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Discurso a los participantes en el 4º Encuentro mundial de las familias (25-I-2003)

1. Estoy con vosotros con el pensamiento y la oración, queridas familias de Filipinas y de tantas regiones de la tierra, reunidas en Manila con motivo de vuestro IV Encuentro Mundial: ¡os saludo con afecto en el nombre del Señor!

En esta ocasión, me es grato dirigir un cordial saludo y la bendición a todas las familias del mundo, que representáis: a todos “gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro” (1 Tm 1,2).

Agradezco al Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, Legado Pontificio, las amables palabras que me ha dirigido, también en nombre vuestro. A él y a sus colaboradores en el Consejo Pontificio para la Familia deseo expresar mi satisfación por el cuidadoso y esmerado empeño que han puesto en la preparación de este Encuentro. Mi viva gratitud también al Señor Cardenal Jaime Sin, Arzobispo de Manila, que os acoge con generosidad en estos días.

2. Sé que en la sesión teológico-pastoral que acabáis de celebrar habéis profundizado en el tema: “La familia cristiana, buena noticia para el tercer milenio”. He elegido estas palabras, para vuestro Encuentro Mundial, con el fin de subrayar la sublime misión de la familia que, acogiendo el Evangelio y dejándose iluminar por su mensaje, asume el necesario compromiso de dar testimonio del mismo.

Queridas familias cristianas: ¡anunciad con alegría al mundo entero el maravilloso tesoro que, como iglesias domésticas, lleváis con vosotros! Esposos cristianos, en vuestra comunión de vida y amor, en vuestra entrega recíproca y en la acogida generosa de los hijos, ¡sed en Cristo luz del mundo! El Señor os pide que seáis cada día como la lámpara que no se oculta, sino que es puesta “sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5,15).

3. Sed ante todo “buena noticia para el tercer milenio” viviendo con empeño vuestra vocación. El matrimonio que habéis celebrado un día, más o menos lejano, es vuestro modo específico de ser discípulos de Jesús, de contribuir a la edificación del Reino de Dios, de caminar hacia la santidad a la que todo cristiano está llamado. Los esposos cristianos, como afirma el Concilio Vaticano II, cumpliendo su deber conyugal y familiar, “se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua” (Gaudium et spes, 48).

Acoged plenamente, sin reservas, el amor que primero os da Dios en el sacramento del matrimonio y con el que os hace capaces de amar (cfr. 1 Jn 4,19). Permaneced siempre aferrados a esta certeza, la única que puede dar sentido, fuerza y alegría a vuestra vida: el amor de Cristo no se apartará nunca de vosotros, su alianza de paz con vosotros no disminuirá (cfr. Is 54,10). Los dones y la llamada de Dios son irrevocables (cfr. Rm 11,29). Él ha grabado vuestro nombre en las palmas de sus manos (cfr. Is 49,16).

4. La gracia que habéis recibido en el matrimonio y que permanece en el tiempo proviene del corazón traspasado del Redentor, que se ha inmolado en el altar de la Cruz por la Iglesia, su esposa, venciendo la muerte para la salvación de todos.

Por tanto, esta gracia, lleva consigo la peculiaridad de su origen: es la gracia del amor que se ofrece, del amor que se consagra y perdona; del amor altruista que olvida el propio dolor; del amor fiel hasta la muerte; del amor fecundo de vida. Es la gracia del amor benévolo, que todo cree, todo soporta, todo espera, todo tolera, que no tiene fin y sin el cual todo lo demás no es nada (cfr. 1 Cor 13,7-8).

Ciertamente, esto no siempre es fácil, y en la vida cotidiana no faltan las insidias, las tensiones, el sufrimiento y también el cansacio. Pero no estáis solos en vuestro camino. Con vosotros actúa y está siempre presente Jesús, como lo estuvo en Caná de Galilea, en un momento de dificultad para aquellos nuevos esposos. En efecto, el Concilio recuerda también que el Salvador sale al encuentro de los esposos cristianos y permanece con ellos para que, del mismo modo que Él amó a la Iglesia y se entregó por ella, también ellos puedan amarse fielmente el uno al otro, para siempre, con mutua entrega (cfr. Gaudium et spes, 48).

5. Esposos cristianos, sed “buena noticia para el tercer milenio” testimoniando con convicción y coherencia la verdad sobre la familia.

La familia fundada en el matrimonio es patrimonio de la humanidad, es un bien grande y sumamente apreciable, necesario para la vida, el desarrollo y el futuro de los pueblos. Según el plan de la creación establecido desde el principio (cfr. Mt 19,4.8), es el ámbito en el que la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1,26), es concebida, nace, crece y se desarrolla. La familia, como educadora por excelencia de personas (cfr. Familiaris consortio, 19-27), es indispensable para una verdadera “ecología humana” (Centesimus annus, 39).

Os agradezco los testimonios que habéis presentado esta tarde y que he seguido con atención. Me hacen pensar en la experiencia adquirida como sacerdote, Arzobispo en Cracovia y a lo largo de estos casi 25 años de Pontificado: como he afirmado otras veces, el futuro de la humanidad se fragua en la familia (cfr. Familiaris consortio, 86).

Queridas familias cristianas, os encomiendo dar testimonio en la vida cotidiana de que, incluso entre tantas dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud el matrimonio como experiencia llena de sentido y como “buena noticia” para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Sed protagonistas en la Iglesia y en el mundo: es una necesidad que surge del mismo matrimonio que habéis celebrado, de vuestro ser iglesia doméstica, de la misión conyugal que os caracteriza como células originarias de la sociedad (cfr. Apostolicam actuositatem, 11).

6. En fin, para ser “buena noticia para el tercer milenio”, no olvidéis, queridos esposos cristianos, que la oración en familia es garantía de unidad en un estilo de vida coherente con la voluntad de Dios.

Proclamando recientemente el año del Rosario, he recomendado esta devoción mariana como oración de la familia y para la familia: rezando el Rosario, en efecto, “Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino” (Rosarium Virginis Mariæ, 41).

Al confiaros a María, Reina de la familia, para que acompañe y ampare vuestra vida, me alegra anunciaros que el quinto Encuentro Mundial de las Familias tendrá lugar en Valencia, España, en el 2006.

Os imparto ahora mi Bendición, dejándoos una consigna: ¡con la ayuda de Dios haced del Evangelio la regla fundamental de vuestra familia, y de vuestra familia una página del Evangelio escrita para nuestros tiempos!

Romana, n. 36, Enero-Junio 2003, p. 12-14.

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