llevará a un renovado propósito de buscar personalmente la identificación con Cristo y el cumplimiento de la misión apostólica: de «buscar la santidad en medio del mundo, en mitad de la calle»[7], sin doblegarse a la lógica mundana desacorde con el Evangelio. Los frutos de la celebración del centenario deben ser, en primer lugar, decisiones personales de acercarse más a Dios, de reforzar la propia vida cristiana, de servir generosamente a los demás, de ayudarles a buscar a Cristo, a encontrar a Cristo, a tratar a Cristo, a amar a Cristo.

Lo segundo, la consideración de la incidencia del mensaje del Beato Josemaría, habrá de traducirse en un mayor esfuerzo de reflexión sobre la sustancia y sobre las variadísimas posibilidades de realización de esas enseñanzas en el momento presente. La riqueza de su legado espiritual —su predicación sobre la santificación de las realidades temporales— y de las iniciativas nacidas al calor de ese espíritu es realmente notable, y el centenario es una ocasión propicia para que quienes en mayor grado tienen la responsabilidad de continuar lo que el Beato Josemaría empezó, profundicen audazmente en toda esa maravilla de doctrina y de obras de servicio.

A la luz del carisma y del espíritu específico que recibió de Dios el Fundador del Opus Dei, «han madurado, con la gracia de Dios», afirmaba en 1993 Mons. Álvaro del Portillo, «innumerables frutos de vida cristiana en todos los ambientes sociales. Gracias al impulso de su predicación sobre la llamada universal a la santidad y al apostolado, ha tomado cuerpo una movilización, cada vez más vital y rica, de cristianos comprometidos en un seguimiento radical de Cristo en la vida cotidiana. Por todas partes han nacido y se han consolidado obras de carácter asistencial y educativo, proyectos de formación escolar, universitaria, profesional, social... En definitiva, la doctrina del Beato Josemaría se ha transformado en vida, en factor de inspiración para tantos cristianos corrientes, deseosos de glorificar a Dios y de servir a todos los hombres con el propio trabajo»[8].

Son esos “innumerables frutos” de la aventura humana y del mensaje proclamado por el Beato Josemaría, “hombre sediento de Dios y por eso gran apóstol”[9], los que invitan a la reflexión en el centenario de su nacimiento. En ellos se descubre una vez más la fuerza transformadora de la gracia; y también, para estímulo de nuestra esperanza, un ejemplo impresionante de la fecundidad que alcanza la vida de quienes escuchan la voz de Cristo: Duc in altum!, «mar adentro y echad vuestras redes para la pesca»[10].

[1] Cfr. Mt 17, 14-21.

[2] Camino, 585.

[3] Gal 5,1.

[4] Camino, 755

[5] Jn 15,16.

[6] Camino, 1.

[7] Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 62.

[8] MONS. ÁLVARO DEL PORTILLO, Discurso de conclusión del Simposio teológico de estudio en torno a las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá (Roma, 12-14 de octubre de 1993): en Santidad y mundo, EUNSA, Pamplona 1996, p. 278.

[9] JUAN PABLO II, Discurso 17-III-2001.

[10] Lc 5,4.

Romana, n. 32, Enero-Junio 2001, p. 8-10.

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