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Asturias (España) 4-VII-2008

En la Santa Cueva de la Virgen de Covadonga

Agradezco mucho al señor Arzobispo la oportunidad que me ha dado de hacer la oración a los pies de esta imagen de la Virgen, ante quien rezó con tanta devoción, en distintas ocasiones, San Josemaría Escrivá de Balaguer.

Nuestro Fundador pedía ayuda a Santa María para que se hiciera realidad en cada uno lo que tantas veces, con su palabra y con sus escritos, señaló como la razón más grande de nuestra vida: encontrar a Jesucristo, seguirle muy de cerca, tratarle y darle a conocer.

Si queremos un atajo que nos lleve con toda seguridad a Nuestro Señor, a este único camino que es nuestro Señor Jesucristo —ya que Él ha dicho que es Camino, Verdad y Vida[1]—, recurramos a Santa María, que es la persona que ha tenido el gran privilegio, la gran responsabilidad y el gran acierto de tratar con más cercanía y con más intensidad a nuestro Señor Jesucristo. Sed muy marianas, sed muy marianos, y seremos así mucho más de Cristo. Nos conviene aprender esa lección de que, en todo momento, Ella nos lleva a buscar a Cristo. También cuando por cualquier circunstancia lo hemos perdido o no lo hemos tratado como debiéramos. Ella tiene toda la suavidad de la fidelidad, tiene toda la entereza de la entrega, tiene toda la alegría de quien cumple su deber.

Por lo tanto, ponernos en sus manos es camino seguro, de una parte, para que nos hagamos más íntimos de Jesucristo. Y de otra parte, también para que sintamos la necesidad —sin ningún respeto humano— de hacer apostolado con toda nuestra vida. Estos tiempos, en los que se necesita que los católicos tengamos conciencia de la responsabilidad que nos ha correspondido, —porque, sin más méritos que la bondad y la misericordia de Jesucristo, nos ha elegido para contar con nosotros en esta única Iglesia verdadera— son momentos de vivir con coherencia.

Pues es el momento de vivir con coherencia una predicación con nuestra vida. No se trata de que hagamos cosas raras porque nos están mirando. Si miramos nuestra respuesta cotidiana, descubriremos tantos detalles en los que podemos estar más con Cristo, vivir más pegados a Él.

Además, se está celebrando en esta Archidiócesis el Año de la Cruz. No tengamos miedo a la cruz. San Josemaría, el gran contemplativo itinerante, como lo han llamado en la Santa Sede —con los decretos de beatificación y canonización—, ha enseñado un camino estupendo, el de la lux in cruce, requies in cruce, gaudium in cruce, la luz, el descanso, la alegría en la cruz.

La luz verdadera tiene esa cruz salvadora. Y a veces cuesta, pero es tan amable encontrarse en el trono de Jesús. Requies in cruce... Ahí podemos descansar dejando todas las pequeñas o grandes preocupaciones que tengamos. Sentid la bondad del Señor, meteos en sus llagas y os sentiréis comprendidas y comprendidos. Y, finalmente, gaudium in cruce: que experimentemos siempre que estar con Cristo es estar cerca de la cruz; y estar cerca de la cruz es estar con Cristo, que es la infinita felicidad que quiere traernos a nosotros también, pidiéndonos que sepamos renunciar a ese yo. Un yo que, como decía San Josemaría, es el mejor amigo que tenemos y, al mismo tiempo también, el peor enemigo. Pues procuremos rechazar todo lo que nos aparte de Dios.

No quiero terminar sin pediros, no para que lo hagamos solamente ahora, sino para que lo hagamos constantemente: que acompañéis al Papa, que le queráis con toda el alma, que os sintáis hijos de tan buen Padre común y que le acompañéis también en este viaje que va a emprender. No esperaba que el Señor le pusiese esta carga sobre sus hombros. La ha aceptado con entera generosidad, y esta aceptación le lleva a querer servir allí donde le piden las almas que le están esperando.

En este viaje que va ha hacer, largo, cansado, que supone un cambio de husos horarios, que supone también un cambio de orden en su vida con respecto al de Roma, necesita el cariño, necesita la oración, necesita que nosotros ofrezcamos alguna expiación por el Papa. Os puedo decir que a todos nos lleva en su alma, que de todos espera una correspondencia generosa, que quiere que le ayudemos a llevar la Iglesia recordando aquello que dijo en su homilía de inicio del Pontificado: mi programa no es hacer mi voluntad, sino que mi programa es hacer la Voluntad de Dios[2].

Pues con María, con los santos que tenemos en el cielo y —yo lo digo con toda sinceridad y también con necesidad— con la intercesión de San Josemaría, pedimos por la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los seminaristas y por el pueblo de Dios. ¡Que todos somos Iglesia! Aquí no hay unos que sean más Iglesia. Vosotros también sois Iglesia y tenéis la responsabilidad de querer hacer las cosas santificándoos para santificar, santificándoos para ayudar, santificándoos para llenar este mundo nuestro de la alegría de Dios.

Que Dios os bendiga. Yo voy a hacer ahora un tiempo de oración.

[1] Cfr. Jn 14, 6.

[2] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005, 4.

Romana, n. 47, Julio-Diciembre 2008, p. 284-285.

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