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Mensaje al Congreso “Hacia el Centenario del Nacimiento del Beato Josemaría Escrivá”, de Buenos Aires, Argentina (26-VI-2001)

Excmo. Sr. Rector de la Universidad Austral:

Ante la imposibilidad de acudir a Buenos Aires en estos días, me es muy grato enviar este mensaje, con el que me uno de todo corazón a las jornadas de diálogo y reflexión sobre la figura, la acción y las enseñanzas del Fundador del Opus Dei.

Ese foro universitario en el que se encuentran, reúne a intelectuales de diversas áreas de América del Sur, y se plantea, con toda su carga de profesionalidad, dentro del marco de preparación al Congreso internacional que tendrá lugar, en Roma, en torno al 9 de enero de 2002, fecha del centenario del nacimiento del Beato Josemaría. Estos cien años cubren todo el siglo XX. Tal circunstancia nos sitúa en una perspectiva histórica muy sugestiva para valorar el significado de la vida santa del Fundador del Opus Dei, a la luz de los designios divinos sobre la Iglesia y la humanidad.

El siglo que acaba de transcurrir se nos presenta lleno de contrastes: junto a grandes progresos en el campo de las ciencias y en la formulación de los derechos humanos, ha sido también teatro histórico de situaciones muy duras, fruto amargo del pecado, que lo han desgarrado en profundidad y que han ofendido gravemente la dignidad de la persona humana. Nadie mejor que el Romano Pontífice ha sintetizado este carácter paradójico de esas décadas. Con el lenguaje universal de la plegaria, en la oración compuesta para impetrar la ayuda de la Virgen en el nuevo milenio, el Papa Juan Pablo II afirma: «Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica en contradicciones. La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita: puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros. Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida: puede usarla para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites»[1].

Más allá de estos hechos objetivos e innegables, en el siglo que hemos dejado atrás brillan sobre todo, de modo muy palpable, estupendas señales de la misericordia de Dios, que realimentan nuestra esperanza cristiana y vencen cualquier tentación de pesimismo. La memoria de esas dádivas divinas es ya de por sí una acción de gracias al cielo, pero constituye principalmente una responsabilidad, porque el Señor otorga sus dones para que los hagamos fructificar con el buen uso de nuestra libertad. Esas gracias del Creador, siempre actuales, perfilan el rumbo que hemos de seguir en esta nueva época, que -si bien se muestra con abundancia de riesgos e inquietudes- es también un espacio temporal de requerimientos divinos, muy especialmente ofrecidos para que los cristianos demos una respuesta decidida y queramos llevar a cumplimiento el plan de Dios con la humanidad, a través de una colaboración incondicionada a su generosidad sin límites.

Entre los dones que la Santísima Trinidad ha concedido al mundo en la pasada centuria se encuentra, sin duda, la vida del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. En cuanto participantes en este Congreso, se presenta ante ustedes la gratísima y enriquecedora tarea de calar más a fondo en el significado de la figura señera de este gran sacerdote. Invoco las luces del Espíritu Santo para la labor que van a emprender, o más exactamente continuar, porque las sesiones de estos días han tenido el preludio de un trabajo previo que ha requerido mucha dedicación y muchos esfuerzos. Esta preparación, como es lógico, se ha centrado en realidades esenciales, no coyunturales; en temáticas duraderas e iluminantes, que abarcan todos los campos de las actividades humanas, como puede comprobarse en el programa elaborado para estas jornadas.

No se trata simplemente de conmemorar a un personaje de la cultura o de la historia. Querría insistir especialmente en este punto. El impacto del Beato Josemaría en la existencia de millones de hombres y mujeres sólo se aprecia cabalmente a la luz sobrenatural de la fe. Su paso por la tierra no tuvo otro sentido que el de cumplir fielmente la Voluntad divina, respondiendo con plenitud de entrega a una precisa llamada de Dios en el servicio de la Iglesia y de las almas, que configuró por completo su inteligencia, su voluntad y su corazón. El trabajo en que se hallan empeñados en este Congreso mira sobre todo al futuro; también por eso sus intervenciones pueden ayudarnos a ser magnánimos. El bagaje de doctrina, espiritualidad y empuje apostólico que ha dejado el Beato Josemaría, siendo humanamente tan atractivo y tan positivo, requiere una profundización conceptual y práctica. Así se mantendrá más fácilmente activo y operante, y se proyectará en el futuro con realizaciones ante las que nuestra imaginación se quedará siempre corta.

La biografía de Josemaría Escrivá de Balaguer sólo se comprende en profundidad -ya lo he adelantado precedentemente- como un regalo de la Providencia amorosa de Dios, que no cesa de suscitar en la Iglesia personas singulares, almas santas que, dóciles a la moción del Espíritu, prolonguen en el tiempo la misión de Cristo en el mundo y apliquen su inagotable virtualidad a las circunstancias cambiantes de la historia. Por eso, las obras de los santos tienen siempre un alcance y una fecundidad universales, y su riqueza espiritual desborda la pretensión de abarcarlas sólo con estudios y análisis humanos, que a la vez son pasos necesarios que enriquecen.

La tarea de hacernos cargo de la vida y de las enseñanzas de hombres de Dios como el Beato Josemaría, también desde una perspectiva científica y cultural, es verdaderamente inagotable. La circunstancia de la próxima conmemoración del centenario de su nacimiento, además de un evento cronológico digno de celebrarse, constituye una ocasión para dirigir una mirada amplia y penetrante al tiempo que nos toca recorrer, a los futuros años y décadas del siglo que está comenzando, como nos ha invitado a llevar a cabo el Papa, al finalizar el Jubileo en el que hemos conmemorado el bimilenario de la Encarnación del Hijo de Dios. En el seno de la Iglesia, Barca guiada con mano firme por el Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, hemos escuchado con renovado vigor las palabras de Jesucristo: duc in altum!, bogad mar adentro[2]. Esa orden de Nuestro Señor, tantas veces meditada y predicada por el Fundador del Opus Dei, es una invitación imperiosa a lanzarnos a la inmensidad de la tarea evangelizadora por el mundo entero. Como es sabido, descubriendo la realidad del apostolado en la vida ordinaria y en el trabajo profesional, el Beato Josemaría consideraba que la participación de los fieles corrientes en la misión de la Iglesia constituye verdaderamente un mar sin orillas, ante el que resultan pequeños los océanos y las inmensas y bellas pampas de esta tierra argentina, a las que aludió en sus bendiciones paternales durante su visita pastoral a Buenos Aires, en 1974.

En la Carta apostólica Novo millennio ineunte, recordando el capítulo de la Constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia dedicado a la vocación universal a la santidad, el Papa Juan Pablo II manifiesta su agradecimiento a Dios por haber podido beatificar y canonizar a muchos fieles cristianos en sus años de pontificado[3]. Uno de esos cristianos es precisamente Josemaría Escrivá de Balaguer, venerado en los altares desde 1992. No deja de resultar significativo que, en el mismo lugar de la Carta apostólica apenas citada, el Santo Padre insista especialmente en la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria. «Es el momento -escribe- de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección»[4].

Aquí se centra precisamente el núcleo del mensaje que el Beato Josemaría, como instrumento de la Voluntad providente de Dios, vino a recordar por doquier y a todos los hombres. Esa luz divina se concretó en el Opus Dei, fundado el 2 de octubre de 1928. Desde esa fecha, en los más diversos ambientes, el Beato Josemaría afirmó con gran fuerza y convicción que la vocación cristiana consiste en «convertir la prosa ordinaria en endecasílabos de poema heroico»[5]. Y en 1967, durante la homilía de una Misa celebrada en un marco universitario como éste -el campus de la Universidad de Navarra-, predicaba una vez más: «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...»[6];

Innumerables personas han hecho suyo el programa del Beato Josemaría y tratan de santificarse «en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano»[7]; así rezan los millones de hombres y mujeres de todo el mundo que cada día acuden a su intercesión. En este contexto, me place recordar a Mons. Álvaro del Portillo, hijo fidelísimo y primer sucesor del Beato Josemaría en la guía del Opus Dei, primer Rector Honorario de la Universidad Austral, a la que tanto alentó en los primeros años de su existencia. Su recuerdo, inolvidable para todos nosotros, será siempre un ejemplo y un estímulo para emprender y llevar a cabo iniciativas de talante universitario, embebidas de espíritu cristiano y con una amplia proyección en todos los estratos de la sociedad.

Sobre la vida corriente -familiar, profesional, social-, compuesta por lo general de trabajo diario y de acontecimientos ordinarios, que compone -si nos comportamos como Dios quiere- un gran tejido, el tejido de la santidad, versan de una manera u otra las ponencias, trabajos y testimonios de estas jornadas. Sus resultados constituirán un material riquísimo para seguir profundizando, a la luz de la fe, en las enseñanzas del Beato Josemaría; y resultarán muy útiles para personas del mundo entero, que podrán incorporarse a esa corriente de viento espiritual que conduce mar adentro, a la que antes aludía a propósito de las palabras del Papa.

Los logros de estos días se concretarán en estudios y reflexiones de rango universitario, como universitario era el talante intelectual del Beato Josemaría, tan atento a las manifestaciones de la cultura y de la ciencia. Pero, al mismo tiempo, serán reflejo de una realidad sugerente y no mero ejercicio académico. Más que en conclusiones científicas, el fruto principal de estas jornadas ha de madurar en el interior de cada uno de los participantes, de modo personal, y desde allí ha de propagarse luego a otros hombres y mujeres.

Agradezco de todo corazón a quienes han trabajado, intelectual y materialmente, en la organización del Congreso y a los que ahora se aprestan a participar en sus sesiones. Aunque ausente físicamente de este encuentro, no por esto dejo de hallarme espiritualmente muy presente, porque lo sigo muy de cerca y lo apoyo con mis oraciones.

Encomendemos al Beato Josemaría el fruto de estos días de reflexión y de estudio, para que nos consiga gracia y luz del Señor. Y pongámonos, una vez más, bajo el amparo de la Virgen, Ancilla Domini y Sedes Sapientiæ, Sierva del Señor y Trono de la Sabiduría.

Roma, 26 de junio de 2001, fiesta del Beato Josemaría.

[1] JUAN PABLO II, Acto de entrega a la Santísima Virgen para el nuevo milenio, pronunciado en Roma, el 8-X-2000, al acabar el Jubileo de los Obispos.

[2] Lc 5, 4; cfr. JUAN PABLO II, carta apostólica Novo millennio ineunte, 6-I-2001.

[3] Cfr. Carta apostólica Novo millennio ineunte, 6-I-2001, nn. 30 y 31; CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, cap. V.

[4] Ibid.

[5] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 24-III-1931, n. 19.

[6] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones, n. 116.

[7] Oración para la devoción al Beato Josemaría.

Romana, n. 33, Julio-Diciembre 2001, p. 184-188.

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