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Entrevista concedida a Inside the Vatican, Estados Unidos (8-X-2014)

Wlodzimierz Redzioch

El 27 de septiembre será beatificado en Madrid Mons. Álvaro del Portillo, el sucesor de Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei. ¿Qué deberían saber los cristianos del futuro beato?

Álvaro del Portillo fue primero un ingeniero, luego un sacerdote, más tarde un obispo, que amó mucho al Señor, a la Iglesia y a todas las almas. Quizá el rasgo más característico de su personalidad fue el deseo de cumplir fielmente la voluntad de Dios en todo momento.

Tenía una gran simpatía y siempre una sonrisa en los labios; era bondadoso y de una gran delicadeza, en parte heredada de su madre mexicana, doña Clementina, y en parte adquirida gracias a la práctica constante de la virtud de la caridad. El decreto de la Santa Sede sobre sus virtudes heroicas lo califica como un «hombre de profunda bondad y afabilidad, capaz de transmitir paz y serenidad a las almas». El Señor se sirvió de su personalidad para acercar a la Iglesia a muchas personas.

Amaba especialmente el sacramento de la Penitencia. Hablaba siempre de él en sus catequesis. Cuando un periodista le preguntó cuál había sido el momento más feliz de su vida, él respondió inmediatamente: «Cada vez que recibo el perdón de Dios en la Confesión».

Era también un hombre agradecido. “Gracias” y “gracias a Dios” son algunas de las expresiones que más salían de su boca. Las repetía muchas, muchas veces al día.

No faltaba en su carácter el espíritu de servicio continuo a los demás. En los años de juventud, iba con frecuencia a las periferias de Madrid para dar catequesis y ofrecer ayuda material a los más necesitados. Mantuvo esta actitud durante toda su vida.

Siguiendo los pasos de san Josemaría, promovió en todo el mundo numerosas iniciativas sociales a favor de los más necesitados, como el hospital Monkole, en el Congo, o la escuela de capacitación profesional Pedreira, en una favela de Brasil. Difundió esta responsabilidad también entre empresarios y en general, entre hombres y mujeres que disponían de medios económicos. Consideraba estas iniciativas sociales y educativas como un deber que deriva de la justicia y la caridad que tienen que guiar el obrar cristiano: de un amor sincero a todos.

La Iglesia beatifica y canoniza para proponer a los creyentes modelos que se puedan imitar. ¿Cuáles eran los rasgos más destacados de la santidad de Mons. Álvaro que se pueden imitar hoy?

Es difícil hacer un resumen, pero señalaré tres aspectos que me han llamado siempre la atención: su fidelidad, su humildad y su sonrisa. Fue un ejemplo de fidelidad a la Iglesia y a los Papas con los que tuvo relación (desde Pío XII hasta Juan Pablo II), y también de fidelidad a su vocación y al fundador del Opus Dei. En su trabajo pastoral en los diversos continentes hablaba asimismo de fidelidad en la vida matrimonial y familiar, en la amistad, etc. Hacía comprender la fidelidad como una virtud creativa, que exige una renovación diaria, a través de pequeños y continuos actos de amor. Me parece que es un ejemplo importante para una época en la que algunos valores que están en la base de las relaciones familiares y sociales pasan por un momento de crisis.

Me gustaría detenerme también en su humildad: quienes trabajaron con Mons. del Portillo durante el Concilio Vaticano II subrayan que no buscaba nunca imponerse, ni tampoco imponer sus opiniones. A pesar de sus grandes cualidades humanas e intelectuales, quiso vivir siempre sus encargos de modo discreto, tanto los que tuvo en el Opus Dei, en cuyo cumplimiento solo buscaba ayudar a san Josemaría a cumplir su misión, como en la Santa Sede, donde trabajó pensando exclusivamente en la gloria de Dios y en las almas.

En 1975 fue llamado a suceder al fundador, y su programa de gobierno tuvo un solo objetivo: mantener la continuidad. Con sincera humildad, afirmaba que no deseaba nada más que ser la sombra en la tierra de la presencia de san Josemaría. De este modo, seguía un consejo del futuro beato Pablo VI, que en 1976 le dijo que pensase siempre, cuando tuviera que tomar una decisión, en cómo actuaría el fundador.

Finalmente, me parece que también su sonrisa continua, visible a todos, esconde un rasgo destacado de su caminar cristiano: pensar siempre en los demás y olvidarse de sí mismo. Esta actitud hizo de él un hombre feliz y un sembrador de paz y alegría.

Cuál es el milagro obtenido por la intercesión de monseñor Álvaro por el que se ha podido llegar a la beatificación?

El milagro aprobado por el Papa Francisco es la plena recuperación de un bebé chileno, José Ignacio Ureta Wilson, en agosto de 2003. Tras haber sufrido un paro cardíaco de 30 minutos y una hemorragia masiva, no sólo siguió viviendo sino que se recuperó completamente, sin ningún daño neurológico. Sus padres rezaron con gran fe a través de la intercesión de Mons. del Portillo, y cuando los médicos pensaban que José Ignacio había muerto, sin ningún tratamiento adicional, su corazón comenzó a latir de nuevo. Hoy, once años después, lleva una vida de absoluta normalidad.

Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, ya ha sido beatificado y canonizado. Ahora es beatificado su primer sucesor al frente de la Obra (1975-1994). ¿Quiere esto decir que el carisma del Opus Dei ayuda a la santificación personal?

El mensaje del Opus Dei es, precisamente, la llamada universal a la santidad. En este sentido, la beatificación de don Álvaro nos recuerda que todos podemos llegar a ser santos en las circunstancias normales de trabajo, en las relaciones familiares y de amistad, como predicó san Josemaría. Pido a Dios que la prelatura del Opus Dei pueda seguir recordando a muchísima gente esta realidad y pueda acompañar a millones de personas en la búsqueda de Dios a través del trabajo y de la vida ordinaria.

Juan Pablo II ha tenido un papel importantísimo en la historia del Opus Dei. En primer lugar, erigió la Obra como “prelatura personal”. Después beatificó a Josemaría Escrivá de Balaguer (17 de mayo de 1992), y sucesivamente lo canonizó (6 de octubre de 2002). Pero no todo el mundo sabe que primero como Karol Wojtyla y después como Juan Pablo II, mantenía con relativa frecuencia contactos personales con miembros del Opus Dei, y entre ellos con don Álvaro del Portillo. ¿Qué nos podría contar de la relación entre ambos?

San Juan Pablo II y el venerable Álvaro del Portillo se habían conocido durante el Concilio Vaticano II. Después de la elección del cardenal Karol Wojtyla como Vicario de Cristo, hubo entre ellos una profunda unidad y cercanía, manifestada, por parte del prelado del Opus Dei, en una sólida confianza filial.

Pienso que sintonizaron porque eran dos sacerdotes, dos obispos, enamorados de la Iglesia y con un gran amor por las almas. Mons. Álvaro del Portillo admiraba la generosidad y la entrega del Papa santo y procuró secundar fielmente todas las iniciativas de evangelización que proponía. Quizá por esta razón, Juan Pablo II animó a varios pastores a buscar apoyo espiritual en Mons. del Portillo.

Ese contacto filial, de colaboración, era frecuente y se prolongó hasta el último día. Me parece que lo muestra un pequeño hecho: el día antes de morir, don Álvaro escribió una postal desde Tierra Santa en la que, a través del secretario personal del Papa, expresaba su deseo de ser «fidelis usque ad mortem (fiel hasta la muerte) al servicio de la Santa Iglesia y del Santo Padre».

No puedo dejar de mencionar otro recuerdo, porque para mí fue un momento de gracia y de consuelo: Juan Pablo II, cuando falleció Mons. del Portillo, decidió acercarse a rezar ante sus restos mortales en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz. Había entre ellos una gran sintonía espiritual.

Romana, n. 59, Julio-Diciembre 2014, p. 319-322.

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