envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

8 y 9 de octubre. Misas de acción de gracias

Durante los días 8 y 9 se sucedieron, en diferentes basílicas e iglesias de Roma, veintisiete Misas de acción de gracias en dieciocho idiomas: alemán, árabe, checo, chino, español, finlandés, francés, húngaro, indonesio, inglés, italiano, japonés, latín, lituano, neerlandés, polaco, portugués y sueco. En muchos casos, fueron celebradas por cardenales y obispos. En sus homilías, los celebrantes manifestaron su alegría por la elevación de San Josemaría Escrivá a los altares y destacaron la universalidad de su mensaje.

La iglesia de Trinità dei Monti fue el escenario de una Misa de acción de gracias en rito maronita concelebrada por el Arzobispo de Beirut, Monseñor Paul Youssef Matar, y el de Byblos, Monseñor Bechara Rai. Al término de la Misa, el Cardenal Ignace Moussa I Daoud, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, se acercó al presbiterio para dirigir a los fieles unas palabras. Hizo referencia a un detalle de la biografía de San Josemaría que le había dado alegría conocer y que para él es ahora motivo de honor: «Me sorprendí al saber que el primer domicilio romano de Josemaría fue el último piso de un inmueble situado en la plaza de Città Leonina, precisamente el apartamento donde yo vivo actualmente. Una feliz coincidencia que me impone un serio deber». Luego expuso también a grandes rasgos el proceso de desarrollo de la labor de la Prelatura del Opus Dei en Líbano. «¡Que el Opus Dei sea un elemento de esperanza en Líbano!», exclamó en cierto momento.

Unos doscientos fieles que habían venido a Roma desde Hong Kong, Macao y Taiwan participaron en la Misa celebrada por Monseñor Joseph Ti-Kang, Arzobispo de Taipei, en la iglesia de San Girolamo della Carità. Monseñor Ti-Kang trazó un breve perfil de la vida del nuevo santo. Subrayó que «el Lejano Oriente estuvo en su corazón desde su juventud», y afirmó también que «en el espíritu de San Josemaría hay dos aspectos que se relacionan estrechamente con la cultura china: la santificación de la vida familiar y la santificación del trabajo».

En la misma iglesia tuvo lugar la celebración eucarística de acción de gracias para los fieles de lengua japonesa, que presidió Monseñor Takaaki Hirayama, Obispo de Oita, quien afirmó en su homilía que el mensaje de santificación de la vida ordinaria predicado por San Josemaría puede ayudar a los japoneses a dar sentido a algo tan importante en su sistema de valores como el trabajo. «San Josemaría, a quien tantos llaman Padre —afirmó también Monseñor Hirayama—, decía, aplicándoselo a sí mismo y a los padres y madres de familia, que su función empieza antes de que nazcan los hijos, se prolonga durante toda la vida y continúa también desde el Cielo. Vamos a pedir a San Josemaría que, como buen padre, interceda por nosotros».

Una Misa de acción de gracias en neerlandés tuvo lugar en la basílica de Sant’Apollinare. La celebró Monseñor Willem Schnell, Vicario Regional del Opus Dei en Holanda, y asistió el nuncio de Su Santidad, Monseñor François Bacqué, que al comienzo de la ceremonia pronunció unas breves palabras de exhortación.

Más de nueve mil personas participaron en la concelebración que el Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, presidió en la basílica de San Pablo Extramuros. Había sido organizada para las personas que habían venido a la canonización desde España. Concelebraron varios arzobispos y obispos (entre ellos el Arzobispo de Toledo y Primado de España, Cardenal Francisco Álvarez Martínez) y casi cien sacerdotes. En su homilía, el Card. Rouco puso de relieve que San Josemaría fue un santo español con entraña universal.

En la basílica de Santa María la Mayor tuvo lugar el día 9 por la mañana otra Misa en lengua española para fieles procedentes de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Con el Cardenal Jorge María Mejía concelebraron más de sesenta obispos y sacerdotes. En su homilía, el Cardenal Mejía destacó el amor de San Josemaría a la Iglesia, así como la labor de evangelización de la cultura que procuran llevar a cabo las iniciativas apostólicas promovidas por fieles de la Prelatura del Opus Dei.

El grupo venido de Venezuela tuvo la Misa de acción de gracias en la parroquia de San Josemaría. El Arzobispo de Mérida, Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardoso, exhortó a los asistentes a tomar decididamente parte activa en la misión de la Iglesia, cada uno con responsabilidad personal, desde el lugar que ocupa en el mundo: «las celebraciones de la canonización del domingo y de ayer lunes, en la plaza de San Pedro, acompañados de miles y miles de peregrinos de todas las lenguas y rincones del mundo, han sido unas experiencias de fe muy especiales. Las podemos catalogar de un Tabor colectivo y personal, pues son una inyección de catolicidad, de entusiasmo, de vivencia espiritual y de esperanza, que nos lanza con mayor empuje a la vocación de ser sembradores del Evangelio en medio del mundo».

Unos dos mil quinientos estadounidenses se reunieron en la basílica de Santa María la Mayor el día 8 para participar en la Misa que presidió Monseñor John Myers, Arzobispo de Newark. En su homilía, Monseñor Myers animó a los presentes a no vivir un catolicismo de mínimos, e hizo ver que la santidad es una invitación que Dios dirige a todos los cristianos. Monseñor Myers añadió también que el Opus Dei «no es para una elite de católicos, sino para católicos corrientes. Lo único que se requiere es disponibilidad y espíritu de servicio».

En la iglesia de Sant’Andrea della Valle, el Cardenal Saraiva Martins celebró una Misa de acción de gracias en portugués el día 8 a las 10 de la mañana. Este es el texto de la homilía que pronunció:

Las lecturas de esta solemne concelebración eucarística que hemos escuchado son tres textos de la Sagrada Escritura que dan un profundo fundamento bíblico a la vocación y a la misión de San Josemaría Escrivá, pues sintetizan la gran originalidad del carisma que el Espíritu Santo ha suscitado en él para beneficio de toda la Iglesia.

La primera lectura es del libro del Génesis, y hace una reflexión inspirada sobre los orígenes del mundo y de la humanidad. El autor sagrado nos dice que Dios, después de haber creado el cielo y la tierra, y después de haber creado también el hombre como coronamiento de su obra, plantó un jardín y lo confió al hombre para que lo cultivara y guardara. Es una alusión al trabajo humano, que es colaboración con el Creador: cultivar, hacer progresar el mundo creado; guardarlo, es decir, obrar en el respecto de las finalidades para que fue creado. Es el opus hominis que es, a la vez, opus Dei. San Josemaría Escrivá, conducido por Dios, ha venido a recordarnos, en este siglo que presta tanta atención al trabajo y al medio ambiente, la dignidad del primero y del segundo: digno es el trabajo humano y digno es también el ambiente, porque el primero es colaboración con el Creador y el segundo obra del mismo Creador.

La segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los Romanos, nos recuerda otra exigencia del obrar humano: debe ser hecho con espíritu de hijos adoptivos de Dios y no de esclavos; nosotros somos hijos y no esclavos. El hombre vive y obra en este mundo en íntima unión con Dios. Operando, se hace heredero de los bienes de Dios, heredero con Cristo. En esta intimidad espiritual, hasta las mismas limitaciones humanas, causa de sufrimiento, se hacen fecundas de felicidad y de gloria futura. La obra del hombre se hace, de esta forma, verdadera obra de Dios. La acción se convierte en contemplación, en aquella integridad y síntesis vital de ambas, que han caracterizado la vida y la obra de San Josemaría Escrivá.

Por último, el Evangelio nos describe la vocación de los Apóstoles y su inmediata respuesta a la llamada. El texto nos está diciendo que quien trabaja en este mundo con la perspectiva de que se ha hablado antes, quien comprende su actuación como colaboración en la obra de Dios y como defensa del hombre, y lo hace en espíritu de fe y en unión con Dios, no sólo se santifica a si mismo, sino que da un testimonio fecundo; o sea, hermanos, se convierte en apóstol, con su sólo obrar: verdadera sal de la tierra, fermento en la masa, luz del mundo.

San Josemaría Escrivá no se contentó con santificarse a sí mismo; ha fundado una Obra eminentemente apostólica, tan necesaria y querida por Dios que ha tenido el extraordinario desarrollo que todos conocemos. Fue apóstol y promotor de apóstoles.

Queridísimos hermanos y hermanas: vosotros habéis venido a Roma con gran entusiasmo y fuerza, para la canonización de San Josemaría Escrivá; habéis participado el domingo en el rito solemne en la Plaza de San Pedro y hoy estamos aquí reunidos para alabar a Dios, para darle gracias por las maravillas por Él operadas en el nuevo Santo, que es, sin duda, una de las figuras más extraordinarias de la hagiografía contemporánea.

La Iglesia canoniza a sus hijos no tanto para aumentarles la gloria y celebridad cuanto para hacer de ellos nuestros intercesores delante de Dios y sobre todo nuestros modelos de vida. Es la inspiración del mensaje específico del Santo lo que más interesa a la Iglesia cuando Ella eleva a la gloria de los altares a aquellos que el Espíritu eligió para recordar a los hombres y potenciar este o aquel valor evangélico, que se llaman carismas. Los Santos canonizados son de la Iglesia y para la Iglesia; no son luceros para esconder debajo de un celemín, ellos son luceros que la Iglesia levanta bien alto para que iluminen a todos.

La Iglesia, por la boca de aquel que es su cabeza y jefe visible, el Santo Padre Juan Pablo II, presentó no solamente a todos sus miembros, sino a todo el mundo, la figura y el carisma de uno de sus insignes hijos, para que los fieles y la humanidad encuentren en él inspiración de vida, ayuda en la realización de la propia vocación y de la propia misión.

Me limitaré a los aspectos realzados en la Liturgia de la Palabra y que he referido antes. Ellos nos ofrecen un sugestivo marco del Santo, de su vida y da la obra que él nos dejó en heredad.

a) Según el espíritu del Opus Dei, el trabajo, la actividad profesional que cada uno tiene en el mundo, puede y debe ser santificado y en él convertirse en camino de santificación. Esta es la razón por la que San Josemaría Escrivá se dirigía a todas las capas de la sociedad y por todas era escuchado y seguido; esta es la razón por la que el Opus Dei se extendió y creció de una manera tan admirable, habiendo en su seno gente de las más variadas ramas de la actividad humana.

San Josemaría Escrivá y su Obra están recordando que cualquier trabajo honesto, independientemente de que sea relevante o no para los hombres, es siempre ocasión para dar gloria a Dios y servir a los demás.

La dignidad y la santificación del trabajo, he ahí la primera intuición, la idea madre que me gustaría subrayar en esta reflexión. Trabajar en una perspectiva de fe, entender y realizar las actividades de cada uno —sean de importancia o las más sencillas y vulgares— como colaboración con el Creador y servicio a los hermanos. Quien trabaja mirando a Dios, se abre necesariamente a los hermanos y hace todas las cosas en espíritu de servicio, para bien de ellos.

Las ocupaciones y preocupaciones de nuestra vida diaria, queridos hermanos y hermanas, no deben ser, por lo tanto, contempladas como otras tantas razones de separación entre cada uno y Dios y entre nosotros, algo como una dispensa de la perfección cristiana, sino, en cambio, como la materia misma y la más adecuada de nuestra santificación, desde que todo sea obviamente animado por la caridad, por el espíritu de servicio y por el carácter sacerdotal común a todos los bautizados.

La humanidad no puede ser dividida en dos categorías: los perfectos y los imperfectos, los llamados a la santidad y los que son solamente llamados a la no-condenación... Como si el Señor no se hubiese dirigido a todos cuando dijo: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48).

b) El segundo aspecto que me gustaría subrayar es el trato con Dios; con otras palabras, la necesidad de una vida de oración y de contemplación que complete y fecunde nuestro trabajo de cada día. San Josemaría Escrivá fue un hombre de Dios y lo fue porque Dios era parte de su vida, una parte consciente y envolvente. Fue sin duda un apasionado por Dios y llenó seguramente su vida no sólo de acción sino también de oración. De no ser así todos sus proyectos se habrían esfumado en sueños.

Los Santos son sobre todo hombres y mujeres de intensa vida interior; que se sienten hijos adoptivos de Dios, como nos recuerda S. Pablo; hacen de Dios su todo, su fuerza y su heredad. Es ese, además, el mensaje de la segunda lectura.

San Josemaría Escrivá dio a su obra el sugestivo nombre de Opus Dei; una obra, Opus, una obra; y, en esa palabra estaba inserto el concepto de trabajo, de labor; pero era obra de Dios y, para ser de Dios: era de Dios y para ser de Dios; y por eso, debía realizarla con la mirada y el corazón fijos en Dios: oración, adoración, contemplación.

Los Santos fundadores fueron los que mejor han unido la vida activa y la vida contemplativa, los que mejor han integrado los modelos de Marta y de María.

Uno de los secretos de la gran expansión de la Obra de Escrivá fue sin duda la espiritualidad que él intentó inculcar en sus miembros. Son conocidos el lugar y valor que la Prelatura da a la vida sacramental y a la ascesis, en sus casas y en sus miembros. La vida espiritual, la vida interior, la vida de oración, son una exigencia llevada y vivida muy en serio en el Opus Dei.

c) Por último, y siempre con referencia a la Liturgia de la Palabra de la Misa, yo querría haceros una apelación al apostolado. En el Edén, Dios pidió la colaboración del hombre; Él, que todo ha hecho de la nada, quiso la acción del hombre; sería él, el hombre, el llamado a dar continuidad a la creación y a defenderla; es un gran misterio: Dios Omnipotente quiso necesitar de los hombres, quiso necesitar de mí, de ti, de él, de ella, como sus colaboradores. En el texto del Evangelio que oímos proclamar hace poco, vemos a Jesús evangelizando la muchedumbre y terminar su predicación acudiendo a la colaboración de algunos pescadores allí presentes: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Hizo de ellos pescadores de hombres, también ellos evangelizadores. Más aún: en el designio, en su designio, deberían ellos a recolectar los frutos de la Buena Nueva por Él anunciada. Las grandes conversiones empezaron en el día de Pentecostés, por obra de esos pescadores que, además de rudos pescadores, eran también pecadores. «Apártate de mí, que soy un hombre pecador», confesó Pedro, en su primer encuentro con Jesús. Y sabemos cual fue la contestación de Jesús: de pecador a pescador; lo convirtió en su apóstol, ¡y que apóstol!

Dios nos necesita en su obra de salvación. De ahí la Iglesia es sacramento de salvación; de ahí la vocación universal a la santidad, que es vocación y a la vez misión: santidad no sólo personal y particular, sino para irradiar y santificar a los demás.

Todo bautizado, queridos hermanos y hermanas, tiene el derecho, tiene el deber de ser apóstol. Esta es su dignidad más profunda, ésta es su vocación, ésta es su misión en la vida y en este mundo.

San Josemaría Escrivá trabajó para santificar a sus hermanos, independientemente de su posición social, para que ellos, santificándose, se tornasen, a su vez, en santificadores; para que ellos, con la santidad de su trabajo, se convirtiesen para todos, como hemos dicho antes, en sal, fermento y luz.

La canonización de Josemaría Escrivá es una ocasión privilegiada para recordar y renovar este su carisma, de tanta importancia y de la mayor actualidad.

Que el nuevo Santo, que nos es tan próximo y querido, nos ayude a santificar nuestras vidas y los trabajos de cada día, convirtiéndonos en testimonio e inspiración de santidad para nuestros hermanos, para la Iglesia y para el mundo. Así sea.


Media hora más tarde, Monseñor Edward Nowak, Secretario de la Congregación para las Causas de los Santos, oficiaba una Misa en la iglesia de San Josemaría Escrivá para los fieles de lengua polaca. Los de lengua alemana, por su parte, se reunieron en la basílica de los Doce Apóstoles con Monseñor Fernand Franck, Arzobispo de Luxemburgo.

El Cardenal Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, dijo en la basílica de Santa Maria in Trastevere a los fieles de lengua francesa que la llamada universal a la santidad predicada por San Josemaría invita a armonizar la vida interior y la vida exterior, es decir, la vida de oración y los quehaceres propios de la vida ordinaria. A esta Misa, que tuvo lugar el día 8, asistieron unas dos mil personas. Dos coros africanos —uno de Costa de Marfil y otro de Camerún— la acompañaron con cantos litúrgicos. Al día siguiente el Cardenal Bernard Agré, Arzobispo de Abidjan, celebró en el mismo templo otra Misa de acción de gracias en francés.

Hubo asimismo dos concelebraciones en lengua italiana: una el día 8 en la basílica de los Doce Apóstoles, presidida por el Cardenal Giovanni Battista Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos. Esta es la homilía que pronunció:

Tras la espléndida celebración en la plaza de San Pedro el domingo y la audiencia de ayer con el Santo Padre, estamos aquí para dar gracias al Señor por haber donado a la Iglesia y a la humanidad a San Josemaría Escrivá. Él fue un gran maestro que enseñó cómo vivir la dimensión profunda de la vida cristiana en la sociedad de hoy, marcada por un creciente progreso y bienestar y por tantas posibilidades de hacer el bien, pero también por tanto secularismo, permisivismo y materialismo. Él indicó con la palabra y con toda su vida cómo no perder, en medio de las vicisitudes de la vida diaria, el buen rumbo indicado por la estrella polar de la fe.

Igualmente, San Josemaría ofreció un gran testimonio, porque vivió con plena coherencia todo lo que enseñó, llegando a ser un ejemplo de la verdad y de la validez de sus mensajes. Buscó y sirvió a los hermanos con el ímpetu de la santidad evangélica.

Un aspecto que lo caracteriza es haber inculcado una espiritualidad asequible a todos los cristianos, cualquiera sea su profesión o condición, sin apartarlos de los asuntos terrenos y cotidianos de cualquier tipo. Había entendido que el Evangelio no es un libro sólo para leer y meditar, sino para vivir en las situaciones concretas de la vida.

Por esto Josemaría Escrivá ha dejado un importante surco en la Iglesia y en la sociedad: en la Iglesia, un surco luminoso de santidad; y en la sociedad, un surco ardiente de dedicación y de fidelidad a los propios deberes y al amor del prójimo.

En la Novo Millennio Ineunte el Papa señala con fuerza que al inicio del tercer milenio la perspectiva en que debe situarse todo el camino pastoral es la de la santidad (n. 30).

Sobre este tema de la santidad la canonización de Escrivá tiene mucho que decir al mundo, porque el gran anhelo que inspiró y sostuvo toda su vida fue el de trabajar para que la llamada universal a la santidad llegara a ser una convicción operativa en la vida de cada cristiano. Y en este anhelo y empeño tuvo una genialidad y originalidad propias, al destacar que cada uno debe santificarse en su propio trabajo, desenvolviendo el propio cometido con empeño y competencia y para dar honor a Dios.

Ha sido la luz en el camino de la Iglesia de nuestro tiempo; solía decir: «tu vocación de cristiano te pide estar en Dios y, a la vez, ocuparte de las cosas de la tierra, empleándolas objetivamente tal como son: para devolverlas a Él» (Surco, 295). Todos los que conocieron de cerca a San Josemaría Escrivá saben cuán firme fue su convencimiento de que cada hombre y cada mujer, amados por Dios hasta el extremo de enviarles a su Hijo Unigénito, pueden y deben vivir en la fe de este amor, cultivando cada día con prioridad la vida interior y una relación renovada con los demás, a través del trabajo profesional y del cumplimiento de los deberes familiares y sociales. Es la vida de los hijos de Dios. San Pablo nos ha dicho «no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8,15). Esta misma exigencia de “clamar” cuando el espíritu otorga la experiencia de la filiación divina Dios la reveló de modo especial al joven don Josemaría en el año 1931. Desde aquel día procuró vivir todo como un hijo de Dios, poniendo la filiación divina como fundamento de lo que quería transmitir a los demás y viendo a los demás siempre como hijos de Dios.

En el pasado, la imagen que suscitaba la santidad se orientaba más bien a una conducta y a una valentía excepcionales, que correspondían a una persona única. Si bien es cierto que en cada uno la santidad es siempre original, con la originalidad del amor, también es verdad que Josemaría Escrivá ha removido a los cristianos con la convicción hecha vida de que la santidad no es algo insólito; se identifica con la vida cristiana vivida cabalmente, cualquiera que sea el lugar en que uno se encuentre. Lo que vuelve su fe y su camino particularmente actuales es haber creído que los laicos, comprometidos de muchos modos en las responsabilidades familiares, profesionales y sociales, pueden tener una profunda vida interior de unión con Dios. Y lo predicó de modo creíble y eficaz a lo largo de toda su vida.

Muchos santos del pasado señalaron que la santidad es la única meta de la existencia, pero no se había destacado el anuncio evangelizador en medio del trabajo y de la vida cotidiana. Toda la vida y los afanes de San Josemaría desde el 2 de octubre de 1928, fecha de la fundación del Opus Dei, estaban motivados por esta misión para la salvación del mundo. Lo que en definitiva dio sustancia a su carisma fue creer que Dios envió al Hijo a cada hombre, allí donde se encuentre, viviendo hasta el fondo su encarnación. «Dios —decía— envía al Hijo también a ti y a mí», allí donde estemos, donde trabajemos, donde nos relacionemos con nuestros hermanos. Naturalmente, es preciso mantener siempre el contacto con la fuente de la gracia, en los sacramentos y en la liturgia. El encuentro personal con Cristo, en efecto, se realiza máximamente en la Eucaristía y en la Santa Misa. San Josemaría Escrivá buscó con todas sus fuerzas esta centralidad eucarística señalando, con su ejemplo y su incesante predicación, la posibilidad de todos de incorporarse a Cristo con la oración y con la Eucaristía. Pan y palabra, le gustaba repetir.

Para él, Jesús no era un ejemplo para imitar de lejos, una abstracción, un camino moral, sino su Jesús, una persona con la que se vive continuamente. Se puede señalar como un gran tesoro para todos los cristianos su modo de vivir y de enseñar la presencia de Dios durante la jornada con el realismo de lo vivido, ofreciendo el trabajo, recitando una jaculatoria al usar un objeto, uniéndose de inmediato a los sufrimientos de Cristo en las contrariedades de la jornada, dando gracias por todo. Cada noticia le permitía encontrar un aspecto espiritual, cada dolor le suscitaba compasión, cada pecado contrición y misericordia.

«Es preciso convencerse —así escribía en Camino (n. 267)— de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado».

Y esta convicción la ejemplificaba para todos. «No tomes una decisión —decía también— sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios» (n. 266); «Emplea esas santas «industrias humanas» que te aconsejé para no perder la presencia de Dios: jaculatorias, actos de Amor y desagravio, comuniones espirituales, “miradas” a la imagen de Nuestra Señora...» (n. 272). «Acostúmbrate —dice de nuevo en Camino (n. 268)— a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. —Porque te da esto y lo otro. —Porque te han despreciado. —Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes». Contemplar al Señor detrás de cada acontecimiento, de cada circunstancia... (cfr. Forja, 96).

Mirándolo bien, es precisamente esta fe vivida en la presencia de Cristo resucitado junto a nosotros en cada momento lo que constituye el corazón de aquel Opus Dei que Dios le confió: poner amor en el propio trabajo. Sólo así el cristiano, que vive en el mundo solicitado de mil maneras por fuegos fatuos, pero también por infinitas y serias responsabilidades que devoran el corazón por la aprensión, podrá devolver a la propia vida unidad y plenitud, a pesar de los afanes que nunca faltan.

Decía San Josemaría que hay que estar en el cielo y en la tierra, contemporáneamente; es decir, un cristiano debe mantener los pies bien fijos sobre esta tierra para colaborar en la construcción de la ciudad terrena, pero la mirada debe elevarse a lo alto, mirar a lo alto no para evadirse de la realidad, sino para obtener del cielo luz y fuerza para afrontar los problemas de cada día.

Dios confió a San Josemaría una Obra que el Romano Pontífice ha erigido en Prelatura, reconociendo la importancia de volver cada vez más eficaces, en la vida de fieles comprometidos en los problemas del mundo, los dones que Jesús confió a su Iglesia. En concreto, la atención de una formación que ayude a todos a profundizar cada vez más en la intimidad de la vida interior y de extender la presencia de Dios a todos los momentos de la jornada con frutos de caridad en la relación con los demás.

La presencia de tantas personalidades, de tantos Cardenales y Obispos en el día de la canonización, da testimonio de cómo la Prelatura del Opus Dei entrecruza su acción formativa con la pastoral de las iglesias locales, animada por una leal colaboración.

San Josemaría Escrivá exhortó muchas veces a aspirar a la santidad en la vida de familia, santificándose junto a los propios familiares. Siempre vio en la familia de Nazaret el paso necesario para llegar a la contemplación de la Trinidad: la llamaba “la Trinidad de la tierra”.

El ejemplo de María y de José, empeñados en una vida absolutamente normal a los ojos de todos, realiza plenamente la riqueza divina de la vida cotidiana; vivían siempre en presencia de Jesús, trabajaban para él, se amaban humana y sobrenaturalmente. Recurramos también nosotros a María y a José, para que nos ayuden a expresar nuestro agradecimiento al Señor por esta canonización y a formular propósitos de bien para el camino de nuestra vida personal. Amén.


La otra celebración en italiano tuvo lugar el día 9 en la basílica de San Juan de Letrán, y fue presidida por el Vicario del Papa para la ciudad de Roma, Cardenal Camillo Ruini. En su homilía, el Cardenal Ruini describió a San Josemaría como “un contemplativo del rostro de Cristo”: es su profunda unión con Cristo, afirmó el Cardenal, lo que «explica el dinamismo apostólico arrollador que caracterizó su existencia». Terminó encomendando «a la intercesión de San Josemaría, que tanto amó esta tierra italiana y sus raíces cristianas», las esperanzas de los obispos y de todos los católicos italianos para que el duc in altum! del Papa no caiga en saco roto.

Romana, n. 35, Julio-Diciembre 2002, p. 218-226.

Enviar a un amigo