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Comienza la fase instructoria de la causa de canonización de Dora del Hoyo

El 18 de junio Mons. Javier Echevarría presidió en Roma la sesión de apertura de la fase instructoria del proceso canónico sobre la vida y virtudes de Dora del Hoyo. El acto tuvo lugar en la sede de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

Dora del Hoyo nació en Boca de Huérgano (León, España), en 1914. Después de efectuar unos estudios elementales, empezó a trabajar como empleada del hogar, labor que ejerció con profesionalidad y pasión hasta pocas semanas antes de su fallecimiento, el 10-I-2004.

En 1939 se trasladó a Madrid. Después de trabajar en casa de varias familias, en 1944 comenzó a ejercer su profesión en la Moncloa, residencia universitaria donde conoció a san Josemaría. En marzo de 1946 pidió la admisión en el Opus Dei. En diciembre de ese año se trasladó a Roma.

Desde su muerte hasta la actualidad, más de trescientas personas —la mayoría, mujeres que ejercen su misma profesión— han escrito testimonios sobre el bien que ha supuesto el ejemplo cristiano de Dora en sus vidas. También constan por escrito más de 450 favores obtenidos de Dios que se atribuyen a su intercesión.

Cumplidos los requisitos previstos por las leyes canónicas y verificada la solidez de las pruebas que habían ido surgiendo acerca de la ejemplaridad cristiana de Dora, el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, decidió comenzar la investigación procesal sobre su vida y virtudes, para lo que constituyó un tribunal. El decreto de nombramiento del tribunal puede verse en este mismo número de Romana, así como el discurso de apertura de esta fase procesal.

Toda causa de canonización apunta al progreso en la vida cristiana de los fieles. Esta causa permitirá comprender mejor la figura de alguien que desarrolló su vida cotidiana haciendo de ella un continuo acto de ofrecimiento a Dios, de servicio alegre en las tareas de la casa.

Dora decidió dedicar su vida a una labor que consideraba fundamental para la Iglesia, la familia, la sociedad y para cada persona. Estaba convencida de que para alcanzar “un mundo feliz”, había que comenzar por crear un hogar sereno, cuidando unas tareas que contribuyen decisivamente al ambiente de armonía y de buen humor.

Sus colegas dan cuenta del prestigio profesional del que gozaba. Mantener limpias unas sartenes o servir la mesa eran para ella una ocasión de amar. Quería encontrar a Dios en la aparente menudencia —heroica— de ofrecer el trabajo bien hecho, con cariño, un día y otro, hasta el final de la vida. Los recuerdos escritos sobre la vida de Dora destacan también su buen gusto y elegancia.

Romana, n. 54, Enero-Junio 2012, p. 138-139.

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