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Editorial

Un acontecimiento de gran importancia para la Prelatura en este semestre ha sido el inicio de la fase diocesana de la investigación canónica sobre la vida y las virtudes del primer sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei, el siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo, que falleció en Roma el 23 de marzo de 1994.

La apertura de una Causa de Canonización es siempre un fenómeno de devoción espontánea que nace de la fe viva del pueblo de Dios y del que la Iglesia indaga después su autenticidad y su fundamento.

Como recordó S.E. Mons. Javier Echevarría el 20 de marzo de 2004, durante la sesión de apertura del Tribunal de la Prelatura, «Mons. Álvaro del Portillo ha dejado verdaderamente detrás de sí “un especial legado de admiración y de afecto” (Ex. ap. Pastores gregis, n. 25)», que comenzó muy pronto a producir «signos elocuentes de una extensa fama de santidad»: en particular, miles de narraciones firmadas de favores espirituales y materiales atribuidos a su intercesión.

Cumplidos los requisitos previstos por las Normae servandae in inquisitionibus ab Episcopis faciendis (7-II-1983), nn. 10-14, y verificada la solidez de las pruebas que habían ido surgiendo acerca de la ejemplaridad cristiana de Mons. del Portillo, el Prelado decidió comenzar la investigación procesal sobre su vida y virtudes, constituyendo el Tribunal ante el que pronunció el discurso del 20 de marzo que el lector encontrará en este número de Romana. Merecen ser subrayadas algunas de sus palabras.

Ante todo, el rigor en los trámites de la primera fase de la investigación, y el hecho de que se ha preferido obrar con calma y dejar que pasen diez años de la muerte de Mons. del Portillo antes de comenzar la indagación canónica, sin limitarse, por tanto, al mínimo de cinco años previstos por las Normae. En este período se han preparado publicaciones sobre la fama de santidad en vida, sobre los favores concedidos después de la muerte, sobre el perfil biográfico y la personalidad espiritual del primer Prelado del Opus Dei.

En segundo lugar, la decisión de Mons. Echevarría de dirigir a Su Eminencia el Card. Camilo Ruini, Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma, la petición de designar un Tribunal del Vicariato para escuchar algunos testigos, entre ellos el propio Prelado, varios miembros del Consejo General de la Prelatura y exponentes de la Curia romana. El Cardenal Ruini, después de examinar la documentación sobre D. Álvaro recogida en estos diez años, manifestó en su discurso de la sesión de apertura del Tribunal del Vicariato su convicción sobre «el fundamento de la iniciativa referente a su Causa de canonización. La fama de santidad de Mons. del Portillo aparecía sólidamente fundada y no era necesario esperar más tiempo. Así que me adherí sin ningún tipo de titubeos al proyecto. También la Conferencia Episcopal del Lacio, interpelada por mí, expresó unánimemente su parecer favorable».

Es preciso recordar que el 21 de noviembre de 2003 la Congregación para las Causas de los Santos autorizó que la instrucción de la investigación diocesana fuese seguida aequaliter, es decir, con el mismo grado de competencia, por el Tribunal del Vicariato de Roma y el de la Prelatura. Esto explica las dos ceremonias de apertura de los trabajos de los Tribunales: la del tribunal del Vicariato, que tuvo lugar el 5 de marzo de 2004 en el Palazzo Lateranense, y la de la Prelatura, el 20 de marzo en el Palazzo dell’Apollinare.

Por otra parte, como muchos testigos tienen su residencia lejos de Roma, será necesario que, a través de los oportunos procesos rogatoriales, intervengan otros Tribunales: se trata, por tanto, de una investigación en cuya instrucción intervendrán organismos de distintas diócesis de todo el mundo. Se evidencia así otro aspecto característico de la figura y de la obra de Mons. Álvaro del Portillo que pone de manifiesto su servicio a la entera Iglesia, su espíritu de comunión. A este propósito, merecen ser releídas las palabras del Card. Ruini, en el discurso antes mencionado: «Es digno de hacer notar la prolongada y multiforme actividad desarrollada por Mons. del Portillo al servicio de la Sede Apostólica. La profunda experiencia pastoral madurada junto a San Josemaría, sus probadas cualidades humanas y su competencia teológica y jurídica lo hacían apto para múltiples tareas. Así, ya durante el pontificado de Pío XII fue nombrado Consultor de la Sagrada Congregación de los Religiosos. Juan XXIII le nombró Consultor de la Sagrada Congregación del Concilio (1959-1966) y Calificador de la Sagrada Congregación del Santo Oficio (1960). Durante el Concilio, fue designado entre los primeros Peritos conciliares; fue Secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano, que elaboró el decreto Presbyterorum Ordinis, y Consultor de otras Comisiones conciliares. Pablo VI lo nombró Consultor de la Comisión Pontificia para la Revisión del Código de Derecho Canónico y, después, Consultor y Juez de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, además de confirmarlo como Consultor de la Sagrada Congregación para el Clero. Juan Pablo II lo nombró Consultor de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, además de miembro de la Secretaría del Sínodo de Obispos de 1983. Con nombramiento pontificio, participó en las Asambleas Generales ordinarias del Sínodo de Obispos sobre la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo (1987) y sobre la formación de los sacerdotes (1990). (...) Otro aspecto de notable relieve en el trabajo desarrollado por Mons. Álvaro del Portillo al servicio de la Iglesia es la labor que llevó a cabo en los numerosos viajes pastorales que realizó por los cinco continentes».

Tenemos la seguridad de que, como manifestó el Prelado del Opus Dei, «la Causa de canonización de Mons. Álvaro del Portillo aportará beneficios más que tangibles al pueblo cristiano», y que, «a través de su figura, muchos descubrirán el rostro paterno de Dios que sonríe, anima, perdona». El significado primario de toda Causa de canonización está precisamente en eso: la edificación de las almas, el bien de la Iglesia. Esta Causa permitirá comprender mejor la figura de quien -como ha dicho el Card. Ruini- fue «el hijo más fiel» de San Josemaría y vivió la vida cotidiana haciendo de ella un continuo acto de ofrecimiento a Dios.

Romana, n. 38, Enero-Junio 2004, p. 8-10.

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