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Participación en un simposio en Logroño

Mons. Javier Echevarría participó el sábado 18 de enero en un acto académico sobre la figura sacerdotal de San Josemaría Escrivá, organizado en el Seminario Diocesano de Logroño. En esta ciudad vio el Fundador del Opus Dei las huellas en la nieve —huellas de un carmelita descalzo— que dieron origen a su vocación sacerdotal y en su seminario se formó entre 1918 y 1920.

El acto, organizado por la Diócesis, estuvo presidido por el Obispo Mons. Ramón Búa, que destacó en su intervención la importancia que tienen para la historia del seminario riojano «las huellas, los vestigios de santidad que quedaron impresas en nuestra ciudad por el paso del santo recientemente canonizado por la Iglesia». También destacó la «cercanía que el Opus Dei tiene con todos nosotros facilitando ayuda espiritual a tantos sacerdotes y seglares de nuestra diócesis, a tantos que quieren responder a ese carisma de la santidad en lo ordinario».

La segunda intervención correspondió a Mons. José Luis Illanes, profesor ordinario de Teología de la Universidad de Navarra. Subrayó la trascendencia que tuvieron para San Josemaría sus años de adolescente en Logroño. El profesor Illanes recordó muchos pequeños sucesos y acontecimientos familiares que sirvieron de contexto para enmarcar la importancia que tuvo lo ordinario en la vida del santo durante esos años. Terminó su intervención subrayando que «los años de Logroño constituyen con plena verdad una encrucijada —e incluso la encrucijada decisiva— en la vida de San Josemaría. Dios comenzó a marcarle un rumbo del que no debía apartarse en lo sucesivo. Y del que, de hecho, no se apartó jamás».

Mons. Javier Echevarría, aludiendo a la predicación de San Josemaría sobre el sacerdocio, recorrió los aspectos más relevantes de la identidad del sacerdote: la santidad sacerdotal como don y tarea, las virtudes humanas, el fundamento de la humildad, la caridad pastoral y la fraternidad sacerdotal. «San Josemaría —señaló— quiso identificarse con Cristo, ser el mismo Cristo, en el ejercicio del ministerio sacerdotal y en toda su existencia. De ahí su vida de oración, su celebración pausada de la Misa, su ‘necesidad’ de permanecer largos ratos junto al Sagrario; y, al mismo tiempo, su urgencia por buscar a las almas para conducirlas, en Cristo, por caminos de santidad».

Al destacar la caridad pastoral como una de las virtudes importantes para el sacerdote, señaló como ejemplo a «San Josemaría, en sus andanzas por los barrios extremos del Madrid de los años 20 y 30, en perenne contacto con la pobreza y la enfermedad, atendiendo a los moribundos, confortando a los enfermos, ilustrando a los niños y a los adultos con la doctrina cristiana. Así gastó su existencia hasta la última jornada: siempre pendiente de los demás, cercanos y lejanos, conocidos y desconocidos: rezaba y se sacrificaba gustosamente por todas las almas, sin excepción».

Romana, n. 36, Enero-Junio 2003, p. 77-78.

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