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Artículo publicado en la revista 'Redacción', de la Universidad de Navarra, con el título 'Un legado universal'. Pamplona, España (I-2002)

Al conmemorar el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá, me vienen al recuerdo —junto con otros aspectos de su vida santa— su continua solicitud por esta Universidad, que llevaba tan dentro de su corazón y que ahora protege desde el Cielo.

Siempre quiso que fuera un potente foco de ciencia y de cultura, que contribuyera a difundir una honda formación cristiana entre jóvenes de los cinco continentes, y puso todos los medios sobrenaturales y humanos para lograrlo. Nunca imaginó esta Alma Mater como un reducto defensivo, sino que soñaba con que su influjo llegara a ser verdaderamente universal y que alcanzara un alto prestigio para servir con eficacia a la Iglesia y a todos los hombres, de manera especial a los más necesitados, al mismo tiempo que fomentaba en quienes ahí trabajaban el anhelo sincero de aprender de los demás.

Cuando se va a cumplir, en octubre de este año, medio siglo de vida de la Universidad, podríamos pensar que buena parte de esos sueños se han hecho realidad. Pero cincuenta años apenas representan los primeros pasos de una institución que mide su historia por siglos. La Universidad de Navarra está empezando su andadura, aunque la sabiduría de su primer Gran Canciller y la intensidad de sus cinco primeras décadas —incluidas las dificultades que ha debido afrontar— le han conferido una espléndida madurez, gracias a Dios y al trabajo de millares de personas: profesores, empleados, alumnos, benefactores de todo el mundo. Se trata ahora de ir a más, de intensificar la práctica del espíritu que ese sacerdote santo le dejó como su más rico legado.

Diálogo abierto y sincero

Es un espíritu de apertura, de comprensión con todos, de trabajo constante, de alta exigencia académica, de convivencia amistosa y alegre entre personas de las más diversas ideas y mentalidades, de diálogo abierto y sincero. Tal es el ambiente que, desde un punto de vista humano, caracteriza las labores apostólicas del Opus Dei, a cuya realización en la tierra dedicó su vida sin reservas el Beato Josemaría, en cumplimiento de una llamada a la santidad que hoy han asumido decenas de miles de personas, en los más variados oficios y profesiones a lo largo de todo el mundo. Ambiente humano que sirve como fundamento para el objetivo de la lucha eficaz por la santidad: el esfuerzo por que Dios sea el fin de todas esas actividades.

Quería que la Universidad ofreciera libremente a todos los que a este centro acudieran una pedagogía de la plenitud cristiana, que cabe alcanzar en cualquier circunstancia de la vida cotidiana, a través del trabajo y de todas las ocupaciones que llenan el día de una persona corriente.

De ahí que aspirara a que las enseñanzas que aquí se imparten no se limiten a los aspectos especializados de cada materia, sino que estén encuadradas en la formación enteriza de las personalidades jóvenes. Legó a la Universidad la herencia viva de una percepción unitaria de todos los saberes, que han de configurarse en una síntesis cristianamente inspirada y a la altura de nuestro tiempo. Por eso, animó a que se adoptara una visión interdisciplinar del quehacer universitario y fomentó el trabajo en equipo, con sentido de servicio, buscando la fecundidad común antes que el lucimiento personal. Promovió desde el primer día una investigación de vanguardia y un ambiente de colaboración y de ayuda mutua. Aspiró a que los hallazgos que surgen de esa intensa tarea en bibliotecas y laboratorios se pusieran al servicio de los diversos sectores sociales.

Con el esfuerzo de cada uno, se ha de lograr que estos aspectos de su espíritu se vivan de cara al futuro con intensidad creciente, reforzando si cabe la identidad cristiana de la corporación académica en el ambiente de pluralismo y libertad que la caracterizan.

Amor a la verdad, la justicia y la libertad

El Centenario de nuestro primer Gran Canciller, unido al recuerdo entrañable de mi querido predecesor, Mons. Álvaro del Portillo, ha de representar un renovado impulso, como un nuevo comienzo, más ilusionado que nunca, de esta formidable labor que la Universidad de Navarra realiza. Especial hincapié deseo poner en que se intensifique la labor investigadora, tanto en Ciencias y Tecnología como en Humanidades, para iluminar audazmente este comienzo del tercer milenio, inspirado también por las enseñanzas del Papa Juan Pablo II. La ayuda de la Asociación de Amigos y de la Agrupación de Graduados seguirá siendo, como hasta ahora, un valioso apoyo para una tarea que tantos esfuerzos requiere. La altura de la enseñanza que en todas las carreras se ofrece continuará encontrando su complemento formativo en el asesoramiento académico personal y en la gran variedad de actividades culturales y sociales que promueve la Universidad. El funcionamiento de la vida universitaria habrá de ser cada vez más dinámico y adecuado a las circunstancias, cada vez más rápidamente variables, de este momento histórico.

De completa actualidad son las palabras que el fundador de la Universidad pronunció, con ocasión de un Acto Académico, en 1972: “La Universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta las fuerzas que dormitan y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a aligerar el miedo ante un futuro incierto, a promover —con el amor a la verdad, la justicia y la libertad— la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones”.

Nos espera una estupenda tarea de servicio generoso y exigente. La realizaremos con mayor eficacia si encomendamos nuestro trabajo a la intercesión del Beato Josemaría y lo ponemos al amparo de la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, que nos preside desde la ermita del campus.

Romana, n. 34, Enero-Junio 2002, p. 91-93.

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