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Ante el pleno del Gobierno Foral de Navarra, en el acto conmemorativo del 50º aniversario de la Universidad de Navarra. Pamplona, 16-I-2003

Excelentísimo Señor Presidente del Gobierno de Navarra, Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades, Excelentísimo y Magnífico Rector, Queridos Profesores y alumnos, Señoras y Señores.

Quiero comenzar manifestando una sincera alegría al poder saludar cordialmente y con mi mayor afecto a todos los presentes, y agradezco de corazón esta calurosa acogida.

Deseo expresar mi más profunda gratitud a Navarra, en la persona de su Presidente de Gobierno, por la atenta disponibilidad que la Universidad de Navarra ha recibido siempre del Viejo Reino.

La gozosa realidad que hoy contemplamos fue preparada, durante años, por la oración y el sacrificio constantes de su Fundador y Primer Gran Canciller, San Josemaría Escrivá, y alentada después por su inmediato desvelo. Así lo recordaba en 1967: «La Universidad de Navarra surgió en 1952 —después de rezar durante años: siento alegría al decirlo—, con la ilusión de dar vida a una institución universitaria, en la que cuajaran los ideales culturales y apostólicos de un grupo de profesores que sentían con hondura el quehacer docente»[1].

La Universidad nació navarra y, por eso mismo, abierta a todos, universal. La pasión con la que este pueblo ha sabido defender durante siglos su emblemática libertad atrajo la atención de un constante enamorado de la libertad, San Josemaría Escrivá, aragonés de nacimiento y navarro por adopción. Esta tierra amparó los primeros pasos de una empresa abierta a todos, que atestigua que una Universidad puede nacer de las energías del pueblo, y ser sostenida por el pueblo[2].

Navarra ocupó un lugar especial en el corazón de San Josemaría. El 17 de diciembre de 1937, el entonces obispo de Pamplona, Mons. Marcelino Olaechea, buen amigo de antaño, le acogió cuando don Josemaría, joven sacerdote de 35 años, acababa de atravesar la frontera española. Por aquel entonces, ya iba tomando nota de algunas reflexiones personales que se incorporaron luego a su libro más universal, Camino; y hay perfecta constancia de que varios de esos apuntes fueron redactados en Pamplona. Una nueva y prolongada estancia tuvo lugar en junio de 1941, cuando dirigió cuatro tandas sucesivas de ejercicios espirituales, de siete días completos, a sacerdotes de la diócesis, en Burlada.

Personalmente conservo imborrables recuerdos de otros pasos de San Josemaría por esta ciudad, desde aquel 25 de octubre de 1960, en el que, después de la Misa del Espíritu Santo —oficiada en la catedral por el arzobispo de Pamplona, don Enrique Delgado—, en un solemne acto académico se procedió a la erección del Estudio General de Navarra como Universidad; y, por la tarde, en el salón de recepciones del Ayuntamiento, esa excelentísima Corporación, entregó a San Josemaría el título de hijo adoptivo de Pamplona.

Entrañable fue también aquel 21 de noviembre de 1965, fecha en la que el Santo Padre Pablo VI bendijo, en Roma, la imagen de Santa María, Madre del Amor Hermoso, que preside el campus de la Universidad.

Posteriormente, en una luminosa mañana, el 8 de octubre de 1967, San Josemaría pronunció durante la Santa Misa, ante una multitud de más de cuarenta mil amigos de la Universidad, una homilía que condensa el mensaje espiritual que Dios imprimió en su alma el 2 de octubre de 1928: la invitación a encontrarse con Jesucristo en medio de los afanes de la vida corriente: «No hay otro camino, hijos míos —nos decía con su voz cálida y recia—, o sabemos encontrar a Dios en nuestra vida ordinaria, o no lo encontraremos nunca»[3].

También en otra espléndida mañana del reciente mes de octubre, en Roma, Su Santidad Juan Pablo II canonizó a quien había encarnado vitalmente el mensaje de santidad en la vida ordinaria, que —acabo de mencionar— con singular belleza había proclamado una vez más desde la explanada del Edificio de Bibliotecas de la Universidad de Navarra.

Vienen igualmente a mi cabeza y a mi corazón numerosos recuerdos del segundo Gran Canciller de la Universidad, el Excelentísimo Monseñor Álvaro del Portillo, que, con la magnanimidad propia de un hombre de fe gigante y de generosa disponibilidad, supo alentar tantas iniciativas de la Universidad de Navarra, compatibilizando maravillosamente tradición universitaria y progreso científico.

Estos sucesos nos llevan a dar muchas gracias a Dios por tantas bendiciones recibidas, y a continuar trabajando con mayor empeño en esta querida Universidad que tiene la responsabilidad de ser un foco cultural de primer orden[4], a nivel mundial, como quería su santo Fundador. Se ha conseguido mucho en estos cincuenta primeros años, tanto en la docencia, como en la investigación. La Universidad de Navarra comenzó en 1952 con 48 alumnos y 8 profesores; y hoy cuenta con más de 50.000 graduados, 12.000 alumnos y 3.000 profesores y ayudantes. Ha contribuido con aportaciones importantes a la investigación científica y humanística. Me causa verdadera alegría también considerar el servicio que la Universidad ha podido realizar a esta tierra navarra, promoviendo millares de nuevos puestos de trabajo.

Son datos que ponen de relieve el esfuerzo de innumerables personas que, impulsadas por San Josemaría y siguiendo los pasos del primer Rector, el Profesor Ismael Sánchez Bella, han dejado lo mejor de su vida en esta apasionante empresa cultural, que aspiraba entonces —y aspira ahora— a trabajar codo con codo con las demás universidades.

Pero, al compás de la tónica que marcó su Fundador y primer Gran Canciller, estamos convencidos de que es mucho lo que queda todavía por hacer. Así nos lo exige la sociedad a la que desinteresadamente servimos. Se abren ante nosotros nuevos desafíos que reclaman una respuesta, pronta y acorde con el espíritu cristiano y la dignidad de las personas: la necesidad de respetar las normas de la bioética en la investigación, si queremos llegar a resultados satisfactorios —tanto desde el punto de vista ético como científico—, la promoción de la familia, los problemas derivados de la globalización, los retos que plantean los movimientos migratorios, la internacionalización de la justicia, el problema del terrorismo mundial, la erradicación de la pobreza en los países indigentes, la profundización, mediante trabajos interdisciplinares, en el sentido cristiano de todas las ramas de la ciencia y de la cultura, la protección del medio ambiente, la consolidación de una nueva Europa que sea fiel a sus multiseculares raíces cristianas. Son algunas cuestiones actuales que constituyen objeto de fecundo diálogo entre los distintos foros académicos.

Abriga la Universidad de Navarra el deseo de dar, en los próximos años, un salto cualitativo en su investigación, y esforzarse —con renovado empeño— en la formación de mujeres y hombres dispuestos a servir a los demás, para construir una sociedad más justa, “expertos en humanidad” —como nos ha recordado el Papa—, sembradores de paz y de alegría —como gustaba decir a San Josemaría Escrivá—, que sepan poner el arte, la ciencia y la técnica al servicio del bien del hombre; firmemente comprometidos con la verdad. Ajenos a esa neutralidad que, de ordinario, sirve de justificación a un individualismo egoísta y al reduccionismo antropológico; mujeres y hombres tenaces y magnánimos, capaces de llevar el buen nombre de Navarra a los cinco continentes.

Pido a Dios, por intercesión de San Josemaría, que siga derramando sus gracias sobre la Universidad de Navarra y sobre estas benditas tierras por las que su primer Gran Canciller tanto rezó y por las que sintió una muy particular debilidad[5].

Muchas gracias.

[1] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, “La universidad al servicio de la sociedad actual” (1967), en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, p. 145.

[2] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, “Amar al mundo apasionadamente” (1967), en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 120.

[3] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, “Amar al mundo apasionadamente” (1967), en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114.

[4] San Josemaría Escrivá, “La universidad, foco cultural de primer orden” (1960), en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, p. 70.

[5] Cfr. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, “La universidad, foco cultural de primer orden” (1960), en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, p. 70.

Romana, n. 36, Enero-Junio 2003, p. 102-104.

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