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El desarrollo de las sociedades

Bernardo M. Villegas

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Harvard

Vicepresidente de Investigación de la University of Asia and the Pacific (UA&P;)

Presidente del Center for Research and Communication

Introducción

Desarrollo es una palabra que se usa tanto por los estudiosos de las ciencias sociales como por los diseñadores de políticas y los que las ponen por obra. Para distinguir los distintos matices del término se le aplican varios adjetivos, tales como: desarrollo económico, desarrollo sostenible, desarrollo humano y desarrollo socio-cultural.

En este escrito me propongo presentar las diferentes interpretaciones que se dan a la palabra “desarrollo”, empezando por los programas de las agencias internacionales y de los gobiernos nacionales. Después examinaré estos programas a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Y finalmente citaré ejemplos de iniciativas que pueden contribuir a obtener un auténtico desarrollo humano en todo el mundo, inspiradas en las enseñanzas de San Josemaría, Fundador del Opus Dei.

Objetivos de desarrollo para el milenio (The Millennium Development Goals, MDG)

Desde que el Papa Pablo VI enunció que «el desarrollo debe promover a todos los hombres y a todo el hombre» (Populorum progressio, 14), mucho han hecho los líderes mundiales para pasar de un progreso meramente económico (medido por el aumento del PIB de una nación), a un desarrollo humano íntegro. Uno de los mayores esfuerzos es el de Naciones Unidas, que ha movilizado a todos los estados miembros, a lo que llaman UN Millennium Development Goals. El documento MDG recoge un proyecto que comprende todos los aspectos del desarrollo humano. Se trata de un documento aprobado por todos los estados miembros y por otras importantes instituciones de desarrollo.

Los ocho objetivos de MDG son (1) erradicar la extrema pobreza y el hambre; (2) lograr la enseñanza primaria universal; (3) promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer; (4) reducir la mortalidad infantil; (5) mejorar la salud materna; (6) combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; (7) garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; (8) fomentar una asociación mundial para el desarrollo.

La ONU publicó en 2006 un informe sobre cómo se están obteniendo estos objetivos. En cuanto al objetivo (1), Asia va a la cabeza en el descenso de la pobreza global. Desde 1990 a 2002, la proporción de pobreza extrema bajó rápidamente en casi todo el continente, donde el número de gente que gana menos de 1$ por día se ha reducido a un cuarto de millón de personas, casi todas en China. El progreso no ha sido tan rápido en América Latina y en el Caribe, donde hay una proporción de gente pobre mayor que en el sureste de Asia y Oceanía. Las tasas de pobreza en Asia occidental y norte de África entre 1990 y 2002 siguen igual, y han crecido en las economías transicionales del sureste europeo y en la Comunidad de Estados Independientes (CIS). En África subsahariana, aunque la tasa de pobreza ha bajado ligeramente, el número de gente que vive en extrema pobreza ha aumentado en 140 millones. La buena noticia es que muchos países subsaharianos muestran signos de crecimiento que podrían aumentar notablemente la calidad de vida.

José Antonio Ocampo, subsecretario general para asuntos económicos y sociales de la Naciones Unidas, escribió en el prólogo del informe: «somos conscientes que la disparidad de progreso entre, y dentro, de los estados es enorme, y que los más pobres, generalmente se encuentran en áreas remotas, y se están quedando cada vez más atrás. Mucho más puede y debe hacerse, tanto por los países desarrollados, como por los que están en desarrollo, con el uso más efectivo de la ayuda exterior y el uso de sus recursos».

Modelos de desarrollo

En los últimos 50 años, los países que han logrado mejorar los objetivos de MDG, especialmente en lo que se refiere a la erradicación de la pobreza extrema y el hambre, y a la universalización de la educación primaria, son las “economías milagrosas” de Asia oriental, es decir, Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong. En sólo una generación, estas regiones han pasado de la condición tercermundista a países industrializados que han erradicado prácticamente la pobreza y el desempleo. Como opina el famoso economista norteamericano Paul Krugman en su artículo titulado “El mito del milagro asiático”, el espectacular crecimiento de las economías de Asia oriental en los últimos 30 años del siglo XX y el rendimiento actual de las economías gigantes de China e India se debe atribuir sobre todo al masivo e inteligente uso de los recursos humanos. Lo cual confirma la experiencia de que las personas son el mejor recurso de cualquier sociedad. No obstante el avance espectacular de la tecnología en los últimos años, el trabajo humano sigue siendo, igual que ayer, la primera razón del éxito de las economías emergentes.

Con referencia al muy aireado “milagro económico” de Singapur entre 1966 y 1990, Krungman comenta que «el milagro se basó en un caso de transpiración más que de inspiración. Singapur creció gracias a una acumulación de recursos. El porcentaje del empleo subió del 27 al 51%. La media del grado de educación de los empleados dio un gran salto: en 1966 más de la mitad de los trabajadores no habían recibido ninguna educación formal, pero en 1990, dos tercios tenían educación secundaria».

Esta movilización masiva de recursos humanos fue posible por las altas miras de los funcionarios públicos, que permitieron gran libertad de iniciativa económica a los individuos. Además de respetar las fuerzas del mercado, dentro de límites razonables, el estado de cada una de estas economías de Asia oriental llevó a cabo su papel indispensable en la construcción de infraestructura, y veló por la paz y el orden, y por la administración de la justicia. El estado cuidó las esferas fiscales y monetarias de la economía, controlando la inflación y animando a altos niveles de ahorro doméstico. Las inversiones públicas fueron dirigidas con buen juicio hacia la ampliación de la educación y la seguridad social. Si usamos terminogía occidental, se podría decir que en vez de adoptar las formas duras del capitalismo, supieron mezclar la política social con las fuerzas del mercado. Y, sin quizá proponérselo, siguieron el modelo de mercado social de los alemanes bajo Konrad Adenauer.

En contraste con estas florecientes economías del Asia oriental, casi todas las economías latinoamericanas siguieron un modelo socialista e intervencionista que suprimió casi toda la iniciativa de libertad económica con excesivas regulaciones, y políticas proteccionistas y ultranacionalistas. Este modelo engendró un sinfín de industrias ineficientes y descuidó gravemente el desarrollo rural y agrícola, en detrimento de la multitudinaria población que vivía en el campo. En los últimos diez años del siglo pasado, muchos de estos países —junto con India y China— escarmentaron y empezaron a introducir más políticas orientadas al mercado con distintos grados de desregulación, privatización y liberalización. Hoy día las grandes economías emergentes que auguran auténtico desarrollo para los próximos veinte años son Brasil, Rusia, India, China y esas naciones del sureste asiático como Indonesia, Vietnam, Filipinas y Tailandia. A estas naciones se les empieza a designar en círculos financieros con las iniciales BRICA (Brasil, Rusia, India, China y las naciones del sureste asiático). Todas ellas tienen como común denominador un gran énfasis en la libertad de iniciativa económica y un estado socialmente responsable que crea un atractivo clima de inversiones ofreciendo adecuadas infraestructuras, estabilidad macroeconómica y capacidad de gobierno.

La Doctrina Social de la Iglesia

Es muy posible que estas economías emergentes se encuentren entre las que consigan los objetivos del MDG para el año 2015, como China ha demostrado en los últimos veinte años. Pero la Doctrina Social de la Iglesia se propone objetivos más altos para que haya auténtico desarrollo humano. Según escribió el Papa Pablo VI en Populorum Progressio (21), para el desarrollo se deben superar los mínimos educativos del ser humano, y evitar «las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones». El desarrollo se vuelve más humano cuando aumenta la consideración de la dignidad de los otros, cuando se orienta con espíritu de pobreza, con cooperación hacia el bien común y con voluntad de promover la paz.

Más humano todavía: «el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres».

Estas palabras del Papa Pablo VI nos recuerdan que el bien común no se puede definir como “el mayor bien para el mayor número de personas” (un peligroso principio de utilitarismo que comparten muchas pseudodemocracias). Es más correcto definir la democracia como un orden jurídico o social que permite a cada miembro de la sociedad alcanzar su máximo desarrollo económico, político, cultural, social y espiritual. El desarrollo ha de beneficiar a cada persona individual, en su cuerpo y alma.

Los cristianos no deberían vacilar al exponer la importancia de la dimensión religiosa del desarrollo humano. Deberían proponer, sin imponerlo, la verdad de que Dios tiene un plan de amor para la persona humana. Según aparece en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia (34), «En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia. Los Padres Conciliares, en la Constitución pastoral Gaudium et spes (24), enseñan que “el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Juan 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (Cf. Lc 17,33)».

De hecho, en los nn. 24 y 25 de Gaudium et spes encontramos un proyecto que excede en mucho las aspiraciones de Millennium Development Goals. De una manera sistemática presenta los temas de la cultura, de la vida económica y social, del matrimonio y la familia, de la comunidad política, de la paz y comunidad de los pueblos, bajo la luz de la antropología cristiana y de la misión de la Iglesia. La persona es siempre el punto de arranque y el punto de vista a través del cual se considera lo demás. Este documento subraya constantemente la verdad de que el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma. Por primera vez, el Magisterio de la Iglesia, en su más alto nivel, habla con detenimiento sobre los diferentes aspectos temporales de la vida cristiana. No debería sorprender que la atención dedicada por la Constitución Apostólica a los cambios psicológicos, políticos, económicos, morales y religiosos, haya estimulado el interés pastoral de la Iglesia por los problemas humanos y su participación en los asuntos temporales.

Además de la famosa definición del auténtico desarrollo humano, Pablo VI es famoso también por otra frase de su Encíclica Populorum progressio (76, 87): «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz». El Papa esboza un desarrollo integral del hombre y un desarrollo solidario con toda la humanidad (21, 42). Estos dos temas deben ser considerados como los ejes sobre los que la Encíclica se estructura. El Papa, en su afán de convencer al lector de la urgente necesidad de una acción solidaria, presenta «el verdadero desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas», y pasa a indicar cuáles son sus características. Este paso o transición no se limita a las dimensiones económicas y tecnológicas, sino que implica para cada persona la adquisición de cultura, el respeto por la dignidad de los demás, el reconocimiento del bien supremo y del mismo Dios autor de todas las bendiciones. Ha de ser un desarrollo que beneficie a todos, que responda a la demanda de justicia a una escala universal, que garantice la paz mundial y haga posible la adquisición de un “humanismo completo” guiado por los valores espirituales.

Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, entonces el trabajo humano es el camino para el desarrollo, como han demostrado las acertadas historias de las economías de los países del Asia oriental que hemos referido anteriormente. En la Encíclica Laborem exercens (1981), el Papa Juan Pablo II se refiere al trabajo como un bien fundamental de la persona humana, como el primer elemento de su actividad económica y la clave de toda la cuestión social. Laborem exercens (6) explica a grandes rasgos la espiritualidad y la ética del trabajo en el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. El Papa señala que el trabajo se ha de entender no sólo en un sentido objetivo y material. No se puede perder de vista su dimensión subjetiva, en cuanto que es siempre una expresión de la persona, por muy servil y humilde que sea ese trabajo en un sentido objetivo. Siendo el trabajo, además, el paradigma decisivo de la vida social, tiene toda la dignidad de entrar en el contexto en que la vocación natural y sobrenatural de la persona debe encontrar su cumplimiento.

Otra percepción original de Juan Pablo II que ha contribuido a obtener un desarrollo auténticamente humano es el haber añadido a la lista de los derechos humanos el de “la libertad de iniciativa económica”. En su Encíclica Centesimus annus (1991), el Papa describe la iniciativa económica como una expresión de la inteligencia humana, y habla de la necesidad de responder a las necesidades humanas de manera creativa y cooperativa (Cf. n. 32). Creatividad y cooperación son signos del auténtico concepto de competición comercial: ese competere es buscar juntos las soluciones más apropiadas para responder de la mejor manera posible a las necesidades que se presentan. El sentido de responsabilidad que emerge de la libre iniciativa económica aparece, no sólo como una virtud individual requerida para un crecimiento humano individual, sino también como una virtud social necesaria para el desarrollo solidario de una comunidad. Como se lee en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia (n. 343), citando la Encíclica Centesimus annus: «En este proceso están implicadas importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para el trabajo colectivo de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna».

Estrategias de desarrollo inspiradas en San Josemaría

San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, siempre unido al Magisterio de la Iglesia, reforzó y, en algunos aspectos, anticipó la doctrina social de la Iglesia, aportando soluciones concretas a los objetivos de un auténtico desarrollo humano. Cincuenta y tres años antes de la Laborem exercens, San Josemaría había empezado a predicar sobre el valor santificante del trabajo ordinario. En una entrevista publicada en la revista española Palabra (octubre 1967), explicó que en la expresión “trabajo santificante” «están implicados conceptos fundamentales de la misma teología de la Creación. Lo que he enseñado siempre —desde hace cuarenta años— es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres. Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales —a manifestar su dimensión divina— y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo; se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei».

El trabajo humano es completamente indispensable para el desarrollo de cada individuo. Como repetía San Josemaría, cada persona debe santificar su trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a otros a través de su trabajo. El trabajo, además de ser una obligación personal, es también una tarea comunitaria, y un requerimiento del bien común. Desde el principio de su labor apostólica en el Opus Dei en 1928, San Josemaría había predicado lo que dijo el Compendio de la doctrina social de la Iglesia (n. 264) casi cincuenta años más tarde: «Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (Cf. 2 Tes 3,6-12). Al contrario, el apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar “vivir en tranquilidad” con el trabajo de las propias manos, para que no “necesitéis de nadie” (1 Tes 4,11-12), y a practicar una solidaridad, incluso material, que comparta los frutos del trabajo con quien “se halle en necesidad” (Ef 4,28). Santiago defiende los derechos conculcados a los trabajadores: “Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Sant 5,4). Los creyentes deben vivir el trabajo al estilo de Cristo, convirtiéndolo en ocasión para dar testimonio cristiano “ante los de fuera” (1 Tes 4,12)».

San Josemaría dedicó gran parte de su vida a enseñar y animar a mucha gente de todo el mundo a contribuir con su trabajo ordinario al bien común. Algunos ejemplos de estas iniciativas privadas imbuidas con el espíritu de solidaridad, que caracterizan las enseñanzas de Juan Pablo II en Laborem exercens y Centesimus annus, se encuentran en una colección de libros titulada La grandeza de la vida ordinaria. Esta colección la publicó la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en 2002, con ocasión del centenario del nacimiento de San Josemaría. En una introducción al Volumen XI, el Dr. Carlos Cavallé, refiriéndose a la gráfica expresión “materialismo cristiano”, acuñada por San Josemaría, escribió lo siguiente: «El humanismo cristiano concede prioridad al bienestar espiritual —que se alcanza como resultado del esfuerzo por lograr la unión con Dios— sobre el bienestar material. Pero, simultáneamente, insiste en buscar la síntesis inseparable entre ambos, puesto que es precisamente a través de las cosas creadas y a través de las actividades honestas de todo tipo realizadas en el mundo, como la mayoría de los cristianos corrientes pueden y deben llegar a la unión con Dios. Este “materialismo” cristiano está en el centro del mensaje del Beato Josemaría.»

«Si nos referimos al campo de la empresa, tema focal de este workshop, observamos que el mensaje del Beato es claro y elocuente. Al señalarnos la aspiración y el deber de todos los cristianos de colocar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas (Cfr. Conversaciones, 59), está diciendo a empresarios y directivos que su deseo de contribuir desde la empresa —cada uno en la medida de sus posibilidades— a construir y mejorar la sociedad civil, y a crear y distribuir riqueza de forma justa y equitativa, debe ir acompañado de la necesaria capacitación profesional, del espíritu de servicio que exige poner a los demás en un primer plano, y de la noble ambición de acercar a todos los hombres a Cristo. Estas son ideas que el Beato Josemaría no solo predicó por todo el mundo, sino que las vivió personalmente en grado heroico, como ha declarado solemnemente la Iglesia.»

San Josemaría había comprendido claramente la libertad de iniciativa que se subraya en los escritos de Juan Pablo II, especialmente en Sollicitudo rei socialis (1987). Pero él veía esta libertad, no sólo desde el punto de vista del que intenta una ganancia legítima por la producción y venta de bienes y servicios, sino también como el derecho del empresario de contribuir al bien común a través de iniciativas no lucrativas. San Josemaría alentó a diversos empresarios a fundar escuelas de dirección de empresa en muchas partes del mundo, con la misión de formar hombres y mujeres de negocios que se dedicaran a trabajar por una sociedad justa y humana a la vez que gestionaran y extendieran sus respectivas empresas con la mejor competencia profesional y responsabilidad social. La primera de estas escuelas fue el IESE (Instituto de Estudios Superiores de Empresa) en Barcelona. Empezó en 1958 alentada directamente por San Josemaría. Hoy el IESE, la facultad de negocios de la Universidad de Navarra, está considerado como una de las mejores escuelas de negocios del mundo. The Economist la escogió como número uno entre las escuelas que conceden el MBA (Master in Business Administration). Lo que distingue al IESE es el empeño por promover, en todos los que participan en sus diversos programas, un serio compromiso por el bien común, como se deriva de las enseñanzas de San Josemaría.

Las palabras del presente decano del IESE, Dr. Jordi Canals, aparecidas en un escrito introductorio al MBA, que vamos a citar aquí, reflejan bien el espíritu de solidaridad que San Josemaría quiso que los líderes encarnaran en su misión corporativa. «El IESE tiene un reconocido historial de innovación. Fue el primero en establecer en Europa un MBA de dos años, y el primero en el mundo en ofrecer un MBA bilingüe. Hoy el IESE es apreciado como una de las mejores escuelas de negocios, con campus en Madrid y Barcelona, y con actividades pioneras en África, Asia, Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Nos proponemos transformar los negocios y la sociedad a través de la educación en la gestión de empresas y mejoramiento de la gestión, contribuyendo así a crear un mundo mejor formando mejores líderes: gente con grandes ambiciones y espíritu de servicio, que equipados con las técnicas y competencias, sean capaces de marcar una diferencia».

La experiencia del IESE ha servido para fundar escuelas de negocios como el IPADE en México, el IAE en Argentina y el Lagos Business School en Nigeria entre otras. En este mundo de economía globalizada, los líderes empresariales pueden ser más eficaces para promover el bien común internacional que las organizaciones gubernamentales.

En el contexto de un país como Filipinas, yo he estado involucrado en otra institución promovida directamente por San Josemaría. Me refiero al Center for Research and Communication (CRC), un grupo de expertos (think tank) privado y escuela de master que ha formado a profesionales en economía empresarial, medios de comunicación, política y educación, haciéndoles conscientes de su obligación de contribuir al bien común de Filipinas. En el volumen de la colección La grandeza de la vida ordinaria al que me he referido, escribí que el CRC ha sido un instrumento para alentar a los profesionales, especialmente a empresarios, a promover el bien común a través del Makati Business Club. Este Club «surgió de los esfuerzos de un pequeño grupo de ejecutivos de negocios que recibieron una formación intensa en la doctrina social de la Iglesia Católica en la década de los setenta, durante un curso de alta dirección ofrecido por el CRC, una labor profesional donde la orientación doctrinal es confiada al Opus Dei.»

Todos los participantes en los programas del CRC se han percatado agudamente del principio de solidaridad que los negocios deben ejercer para promover el bien de toda la sociedad, uno de los temas preferidos de San Josemaría. Lo que oyeron de este santo lo han visto reforzado por el documento del Vaticano II Gaudium et spes, en el que se dice claramente que la gente no puede considerar los bienes materiales como pertenecientes sólo a ellos. Los bienes, aunque en muchos casos sean propiedad privada, han de usarse para el beneficio de todos. La propiedad privada ha de tener siempre una función social.

El Makati Business Club, fundado en 1981, tiene ahora unos 800 miembros de la comunidad empresarial. Se distingue de la tradicional Cámara de Industria y Comercio, que generalmente promueve los bienes inalienables de grupos particulares. El MBC adopta causas para el bien común, tales como reformas democráticas, la erradicación de la pobreza, o el mejoramiento del gobierno. En los últimos veinte años ha contribuido a concienciar a los empresarios filipinos en su responsabilidad de usar sus talentos y sus recursos para promover el desarrollo humano de todos y cada uno de los miembros de la sociedad.

La formación de jóvenes y trabajadores

Las generaciones jóvenes eran la niña de los ojos de San Josemaría. Alentó un amplio abanico de iniciativas para preparar a los jóvenes —de cualquier profesión y ocupación— para su futuro trabajo, y ayudarles a ver este trabajo como una contribución a un auténtico desarrollo humano. En completa sintonía con la doctrina contenida en Laborem exercens del Papa Juan Pablo II, estos proyectos extendidos por todo el mundo están orientados hacia estudiantes universitarios o hacia jóvenes trabajadores mientras adquieren una formación técnica. Casi al mismo tiempo que el CRC comenzara en Filipinas, San Josemaría pidió a un ingeniero italiano con gran experiencia en la formación de universitarios que estableciese el Instituto para la Cooperación Universitaria (ICU). Esta organización movilizó los talentos y la generosidad de miles de estudiantes de todo el mundo, para elevar el nivel de los menos privilegiados, especialmente en Latinoamérica, Asia y África. En una disertación del fallecido Dr. Umberto Farri aparecida en el volumen IX de la colección La grandeza de la vida ordinaria, describe cómo se originó el ICU: «En la primavera de 1966 dejé la dirección de la RUI. El Beato Josemaría me pidió que me ocupase junto a él más directamente del trabajo de formación universitaria a nivel internacional. Pensaba que la amplia experiencia recogida durante aquellos últimos años en tantas residencias universitarias, centros culturales y academias de distintas partes del mundo, podían constituir un hilo conductor que contribuyera a definir y abordar los distintos problemas universitarios que venían planteándose en el mundo y que necesitaban ante todo análisis serenos y soluciones educativas. Era urgente cooperar a nivel internacional para que los universitarios se interesaran por sus problemas, para que entendieran de forma tranquila y constructiva los distintos modos de ver las cosas. Sin más preámbulos, pero con un profundo intercambio de ideas y de experiencias entre jóvenes docentes universitarios de distintos ateneos italianos y de otros países europeos, y para responder a las sugerencias del Beato Josemaría, se redactaron las líneas programáticas del ICU, el Instituto de Cooperación Universitaria, durante un Congreso que tuvo lugar en Villa Falconieri (...) Los participantes fueron también a nivel individual el objetivo primario e inmediato del ICU, una asociación de universitarios dirigida a facilitar a escala internacional la cooperación y el desarrollo a través de proyectos de formación, de investigación y de enseñanza para abordar los nuevos desafíos de la universidad en el mundo, con especial atención a las necesidades de los países recientemente independizados».

Desde aquel momento, el ICU ha sido un cauce para que estudiantes universitarios, trabajando bajo la supervisión de profesionales con experiencia, puedan contribuir con sus talentos, sus recursos materiales y su tiempo a promover obras sociales en países en desarrollo como Perú, Filipinas, China y Vietnam.

Sin tratar de ser exhaustivos, otro ejemplo de cómo San Josemaría ha sido fuente de inspiración para una empresa con implicaciones de gran alcance en la vida rural de países en desarrollo, hay que citar las Escuelas Familiares Agrarias. Como ya escribimos al principio al referirnos a los modelos de desarrollo, todos los economistas están de acuerdo en que la pobreza masiva está directamente relacionada con la pobreza rural. Entre todos los sectores económicos, el factor más crucial para remediar la pobreza en las áreas rurales es el capital humano, y particularmente la educación y formación de los jóvenes en el sector agrícola.

Felipe González de Canales y Jesús Carnicero cuentan, en su libro Roturar y Sembrar, el importantísimo papel que jugó San Josemaría para extender estas Escuelas Familiares Agrarias por todo el mundo. «Esta preocupación por la gente del campo, por su dignidad, se traducía en la necesidad de establecer unos proyectos que permitieran a los campesinos echar raíces en los pueblos, evitando así la tentación de buscar en el medio urbano lo que echaban de menos en el campo. Estaba claro que los principales receptores de estos proyectos, de esta formación, tenían que ser los jóvenes, pero sin abandonar a los padres.

»Elegir los jóvenes como los principales destinatarios del trabajo de las EFA que habían de crearse tres o cuatro años después, tenía sus motivos: evitar que abandonaran el campo, privando al medio rural de sus mejores recursos, y al mismo tiempo, poner a su disposición medios culturales y profesionales adecuados, para que fuesen capaces de labrarse su futuro y el de sus hijos.

»El Fundador del Opus Dei tenía esto muy claro. Ya en 1930 había dejado escrito el trabajo que llevarían a cabo hijos suyos para dignificar la vida y el trabajo de las familias del campo...

»San Josemaría se alegró mucho al comprobar que se formaba a los alumnos en un ambiente de libertad y responsabilidad y que los monitores convivieran con ellos y los educaran con autoridad pero sin autoritarismo. Les pidió información sobre la implicación de los padres, la convivencia, los resultados humanos y profesionales y su repercusión en el conjunto de los pueblos de la comarca. San Josemaría veía la EFA como un instrumento para ayudar a los agricultores a través de la formación que impartían y del dinamismo que provocarían en todo el medio por su carácter asociativo y de estímulo social. “Esa labor que pretendéis implantar, os tendrá que llevar a realizar una gran catequesis para llegar, a través de la Asociaciones de padres, al conjunto de la sociedad rural”. Y les aclaró que por la extensión e implicación de personas y por su repercusión en la sociedad campesina, esa iniciativa sería personal, no corporativa del Opus Dei».

Conclusión

Las iniciativas promovidas directamente por San Josemaría y las incontables que han surgido en todo el mundo como resultado del espíritu cristiano del Opus Dei, se ajustan completamente con el ideal de auténtico desarrollo humano, como está definido en las encíclicas sociales: desarrollo de todos los hombres y para todo el hombre. Él siempre insistió en que, entre un centenar de almas, un cristiano ha de estar interesado en ayudar a las cien. Y antes de que la expresión “crecimiento sostenible” se pusiera de moda, San Josemaría tenía en mente el bienestar material y espiritual, no sólo de la generación presente, sino de todos los seres humanos que ocuparían el planeta hasta el fin del mundo. Como decía a Ted Szulc, en una entrevista para el New York Times el siete de octubre de 1966 (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 57): «El Opus Dei es todavía muy joven. Treinta y nueve años para una institución es apenas un comienzo. Nuestra tarea es colaborar con todos los demás cristianos en la gran misión de ser testimonio del Evangelio de Cristo, en recordar que esa buena nueva puede vivificar cualquier situación humana. La labor que nos espera es ingente, es un mar sin orillas, porque mientras haya hombres en la tierra, por mucho que cambien las formas técnicas de la producción, tendrán un trabajo que pueden ofrecer a Dios, que pueden santificar. Con la gracia de Dios, el Opus Dei quiere enseñarles a hacer de ese trabajo un servicio a todos los hombres, de cualquier condición, raza y religión. Sirviendo así a los hombres, servirán a Dios.»

Bibliografía

PABLO VI, Populorum progressio, 1967

JUAN PABLO II, Laborem exercens, 1981

Sollicitudo Rei Socialis, 1987

Centesimus Annus, 1991

CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes

Compendio de La doctrina social de la Iglesia, Planeta 2005

SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Rialp

Conversaciones con Monseñor Escrivá, Rialp

United Nations Development Program Human Development Report, 2006

United Nations Millennium Development Goals Report, 2006

PAUL KRUGMAN, The Myth of Asia's Miracle, it.edu/krugman/www/myth.html

FELIPE GONZÁLEZ DE CANALES y JESÚS CARNICERO, Roturar y Sembrar, Rialp 2005

La grandeza de la vida ordinaria, Vol. IX y XI, Edizioni Università della Santa Croce, 2003

ÁNGEL RODRÍGUEZ LUÑO, La formación de la conciencia en materia social y política según las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, Romana nº 24 (enero-junio, 1997).

Romana, n. 47, Julio-Diciembre 2008, p. 360-370.

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