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En el acto en honor de San Josemaría en el Ayuntamiento de la ciudad. Barbastro, 31-VII-2002

Excmo. Sr. Consejero de Cultura y Turismo del Gobierno de Aragón, D. Javier Callizo;

Ilmo. Sr. Alcalde de Barbastro y Presidente de la Diputación Provincial de Huesca, D. Antonio Cosculluela;

Excmo. y Revmo. Sr. Obispo de Barbastro-Monzón, D. Juan José Omella;

Señores Concejales de esta querida Corporación municipal;

Barbastrenses y amigos todos.

Deseo expresar mi más sincero agradecimiento antes de visitar la exposición sobre la vida y las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, que ha organizado el Gobierno aragonés, con la ayuda del Ayuntamiento de Barbastro, la UNED y la Diputación Provincial de Huesca. Celebramos el año del centenario de su nacimiento y faltan pocas semanas para que el Santo Padre lo canonice y la Iglesia universal lo venere entre sus santos.

Aunque el Beato Josemaría tuvo que dejar Barbastro a los trece años, vivió siempre profundamente unido a su tierra de origen. Abundan sus declaraciones —por escrito y de palabra— además de sus cartas, llenas de cariño y afecto, dirigidas a personas que aquí conoció y trató. Volvía su memoria con frecuencia a las raíces y a los ambientes en los que creció y en los que fue madurando su personalidad.

Pensaba en sus queridísimos padres, don José y doña Dolores, que le llevaron por caminos de fe vibrante y de amor grande a la Trinidad Santísima. No ocultó jamás su gratitud a Dios por haberle hecho nacer —estas eran sus palabras— en un hogar cristiano, com suelen ser los de mi país, de padres ejemplares que practicaban y vivían su fe. Y durante toda su vida, a diario, rezaba por las personas de Barbastro, haciendo memoria expresa en sus conversaciones.

No olvidó el colegio de Escolapios en el que estudió; y sus emocionados recuerdos se detenían en el Padre Manuel Laborda de la Virgen del Carmen, que le enseñó la oración de la comunión espiritual al prepararle para la Primera Comunión, o en el P. Enrique Labrador de Santa Lucía, con el que se confesó por primera vez.

Mons. Álvaro del Portillo señaló un detalle muy expresivo en su libro Entrevista sobre el fundador del Opus Dei: el hecho de que el Beato Josemaría conservase muy presentes todos los nombres y apellidos, porque no suele ser lo habitual. Había preguntado su sucesor a muchas personas si se acordaban del nombre del sacerdote que les había bautizado o que les había confesado por primera vez y la respuesta fue siempre negativa. Concluyó con la certeza de que la conducta del Beato Josemaría constituía una muestra de cariño sincero hacia quienes le ayudaron en su infancia y adolescencia.

Lo dejó muy claro Mons. Escrivá de Balaguer al escribir al alcalde de esta ciudad en 1971: Soy muy barbastrino y trato de ser buen hijo de mis padres. Déjame que te diga que mi padre y mi madre, aunque hubieron de salir de esa tierra, nos inculcaron, con la fe y la piedad, tanto cariño a las riberas del Vero y del Cinca. En esta tierra recia, en la que a veces la gente esconde el corazón, os constaba que Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer eludía los homenajes o agradecimientos de cualquier estilo; y vosotros, con “buena ciencia y mejor talento”, procedisteis a otorgarle en 1947 el nombramiento del Hijo Predilecto sin consultarle ni decirle nada previamente. Fue otro motivo para que esta ciudad se metiera en su alma, aunque —con su buena tozudez aragonesa y su simpatía proverbial— logró evadirse del acto público. Su actitud respondía a su lema: ocultarme y desaparecer es lo mío: que sólo Jesús se luzca.

A partir de entonces se inició un largo forcejeo de afecto y gratitud entre aragoneses, que se prolongó hasta la marcha al Cielo de tan ilustre paisano vuestro. El Padre, que os quería muy a fondo, se sentía, a los ojos de Dios y de los hombres, un pobre pecador, y consideraba que no le correspondía recibir esos reconocimientos. Al fin, no hace falta decirlo, fuisteis más capaces vosotros y os salisteis con la vuestra. En 1974 el Ayuntamiento en Pleno, decidió, por unanimidad, concederle la Medalla de Oro de la ciudad “como reconocimiento— señalaba el texto— a los relevantes méritos de ejemplaridad y proyección universal que concurrían en su persona y a su constante atención y preocupación por el perfeccionamiento, en todos los órdenes, de los habitantes de Barbastro y su Comarca”.

Supisteis actuar con la finura y la delicadeza necesarias para tratar a los santos, que son personas que rehúyen cualquier aclamación. Muchos de vosotros recordaréis la última estancia del Fundador del Opus Dei en Barbastro, durante aquellos días de mayo de 1975. Su salud —la había gastado por Dios y por los hombres— estaba entonces muy quebrantada.

En aquel acto de 1975, a la emoción provocada por vuestro sincero afecto, su corazón paterno se hallaba también conmovido por la noticia de la muerte de una persona del Opus Dei. Había preparado su discurso de agradecimiento, y los que participamos en aquella ceremonia fuimos testigos de su conmoción tan lógica y tan humana. Os dijo: Perdonad. Yo estoy muy emocionado, por doble motivo: primero por vuestro cariño; y además, porque a última hora de ayer recibí un aviso de Roma comunicándome la defunción de uno de los primeros que yo envié para hacer el Opus Dei en Italia. Un alma limpia, una inteligencia prócer...

Ahora, desde el Cielo, el Beato Josemaría os sigue con su ayuda constante: en el trabajo, en el dolor y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas y dificultades. Se acudís a su intercesión, vuestro santo paisano os transmitirá su amor a Dios, su entusiasmo y su consuelo, su alegría... y por qué no, su empeño santo, que tan preciso resulta en el camino de la santidad.

Confiad en este barbastrino universal; y tratadle con amistad, especialmente cuando os sintáis desfallecer en el camino hacia el Cielo y en vuestro amor a Jesús, para que os sostenga siempre y para que os lleve a tomar la mano dulce y poderosa de nuestro Señora de Torreciudad. A Jesús —escribió en Camino— siempre se va y se “vuelve” por María.

Romana, n. 35, Julio-Diciembre 2002, p. 315-317.

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