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Entrevista concedida a Il Tempo, Roma (16-IV-2014)

Andrea Acali

La Iglesia se prepara para la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, dos Papas que manifestaron gran aprecio por la Obra. ¿Qué recuerdos guarda de ellos?

De Juan XXIII recuerdo su bondad excepcional, patente para todos; y de Juan Pablo II me viene a la memoria, sobre todo, su gran espíritu de oración. El Papa Roncalli conocía y apreciaba el Opus Dei desde tiempo antes de que le nombraran Patriarca de Venecia. Durante una audiencia privada le preguntó a san Josemaría la posibilidad de llevar a cabo una labor social en Casa Bruciato, un barrio obrero de Roma. Y pocos años después nació allí el Centro ELIS, que ha proporcionado —y sigue proporcionando— capacitación y formación profesional a numerosos jóvenes de escasos recursos.

De Juan Pablo II, además del afecto paternal que mostró siempre con don Álvaro —y más tarde conmigo, como prelado del Opus Dei—, tengo una imagen grabada en la mente. En el año 2005, cuando ya no podía participar físicamente en el Vía Crucis que se celebra todos los años en el Coliseo, seguía la ceremonia por medio de las pantallas de televisión, aferrado a una cruz de madera. Ya no le quedaban fuerzas para hablar ni para caminar, pero se abrazaba, con toda el alma, a Cristo crucificado.

Acabamos de celebrar el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II en el que Mons. Álvaro del Portillo tuvo un papel relevante: ¿qué pensaba de aquellas sesiones conciliares y de sus consecuencias de futuro?

Aunque don Álvaro trabajó en diversas comisiones conciliares con gran intensidad y dedicación, habló sobre este particular en muy contadas ocasiones; en parte por humildad y también, por la reserva natural que exigían esas tareas. Sólo se refirió en algún momento, y de forma general, a algunos de los cometidos que le encargaron. Se le veía especialmente feliz cuando se destacó, por medio de las enseñanzas conciliares, la misión de los laicos en la Iglesia, y se proclamó, de forma clara e inequívoca, la llamada universal a la santidad que hace Jesús a todos los bautizados.

Otra causa de gran alegría para él fueron los pasos que se dieron durante aquel periodo para la unidad de los cristianos. Ésa era una de las grandes ilusiones de su corazón. Rezaba para que el Señor nos concediera esa unidad, de modo especial durante el Octavario por la unidad de los cristianos, en el mes de enero.

Usted ha vivido durante muchos años junto a don Álvaro: ¿podría resumir su figura en tres rasgos esenciales?

En una de sus cartas nuestro fundador le denominó saxum, roca en latín. Era como decirle que era un punto firme de apoyo. Esta expresión le retrata muy bien. Fue una roca, una ayuda sólida para el fundador y para todos, especialmente desde el fallecimiento de san Josemaría.

Otro rasgo característico suyo es la fidelidad. Como sacerdote y como obispo nos dejó en herencia una lección inolvidable de lealtad a la Iglesia y al Opus Dei. Desde 1975 —año en el que falleció nuestro fundador— hasta 1982 -cuando la Obra fue erigida prelatura personal— nos transmitió fielmente el espíritu de san Josemaría,. Y lo siguió haciendo desde esa fecha hasta su fallecimiento en 1994.

Un tercer rasgo que le define es la paz y la alegría: transmitía una profunda alegría, serenidad y paz a los que le rodeaban.

Por una feliz coincidencia, el anuncio de la beatificación de don Álvaro ha llegado junto con el de la canonización de Juan Pablo II. Entre los dos existió una corriente de profundo respeto y afecto: ¿qué recuerda sobre este punto?

Les unía una amistad profunda, enraizada en la fe en Jesucristo y —por parte de don Álvaro— una clara filiación al padre común en la Iglesia. Recuerdo que un día, a últimas horas de la tarde, Juan Pablo II le recibió en audiencia. El Papa se encontraba muy fatigado tras una dura jornada de trabajo. Don Álvaro se dio cuenta y el Papa le comentó que si a esas horas no estuviera muy cansado, “sería signo de que aquel día no había cumplido con su deber”. Esas palabras del Papa le conmovieron especialmente, y las comentaba con frecuencia.

No olvidaré nunca que, el día en que falleció don Álvaro, Juan Pablo II quiso venir aquí, a la sede central del Opus Dei, para rezar ante su cuerpo yaciente, en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

Ha pasado un año desde la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Papa Francisco. Usted no pierde ocasión para pedir que se rece por el Papa. ¿Qué opina de la decisión de Benedicto y qué es lo que más le ha impresionado de los gestos, aparentemente revolucionarios, de Papa Francisco?

La renuncia del Papa Benedicto XVI significó, para el mundo entero, una profunda manifestación de la humildad y del sentido de servicio que caracteriza a un verdadero pastor de almas.

En cuanto al Papa Francisco pienso que algunos de sus gestos parecen revolucionarios precisamente porque son genuinos y auténticos. Cuando se le ve, en persona o en televisión, se advierte al momento que estamos ante un sacerdote de verdad, interesado por los problemas de cada persona; un sacerdote que te escucha y está dispuesto siempre a la oración. Y eso es, precisamente, lo que todos buscamos; lo que todos deseamos encontrar en cada sacerdote.

San Josemaría decía que el Opus Dei quiere servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida. Sin embargo, alguno ha hablado de un intento de frenar las reformas promovidas por el Papa Francisco.

El Opus Dei no frena nada que el Papa quiera promover. Y pienso sinceramente que a nadie en la Prelatura se le ha pasado por la cabeza la idea de “frenar” al Papa, que goza de la asistencia del Espíritu Santo. El Santo Padre está dando un empuje apostólico profundísimo, que está afectando no sólo a la Iglesia, sino a toda la humanidad.

Además, determinados avances resultan necesarios, porque -por muy bien organizadas que estén-, las estructuras humanas corren siempre el riesgo de no responder a su alta misión: difundir el Evangelio en todo el mundo.

En este sentido, me parece especialmente relevante el impulso que está dando el Papa para que todos los fieles se comprometan en la tarea de la nueva evangelización; su trabajo para revitalizar los organismos dispuestos al servicio de la Iglesia y de los fieles, junto con su afán por hacer ver a todos la misericordia de Dios.

Usted vuelve de algún modo a repetir las “correrías apostólicas” de san Josemaría: desde América del Sur a Tierra Santa, y a la India. Por otra parte, en paralelo con el Santo Padre, que después de la JMJ de Río se prepara para visitar Jerusalén y Corea, con gran solicitud por Asia. ¿Cuál es la situación de la Iglesia en aquellos países? ¿Qué espera de la Obra?

Me he encontrado en cada una de esas estancias con realidades muy diversas, y al mismo tiempo con grandes posibilidades de servicio apostólico a las almas. En algunas regiones del mundo, aunque a veces en Europa cueste entenderlo, no resulta nada fácil ser cristiano. Hay muchos católicos perseguidos a causa de su fe, y otros encuentran grandes dificultades para llevar a cabo la tarea evangelizadora por parte de las sociedades, o de los gobiernos, en los que viven. Precisamente por eso, su ejemplo es particularmente digno de elogio y supone un ejemplo para todos nosotros.

El reto al que se enfrenta cada cristiano —que resulta especialmente evidente en estas áreas, y también en Occidente, como nos ha recordado el Papa Francisco en repetidas ocasiones— es llevar a Cristo a todos, tender puentes de unidad, ayudar a resolver tantos conflictos y transmitir la verdadera cultura de la paz que enseña el Evangelio.

¿Cuáles son los países donde empezará próximamente la labor apostólica del Opus Dei?

Hay muchos países en los que, a pesar de que no hay una labor apostólica estable, viven algunos fieles del Opus Dei o van allí por motivos profesionales o familiares. Cuando tengo la ocasión de hablar con ellos siempre me preguntan cuándo empezará allí un trabajo apostólico estable. Esto sólo lo puede saber de verdad el Señor. Sin duda la sed del Evangelio es fuerte en todo el mundo, hace falta rogar a Dios para que envíe obreros a su mies. Estoy pensando en la posibilidad de empezar en algunos países de Europa, de Asia, de África.

Romana, n. 58, Enero-Junio 2014, p. 64-66.

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