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“Una lluvia de gracias”, tras la beatificación de Juan Pablo II, “Avvenire”, Italia (4-V-2011)

Una grandísima alegría reúne hoy a la Iglesia: el gozo por la beatificación del amadísimo Papa Juan Pablo II, a quien todos nosotros hemos escuchado, venerado y seguido en los largos y fructuosos años de su ministerio como Pastor Supremo. La fama de santidad de que ya gozaba en vida, que tanto ayudó a la Iglesia también con motivo de su tránsito, adquiere ahora un vigor nuevo. El reconocimiento de sus virtudes heroicas así como de una curación milagrosa atribuida a su intercesión, ha abierto el camino para su inscripción en el número de los bienaventurados, que el Papa Benedicto XVI llevó a cabo el domingo.

Cada declaración de santidad proclama la gloria de la Trinidad. Pero hay algunas, como la beatificación de Juan Pablo II, que influyen sobre millones de personas. Lo vimos cuando el Señor lo llamó a su presencia, hace seis años, y estoy convencido de que sucederá lo mismo en estas jornadas. Si invocamos con fe la intercesión del nuevo beato en todas las necesidades, grandes o pequeñas, personales y colectivas, se derramará desde el Cielo una lluvia de gracias sobre la humanidad entera.

Considerando las repercusiones que la vida y la muerte de Juan Pablo II han tenido sobre muchísimas personas, me viene a la mente un pensamiento de Camino, con el que san Josemaría Escrivá de Balaguer puso de relieve la importancia de responder fielmente a Dios cuando Él llama. Escribió el fundador del Opus Dei: «de que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes».

Esto es lo que ha sucedido en el caso de Juan Pablo II. Desde su juventud respondió con un sí decidido a las repetidas llamadas del Señor: para ser sacerdote, luego obispo y finalmente para aceptar el peso de servir a la Iglesia como Sucesor de Pedro. En todos los casos, como el entonces Cardenal Ratzinger hizo notar en la homilía de la Misa exequial por el Papa Wojtyla, tuvo que renunciar a los legítimos proyectos que se había hecho.

Juan Pablo II se mantuvo siempre en esta misma línea de total entrega. «En el primer período de su pontificado —decía el Cardenal Ratzinger en la homilía a que me refería anteriormente— el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: “Otro te ceñirá...”. Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre, anunció infatigablemente y con renovada intensidad el Evangelio, el misterio del amor hasta el fin (cfr. Jn 13, 1)».

Deseo añadir que siempre me han impresionado las coincidencias de amor a Dios que se dan en la vida del beato Juan Pablo II y en la de san Josemaría. Los dos se entregaron completamente al Señor recurriendo a la intercesión de la Virgen; los dos, conscientes de la poquedad de la criatura, fueron muy devotos de la Divina Misericordia: recitaban con mucha piedad las palabras para invocar a Dios Padre Misericordioso propias de esa devoción.

Confiemos estos propósitos también a santa María y así llegaremos a ser, como decía Juan Pablo II, totus tuus.

+ Javier Echevarría

Prelado del Opus Dei

Romana, n. 52, Enero-Junio 2011, p. 96-97.

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