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Entrevista concedida a Giornale del Popolo, Suiza (27-IX-2014)

Giuseppe Rusconi

Mons. Echevarría, partamos de lejos: ¿cuándo, cómo, dónde y por qué el joven Álvaro del Portillo conoció a don Josemaría Escrivá, mientras estudiaba ingeniería?

Se conocieron en la primavera de 1935, a través de un amigo común, Manuel Pérez Sánchez, que había pensado que aquel sacerdote podría ayudar espiritualmente a su joven compañero de estudios. Sin embargo, san Josemaría, antes de conocer a Álvaro, ya rezaba por él, pues su tía Carmen del Portillo, que colaboraba en algunas obras de caridad de las que san Josemaría era capellán, le había hablado muy bien —incluso con un sano orgullo— de aquel sobrino suyo, Álvaro, que según ella era muy bueno y muy inteligente.

En 1936, después del Alzamiento nacional, el joven Álvaro estaba en Madrid —ciudad en poder de los republicanos— con don Josemaría y con algunos compañeros. Mientras el futuro santo consiguió pasar a la zona nacional al año siguiente, Álvaro permaneció en Madrid con otros compañeros y pasó meses dramáticos, fue incluso encarcelado…

Para ser precisos, cuando Álvaro estaba en la cárcel, del 3 de diciembre de 1936 al 27 de enero de 1937, san Josemaría todavía estaba en Madrid. Es uno de los momentos en los que Álvaro demostró una serenidad que sólo puede explicarse a causa de su fe. Por un lado, serenidad para no abandonarse a la desesperación cuando —a pesar de no haber tenido nada que ver con el golpe militar, sólo por su condición de católico practicante— fue encarcelado, con una probabilidad no pequeña de acabar ejecutado. En segundo lugar, serenidad también para perdonar la injusticia y no utilizar esa experiencia como pretexto para el resentimiento o la venganza.

Permanezcamos en el ámbito histórico-político. Hay quien ha acusado al Opus Dei de haber sido una organización muy útil para el franquismo…

El Opus Dei nació en 1928 y se desarrolló a partir de 1930, es decir, antes de que tuviese lugar el Alzamiento nacional de julio de 1936. Se debe recordar que el Opus Dei y el gobierno de una nación actúan en planos completamente distintos. Como escribió san Josemaría, «el único fin del Opus Dei es espiritual» y, por tanto, «no ha entrado ni entrará jamás en la política de grupos o partidos, ni se vinculará a ninguna persona o ideología». El Opus Dei exhorta, ciertamente, a sus miembros para que sean ciudadanos plenamente responsables, pero precisamente por eso les deja la más amplia libertad de elección política, dentro del marco de las orientaciones de la doctrina católica.

Algunos ministros han sido vinculados al Opus Dei en el periodo franquista…

Sí, pero también es verdad que fueron nombrados para el gobierno por su preparación técnica y respondieron libremente a aquella propuesta. Piense, también, que todos los ministros del franquismo (116 en 11 gobiernos diferentes) eran católicos; los que pertenecían al Opus Dei se cuentan con los dedos de la mano. San Josemaría conoció sus nombramientos a través de los periódicos y fue consecuente con su principio de conducta: respetar su libertad. Si no hubiese actuado de este modo, no habría podido ni siquiera defender la libertad de otros hijos suyos de aquel momento y del futuro que tenían opiniones distintas, incluso opuestas.

Ninguno de estos pocos ministros era miembro de la Falange. Por lo demás, en el Opus Dei, junto a algunos simpatizantes del franquismo (en la España de la postguerra la gran mayoría de los españoles simpatizaba: conviene ver la historia en su contexto), ha habido otros con convicciones antifranquistas. Y algunos de ellos fueron objeto de campañas de prensa por parte del partido de la Falange, hasta tal punto que, por ejemplo, en 1953, nuestro fundador, tras haber pedido una audiencia a Franco, defendió enérgicamente a quien había sido atacado en el plano personal por haber escrito un artículo crítico con el gobierno y con el régimen, como el profesor Rafael Calvo Serer.

Regresemos a don Álvaro, que en 1944 era ya sacerdote: ¿cuál fue su papel durante el Concilio Vaticano II? ¿Cómo juzgaba la asamblea conciliar?

Fue perito conciliar y secretario de la comisión conciliar sobre la disciplina del clero y del pueblo cristiano. Además, había trabajado en la etapa anterior, desde 1959, en diversas comisiones para la preparación del Concilio. Los dos libros publicados a finales de los años sesenta, Fieles y laicos en la Iglesia y Escritos sobre el sacerdocio, pueden entenderse como un homenaje al Concilio. Por eso, en esos años se distanció de algunas de las propuestas presentadas por quienes se oponían tanto a la letra como el espíritu conciliar, también si alguna vez se presentaban, de forma abusiva, como aplicación práctica del Concilio. Él era un hombre del Concilio Vaticano II.

Los años que precedieron a la decisión del Papa Juan Pablo II de erigir en 1982 la prelatura del Opus Dei fueron difíciles para don Josemaría Escrivá y para todo el Opus Dei. ¿Cuál fue el papel de don Álvaro en todo esto?

Era consciente de que había heredado, tras la muerte del fundador en 1975, una tarea muy delicada: llevar a término el itinerario jurídico del Opus Dei conforme a la voluntad del fundador, recorriendo el camino de las prelaturas personales abierto por el Concilio; una empresa que afrontó con fe y determinación hasta la meta final. Las dificultades no faltaron, lo cual es comprensible teniendo en cuenta la novedad que comportaba este camino. Quiero añadir que tanto Juan Pablo I como después Juan Pablo II señalaron la necesidad de comenzar el correspondiente estudio.

¿Es verdad que el Papa Pablo VI y Mons. Giovanni Benelli no eran particularmente favorables a las actividades del Opus Dei?

En cuanto a Pablo VI, es absolutamente falso. Con Benelli, desde luego hubo algunos malentendidos durante años, pero más tarde cambió de opinión sobre el papel del Opus Dei en la Iglesia y las relaciones se volvieron muy cordiales, hasta el punto de que fue uno de los primeros eclesiásticos que vinieron a rezar ante los restos mortales del fundador, horas después de su muerte.

A menudo sucede que los pequeños malentendidos, que son una cosa normal en cualquier campo, se presentan al público de una manera exagerada, porque se piensa que si en el guión no hay una cierta dialéctica entre dos partes en conflicto, entonces el público no tendrá interés en seguir ese asunto. Así sucedió con Benelli, y también con otras pocas personas, que en ciertos momentos se han mostrado menos favorables al Opus Dei. Por ejemplo, en 1981 la Santa Sede pidió a miles de obispos su parecer sobre la erección de la prelatura del Opus Dei: pues bien, sólo quince formularon objeciones, por lo demás comprensibles, a las que la misma Santa Sede dio después respuesta.

Desde una perspectiva de fe, debo confesarle que incluso estos pequeños malentendidos han sido útiles para confiar más en el Señor, para ser más humildes (san Josemaría nos recordaba que nadie es «moneda de cinco duros que a todos gusta»), y para explicarnos mejor.

¿Cuáles eran las relaciones entre el Papa Juan Pablo II y el prelado del Opus Dei Álvaro del Portillo?

Don Álvaro era mayor que Juan Pablo II, pero cuando estaba con él, le salía natural sentirse como un hijo pequeño. Al mismo tiempo, existía entre los dos una estima recíproca, una sintonía —incluso psicológica— y una confianza tal, que se puede perfectamente hablar de amistad, de amistad profunda, no sólo de aprecio o reverencia.

¿Cómo se había desarrollado el Opus Dei hasta la muerte, en 1994, del sucesor de san Josemaría Escrivá? ¿Se había modificado en algo la imagen pública?

Entre 1975 y 1994, el Opus Dei había comenzado su actividad en 20 nuevos países, y en muchos ambientes en los que ya se estaba trabajando se había desarrollado todavía más. Durante esos 19 años los miembros de la Obra pasaron de 60000 a 80000. Para quienes se proponen seguir a Cristo aparecer de vez en cuando en la opinión pública como signo de contradicción no es algo raro; de todos modos creo que, al menos en el ámbito católico, durante los años de don Álvaro la imagen del Opus Dei —también por la aprobación de la Prelatura personal— resultó decididamente más conforme a sus trazos auténticos: desde luego, hoy la Obra es comprendida mejor que antes de 1982.

¿Tiene usted algún recuerdo personal especialmente intenso de la cercanía con Mons. Álvaro del Portillo? ¿Puede contarnos alguno?

Tengo muchos, y son tan ricos en significado que no puedo pretender escoger uno como representativo: sería traicionar, de alguna manera, el recuerdo que tengo de él. Me gusta recordarlo, por ejemplo, en el departamento de Pediatría de la Clínica Universidad de Navarra, con los niños con cáncer: su afecto, su atención, sus actos de servicio, la petición que les hacía para que le ayudasen con la oración... Esas escenas me dejaron una impresión muy fuerte, como a esos niños y a sus padres.

Romana, n. 59, Julio-Diciembre 2014, p. 313-316.

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