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Entrevista concedida a la agencia de noticias Zenit. Roma, 5-IV-2004

1.- En su declaración tras los atentados del 11 de marzo, usted invita a rezar por los terroristas. ¿Es posible rezar por gente que es capaz de matar de esa manera tan salvaje?

Basta mirar a Jesucristo, Modelo permanente para el hombre. A la luz de su ejemplo se concluye que sí, que es posible rezar cuando se sabe distinguir entre el crimen y quien lo comete. Al pedir por quienes asesinan de modo salvaje, no estamos negando la maldad de su acción ni la necesidad de que sean juzgados según las normas ecuánimes del derecho. No existe justificación ante el mal, la violencia no puede ser defendida. Pero esta intransigencia ante el mal en sí es compatible con algo que está en el corazón de la misión de la Iglesia: el perdón de los pecadores. La justicia no está reñida con la misericordia.

2.- Cristo dice en el Evangelio: “amad a los enemigos”. ¿Qué significa en la práctica amar al terrorista?

Jesucristo invita a vivir la misericordia no sólo con los seres queridos sino también con el enemigo; no sólo con quien obra mal, sino también con quien nos causa daño directa e injustamente. En realidad estamos ante un misterio que resulta indescifrable, aunque de alguna manera se entiende con el prisma de la maravillosa virtud de la caridad. ¿Cómo aplicarlo al caso del terrorista? Rezando por su conversión: es decir, rezando por su redención, más allá de su justo castigo en esta vida.

3.- ¿Es posible perdonar a quien no quiere ser perdonado? ¿Cómo vivir ese perdón en la práctica?

Pienso que es preciso comenzar por la práctica del espíritu de perdón en la vida ordinaria. Necesitamos aprender a perdonar y a pedir perdón, en pequeña escala, en las relaciones familiares, profesionales y sociales. Me atrevería a parafrasear el Evangelio: quien perdona en lo poco, será capaz de perdonar en lo grande. Esa actitud da frutos a gran escala. Es algo que puedo decir que he tocado con las manos en la conducta de San Josemaría Escrivá, que jamás se sintió enemigo de nadie, tampoco de quienes le maltrataban.

4.- En España, en las últimas décadas, me imagino que personas de la Prelatura o cercanas han quedado tocadas por el terrorismo. ¿Cuál ha sido su experiencia?

He tenido ocasión de compartir esa tremenda experiencia con algunos fieles de la Prelatura y con otros católicos, no sólo en España, sino también en otros países, como Colombia, por citar sólo un ejemplo. Son momentos de gran conmoción y dolor. El golpe es tan fuerte que puede arrastrar a la pérdida del control de las propias emociones. Pero he sido testigo, gracias a Dios, de cómo personas afectadas en su familia o en ellas mismas han sabido sobreponerse y afrontar con heroísmo esta situación. En el fondo, se niegan a reconstruir su vida desde el rencor -plantar la semilla del odio es quizá el efecto más diabólico del terrorismo- y deciden continuar su camino cristiano, igual que antes, y quizá mejor que antes. Estoy convencido de que las víctimas del terrorismo cuentan con una gracia especial de Dios, que les presta fortaleza. Y así, acaban siendo para quienes les rodean como la luz en la oscuridad.

5.- ¿Cuáles cree usted que son los elementos fundamentales de la respuesta cristiana al terrorismo islámico?

Es importante no tomar el todo por la parte, no descalificar un conjunto de países formados por cientos de millones de personas, una entera cultura, por la acción de una minoría. Por eso me resisto a usar la expresión “terrorismo islámico”. Pienso que en la victoria sobre el terrorismo también deben jugar un papel importante los propios musulmanes, los muchos ciudadanos pacíficos que aman la libertad y la vida -propias y de los demás- y que practican sinceramente y sin fanatismos su religión. Además, mi experiencia es que los católicos árabes desempeñan una tarea esencial, porque están en condiciones de tender puentes de entendimiento.

Romana, n. 38, Enero-Junio 2004, p. 64-65.

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