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En la inauguración del año académico y bendición del nuevo oratorio, Universidad Campus Bio-Medico, Roma (13-XI-2013)

Muy queridos hermanas y hermanos de la Universidad Campus Bio-Médico:

Acepté con gran gozo la invitación a celebrar la Santa Misa con ocasión de la inauguración del nuevo año académico. Antes de seguir, deseo recordar que la fundación de esta Universidad y de su Policlínico estaban ya presentes en el pensamiento del Fundador del Opus Dei. Desde el inicio de su trabajo pastoral, san Josemaría estuvo en contacto tanto con el mundo intelectual como con el mundo de los enfermos. Precisamente de ellos —pidiendo oraciones a médicos y a pacientes— obtuvo la fuerza necesaria para hacer el Opus Dei, como Dios le pedía.

Fue siempre un sembrador de caridad, de cariño sobrenatural y humano, que sacaba de su vida eucarística, de la presencia de Jesús Sacramentado, que es el Centro principal también del trabajo que desarrolláis aquí. Os pido una unidad muy fuerte, cotidiana; fraternidad, espíritu de servicio. De vuestro trabajo y de vuestra unidad recibirán beneficio los alumnos y los enfermos que vienen a este lugar, como también sus familias.

La Misa votiva del Espíritu Santo, que nos presenta el relato de la Pentecostés, invita a invocar juntos, como hicieron entonces Nuestra Señora y los discípulos unidos en el Cenáculo, la luz y la fuerza del Espíritu de Dios para cada uno de nosotros y para todo el Campus Bio-Médico.

En la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, hemos leído cómo «de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban y quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse» (Hch 2, 2-4). Su presencia proporcionó a cada uno una fuerza que no era humana; la capacidad de exponerse al peligro, la valentía de no tener ya más miedo a una muerte como la del Señor Jesús, que ellos también sospechaban habrían de sufrir. Al contrario, comprenden el sentido profundo de su muerte, un sentido divino, como medio de redención, y salen para proclamarlo a todos los pueblos, que les comprenden en su propia lengua, porque el lenguaje del cristiano lleno del Espíritu Santo es un lenguaje universal.

Detengámonos a meditar en el hecho de que Jesús, también después de su resurrección, no esconde sus llagas, no oculta la existencia del dolor, del sufrimiento, sino que, al revés, explica a los dos discípulos de Emaús que sus sufrimientos son el camino que es necesario recorrer para entrar en la gloria (cfr. Lc 24, 26). El Evangelio nos ayuda a aceptar este misterio, siempre presente en la vida de cada uno: la cruz de cada día, que estamos llamados a tomar sobre nosotros para seguir a Cristo. Considero ahora el momento actual, no fácil. Pienso en la crisis que sufren varias naciones del mundo, y que se hace notar también en Italia, y, como es obvio, también en el Campus Bio-Médico. Es una crisis en varios sectores: económico-financiero, social, familiar y, también, en el sector educativo, moral, humano.

¡No podemos dejarnos dominar por la resignación y el pesimismo! El Santo Padre recordó hace poco que «cada crisis, también la actual, es un paso, un trabajo de parto que comporta fatiga, dificultad, sufrimiento, pero que lleva en sí el horizonte de la vida, de una renovación, lleva la fuerza de la esperanza»[1]. En cada crisis, incluida la actual, están también los gérmenes de un nuevo comienzo.

Pongamos todo nuestro ser para que esto suceda cuanto antes. Es el mismo Jesús que ahora nos dice, como entonces a sus discípulos, que no tengamos miedo a las adversidades del mundo. Hoy el Espíritu acaba de enseñarnos que la participación en los sufrimientos de Cristo es prenda de la participación en su gloria. Admiro con vosotros cómo ha quedado el retablo de esta capilla. Las escenas de la vida de Jesús, que cura y consuela a los enfermos, puestas alrededor de la imagen del crucifijo esculpido en piedra, constituyen un memorial visible de su sacrificio perenne. Esta representación de Cristo en la cruz preside nuestra Eucaristía y todas las Misas que se celebran en este altar, haciendo presente, actual, el sacrificio de la Cruz. Me han contado que nada más colocar el crucifijo, cuando los obreros y los arquitectos habían dejado libre el presbiterio, se vio a una señora que se acercó y lo besó con devoción. Porque Cristo crucificado nos atrae y atrae a sí todas las cosas. Nuestro trabajo, el estudio, las dificultades y las alegrías, los sufrimientos, todo hemos de ofrecerlo a Él en la Misa, implorando su gracia para el nuevo año académico.

Además de recibir la invitación a unirnos a la Cruz de Jesús, podemos preguntarnos: ¿qué nos quiere enseñar el Espíritu? ¿Cuál es el camino que indica el Espíritu a cada uno de nosotros para sufrir con paciencia las dificultades y vencer con Cristo? No hay duda: es el camino de la caridad. El Señor entrega a los suyos el mandamiento nuevo del amor —«Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34)—, y añade: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14, 15). Es como si Jesús dijera: si me amáis, os amaréis unos a otros como yo os he amado.

El amor a Dios y el amor al prójimo no aparecen nunca separados en el Evangelio: todos nosotros hemos sido llamados a salir de nosotros mismos, a abrirnos a los demás, a las personas que nos rodean; en la familia, en el trabajo y en cualquier circunstancia o lugar en que nos encontremos.

Las palabras del Papa pronunciadas en Cagliari bien pueden aplicarse a la realidad del Campus Bio-Médico, como a la de cualquier otra Universidad: «Aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí. La Universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos —uno de los riesgos de la globalización es éste—, ni tampoco los lleva al extremo haciéndoles ser motivo de enfrentamiento, sino que abre a la confrontación constructiva. Esto significa comprender y valorar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como factor de crecimiento»[2].

Estamos llamados precisamente a valorar y fomentar las riquezas del otro, de cada colega, de cada colaborador, de todas las personas que nos rodean de ordinario. San Josemaría decía: «La caridad, que es como un generoso desorbitarse de la justicia, exige primero el cumplimiento del deber: se empieza por lo justo; se continúa por lo más equitativo...»[3]. Para vivir por tanto la caridad, cada uno de nosotros está llamado, en primer lugar, a desempeñar sus obligaciones del mejor modo posible.

Sin embargo, para amar de modo cristiano no basta limitarse a cumplir con lo que “se debe”, no tratando, quizá, suficientemente bien a los demás. «Para amar —seguía diciendo san Josemaría— se requiere mucha finura, mucha delicadeza, mucho respeto, mucha afabilidad: en una palabra, seguir aquel consejo del Apóstol: llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6, 2). Entonces sí: ya vivimos plenamente la caridad, ya realizamos el mandato de Jesús»[4].

De este modo, si llevamos los unos los cargas de los otros ponemos las premisas de una nueva cultura. En lugar de la cultura del individualismo cerrado establecemos la cultura de la apertura y de la solidaridad. La cultura de la colaboración diaria, propia de quien sabe escuchar con interés el parecer de un colega, de quien dice amablemente, pero de modo claro, las cosas que no entiende, o en las que no está de acuerdo, de quien corrige lealmente en lugar de ceder a la tentación de criticar por la espalda. No es fácil, pero precisamente por esto pedimos la ayuda eficaz del Espíritu Santo, que nos enseña a vivir la caridad y la justicia; sin olvidar que la caridad es una virtud sobrenatural, que nos es infundida por Dios y crece sobre todo por la recepción de los Sacramentos, y en particular en el Sacramento de la Penitencia, que nos prepara para recibir el don grandísimo de la Eucaristía.

Esta mañana, mientras llegaba aquí recorriendo la calle Álvaro del Portillo, pensaba en el ejemplo que nos ha ofrecido este obispo, nuestro hermano y padre, que tuvo la intuición inicial del proyecto del Campus Bio-Médico, y nos dio ánimo decisivo para emprender una actividad tan ambiciosa. La Iglesia lo proclamará pronto beato, presentándolo como modelo de virtudes. Me gusta recurrir a su paterna intercesión sobre todo para que cada uno de nosotros sepa cultivar, en su propio corazón y en su propia vida, el espíritu de servicio, la alegría y la lealtad en el trabajo y en las relaciones humanas. Espero que cada uno de vosotros, siguiendo las huellas de don Álvaro, abra un camino luminoso y llegue a ser un sembrador de paz y de alegría, en todos los lugares donde la vida le lleve, pero de modo particular en el ambiente del Campus Bio-Médico.

Recurramos a la intercesión de María Santísima, que mira siempre con amor materno a cada uno de nosotros. Confiemos a ella nuestras intenciones, nuestro trabajo, también nuestras preocupaciones y sufrimientos, con la seguridad de que la Madre de Dios hablará de todo eso con su Hijo, como hizo en Caná de Galilea. Y Jesús transformará una vez más el agua de nuestra pequeñez en el vino de su grandeza.

¡Alabado sea Jesucristo!

[1] FRANCISCO, Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura, Cagliari (Italia), 22-IX-2013.

[2] Ibid.

[3] Amigos de Dios, n. 173.

[4] Ibid.

Romana, n. 57, Julio-Diciembre 2013, p. 242-245.

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