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3 de octubre. Traslado a San Eugenio

Muchas personas fueron llegando a Roma desde distintos países ya a partir de finales de septiembre: se trataba, por una parte, de los voluntarios de la canonización, cuya presencia era necesaria para la puesta a punto de los preparativos; pero también, sobre todo, de grupos procedentes de lugares lejanos, personas para las que, en muchos casos, el viaje de la canonización suponía quizá la única ocasión de su vida para estar en la Ciudad Eterna. Mientras el aeropuerto de Fiumicino recibía continuamente pasajeros de rostros multicolores que un equipo permanente de voluntarios atendía solícitamente, en la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz, donde reposan los sagrados restos del Fundador del Opus Dei, el flujo de visitantes crecía de día en día.

En la mañana del 3 de octubre se procedió al traslado del sagrado cuerpo del Beato Josemaría a la Basílica de San Eugenio, un templo espacioso que, como ya ocurriera en 1992, durante los días de la beatificación, permitiría acoger a los miles de fieles que deseaban rezar ante las reliquias del nuevo santo.

El traslado fue precedido por una Misa solemne, oficiada por el Prelado del Opus Dei. Desde la iglesia, el féretro fue llevado a hombros hasta la puerta de salida a la calle, en el número 75 de Viale Bruno Buozzi. Un furgón lo condujo luego hasta Piazzale delle Belle Arti, la plaza en la que termina Viale Bruno Buozzi y a la que se asoma la fachada de la basílica de San Eugenio. Las grandes vallas publicitarias repartidas a lo largo de Viale Bruno Buozzi estrenaban aquel día una vistosa invitación a participar en la ya próxima canonización.

El féretro quedó finalmente depositado en el presbiterio de la basílica de San Eugenio, delante del altar. A partir de ese momento estuvo acompañado por miles de personas. En el altar mayor de la basílica se sucederían a lo largo de esos días las Misas en honor del Fundador del Opus Dei. En los confesonarios, decenas de sacerdotes administraron el sacramento de la penitencia.

Ese mismo día, también por la mañana, tuvo lugar una rueda de prensa en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz para transmitir a los medios de comunicación algunos datos sobre la canonización: «Será una ceremonia con un fuerte carácter internacional», declaró Marta Manzi, portavoz del Comité Organizador de las Celebraciones. De acuerdo con las previsiones, asistirían a la canonización ciudadanos de 84 países. «El 40 % de los participantes son jóvenes que se alojarán en campings, polideportivos, parroquias y otros locales de Roma y periferia», se leía en un dossier que fue repartido a los periodistas. Tampoco faltaban casos como el de D. Quirino Glorioso, de 99 años, sacerdote de la diócesis de Laguna (Filipinas), que iba a estar en la canonización porque, como explicaba el mismo dossier informativo, “sus antiguos parroquianos han hecho una colecta para sufragar su viaje”.

Asistirían también a la ceremonia numerosas autoridades eclesiásticas y civiles, así como algunas figuras conocidas del ámbito cultural y deportivo. Marta Manzi recalcó, en la rueda de prensa, que «para las personas del Opus Dei, la canonización es una invitación a la conversión; no es un día de exaltaciones, sino de humildad; un momento idóneo para renovar el deseo de buscar a Dios en el trabajo y en la vida ordinaria».

Era un eco de lo que el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal José Saraiva Martins, había publicado en L’Osservatore Romano pocos días antes, el 21 de septiembre, señalando que la canonización de Josemaría Escrivá es un hito en el camino de la Iglesia «hacia aquella santidad a la que todo cristiano está llamado: la santificación personal de los fieles cristianos comunes».

Romana, n. 35, Julio-Diciembre 2002, p. 200-202.

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