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En la Bendición de la escultura del Beato Josemaría Escrivá, en la Universidad de Navarra, España (30-VI-2001)

Queridísimos hermanos y hermanas:

Permitidme una pequeña digresión, porque ya desde esta mañana de una manera más actual me venía a la memoria la figura espléndida de mi predecesor, y repetidas veces comprendía que, si aquí tenía que estar alguno con derecho, era precisamente el queridísimo don Álvaro. Fue un hijo fiel, fue un hijo que supo seguir paso a paso a nuestro Padre.

Y después se me ha pasado por la cabeza una escena familiar, porque en el Opus Dei todo es familiar, no hay ningún protocolo, vivimos con una unión de primitiva cristiandad, no solamente entre nosotros, sino con las personas que con nosotros coinciden. Recuerdo que había una persona trabajando en Roma que dio una solución determinada para un asunto de gobierno, y el Beato Josemaría, entonces nuestro Padre, que sabía exigir, que sabía pedir, se dio cuenta que aquella solución sugerida no estaba de acuerdo con lo que convenía, y escribió en el papel: Fulanito (no digo el nombre para no decir el pecador, que está en el Cielo ya ¿eh?), en qué estás pensando, mejor dicho, dónde tienes la cabeza.

Yo, esta mañana, mientras recordaba que, efectivamente, aquí tenía que estar con pleno derecho don Álvaro, pensaba que me estaba diciendo desde el cielo: ¿Dónde tienes la cabeza? Estoy mucho mejor aquí con nuestro Padre. Pues de todas maneras, que no falte de nuestra parte un recuerdo de agradecimiento a quien teniendo una personalidad señera, supo poner toda su vida al servicio de Dios precisamente sirviendo al Beato Josemaría. Nunca pagaremos suficientemente a este hombre de Dios lo que ha hecho por nosotros; porque haciéndolo por nuestro Padre, lo hacía por nosotros.

Y ahora con más solemnidad.

Con mucha alegría correspondo al deseo, que en vuestro nombre, me manifestó el Rector: la bendición de esta escultura del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei y Fundador también, y primer Gran Canciller, de esta Universidad.

Recuerdo aquella ceremonia de otra bendición: la de la primera piedra de la Universidad, el 25 de octubre de 1960. De algún modo podemos considerar esta obra escultórica como la piedra angular que remata y corona la construcción material de esta Universidad, que debe crecer siempre más. Habrá nuevos edificios -ya está proyectado el que albergará el Centro de Investigaciones Biomédicas, y también se encuentra en estudio el de la sede definitiva de la Capilla Universitaria- pero todos harán referencia -como ocurrió con los precedentes- a la figura de quien ha promovido esta Alma Mater. Razones todas que fomentan el agradecimiento a Dios, a través del Beato Josemaría, escogido por Dios también como el fundamento sobre el que se asienta y crece la labor de esta Universidad, por la que tanto rezó y trabajó y a la que tanto quiso.

Se abre ante vuestros ojos una tarea apasionante, y se entiende muy bien que dediquéis a esta aventura muchos de vuestros mejores esfuerzos. Son constantes los retos y problemas que a la humanidad se plantean en este comienzo del nuevo siglo. Los cristianos, que conocemos el Amor de Dios, hemos de dar gozosa y responsablemente una respuesta de fe y esperanza. «La Universidad -afirmaba el Beato Josemaría en el acto de investidura de Doctores honoris causa de la Universidad el año 1972- no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres... Al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa»[1].

Manteneos siempre en vanguardia, abriendo camino. No olvidéis a diario que, con vuestro estudio, con vuestro trabajo, con vuestro comportamiento cristiano, con la dedicación y el trato que dispensáis a vuestros alumnos, contribuís a alumbrar el mundo de mañana, en la nueva cultura que nacerá. Pero sólo una cultura que ponga a Dios como punto fundamental de referencia trascendente, será una cultura que se desarrolle a favor del hombre, de todos los hombres, y particularmente de los más necesitados; y no contra el hombre, como sucede si se prescinde del Creador o se le margina.

No olvidaremos así la realidad de que «estamos presentes en el mismo origen de los rectos cambios que se dan en la vida de la sociedad, y hacemos también nuestros los progresos de cualquier época: nuestra mentalidad y nuestra acción responderán siempre plenamente a las exigencias y necesidades que se puedan dar con el correr de los siglos. Nunca nos será ajeno lo que atraiga los afanes de la inteligencia y del corazón de los hombres»[2].

Pido a Dios que la estatua en bronce del Beato Josemaría sea para todos vosotros una llamada y un estímulo, un recuerdo vivo y constante de su vida y del mensaje -mensaje de Dios- que transmitió con su conducta y con su enseñanza; es decir, la llamada universal a la santidad en medio del mundo, en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano.

Para que esta Universidad sirva a la Iglesia y a la sociedad con el espíritu y el talante que le inculcó su Fundador, resulta necesario que todos luchemos cada día por la santidad, como nos insiste Juan Pablo II, en los albores del nuevo milenio, cuando nos invita: «Hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral»[3].

Muchos conoceréis aquellas palabras del Beato Josemaría dirigidas al Profesor Ortiz de Landázuri, cuando este insigne hombre de ciencia le comentó que ya había cumplido el encargo de hacer la Universidad de Navarra. Su respuesta fue viva e instantánea: «no te he pedido que hagas una Universidad, sino que te hagas santo haciendo una Universidad»[4].

Saboread con frecuencia esa gozosa verdad de nuestra fe: Dios nos llama a vivir su vida santa y bienaventurada; Dios quiere tenernos junto a sí ahora y por siempre. Somos sus hijos queridos. Buscad ahí la raíz de vuestra alegría y el impulso para vuestro trabajo universitario y vuestro afán apostólico. Encomendaos al Beato Josemaría; rogadle que nos ayude a no desistir en el empeño diario de responder a esa llamada, a fin de que cotidianamente vaya tomando nuevos bríos nuestro personal deseo de santidad. Un deseo que permanentemente encuentra obstáculos: nuestra propia debilidad, y un ambiente exterior permisivo y alejado del Creador. Pero ni somos sólo debilidad, ni estamos aislados o desamparados en esta lucha. Se alimenta también en nosotros la fuerza y la energía del Espíritu Santo, que se nos da de muchos modos, principalmente en esos momentos, misteriosos pero reales, de trato con Dios, que nos ofrecen los Sacramentos: la Penitencia, en la que la Sangre de Cristo nos lava de nuestros pecados[5], y la Eucaristía, que nos une íntimamente con el Señor Jesús y nos otorga la prenda de la futura resurrección gloriosa.

Necesitamos estar metidos en Dios. Hemos de convencernos de que lo fecundo es la santidad; lo fecundo se fragua en el empeño por cumplir la voluntad de Dios; lo fecundo se construye en el amor, en aquella pasión por Dios -y consecuentemente por todas sus criaturas- que se traslucía con una energía increíble en la vida del Beato Josemaría.

Hoy damos gracias a Dios por el don que nos otorgó mediante la vida santa del Fundador del Opus Dei y de esta Universidad, y acudimos a su intercesión, próxima y paternal, para que nos haga más fieles y solícitos en el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida. Que Santa María, Madre del Amor Hermoso, que protege con su intercesión toda la labor de este campus, nos acompañe en nuestro camino, ahora y siempre.

[1] Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Eunsa, Pamplona, 1993, p. 98.

[2] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Carta 14-II-1950, n. 21.

[3] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, n. 30.

[4] Citado en Esteban López-Escobar y Pedro Lozano, Eduardo Ortiz de Landázuri, Palabra, Madrid, 1994, p. 216).

[5] Cfr. 1 Juan 1,7; Ap 1,5.

Romana, n. 33, Julio-Diciembre 2001, p. 170-173.

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