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Palabras con ocasión de la bendición de las obras de reconstrucción de la antigua rectoría de Pallerols, España (3-IX-2015)

Queridos hermanos y queridas hermanas, queridos hijos y queridísimas hijas:

No puedo ocultar que estoy conmovido al estar en este lugar. Han pasado 78 años desde que nuestro Padre vino por estas tierras, con el corazón encogido por toda la tragedia que asolaba el país, y también pensando en las personas de la Obra que habían quedado en lugares donde corrían riesgos. Parte de la turbación que tuvo aquí era pensar: «No puedo abandonar a estas personas que, siguiendo el camino de la Obra, se han puesto en las manos de Dios». Y por eso dudó y tuvo una angustia seria, porque no quería ser un prófugo ante la realidad maravillosa de tener que ayudar a sus hijas y a sus hijos.

La vida de los santos, lo sabemos perfectamente bien, tiene una trascendencia muy grande. Su paso por la tierra es paso de Dios, porque Dios ilumina sus almas y sus vidas. Y así hizo con san Josemaría. Por eso, cuando hemos rezado, se me ha ido la mente al mundo entero. Pallerols no es solamente un lugar que está enclavado en este territorio. Pallerols forma parte de la vida de muchas mujeres y de muchos hombres que habitan en los distintos continentes, y que quieren seguir las pisadas de fidelidad diaria que emprendió siempre san Josemaría. Por eso no son ajenos: estoy seguro que, conociendo que celebramos esta ceremonia, se habrán unido a nosotros para que todos tengamos deseos de secundar la voluntad de Dios. Admirémonos con verdadera alegría, dándonos cuenta de lo poca cosa que somos, y pensando que este Dios misericordioso, omnipotente, que no tiene ninguna limitación, sin embargo, quiere contar para sus planes divinos con muchas mujeres y con muchos hombres: ¡Digámosle que sí!

Luego leeremos el pasaje del Evangelio de Cristo acompañando a los dos discípulos —a Cleofás y su compañero— por el camino de Emaús.

Nuestro Padre, con esas frases certeras, que sabía emplear y vivir, decía que ahora, después de la Resurrección, Emaús es todo el mundo: Emaús es lugar donde podemos encontrar a Dios y encontrarnos con Dios. Vamos a pedir al Señor seriamente —todas y todos, cada uno y cada una— que, si hay una escama de ceguera en nuestra vida, veamos a Cristo; que nos demos cuenta de que él es el gran compañero. Os sugiero que leáis la homilía en la que nuestro Padre describe esta escena, porque, aparte de que es preciosa desde el punto de vista espiritual, que es lo que cuenta, también lo es en su forma literaria. Tenía esa agudeza de saber descubrir las maneras de alabar a Dios con la naturaleza y con las situaciones de cada momento. Le pedimos al Señor, con Cleofás y su compañero: Quédate con nosotros (Lc 24, 29). Yo se lo he oído comentar a san Josemaría muchas veces. Era siempre una respuesta de amor a ese encuentro con el que viene Cristo a buscarnos. Y tenemos que decirle como los apóstoles “quédate con nosotros”. Nuestro Padre decía que el Señor se quedará si cada uno de nosotros procura vivir una vida de piedad intensa y continuada. Se quedará si somos capaces como él de ponernos al servicio de todos los que con nosotros conviven. Se quedará, también, si sabemos decir que no a todas aquellas manifestaciones con que el diablo quiere engañarnos. Mirad, es muy cierto que Dios quiere quedarse con nosotros. Hagamos lo posible, cada una y cada uno, para quedarnos con el Señor. De esta manera seremos felicísimos y repartiremos la felicidad de Dios y también la humana.

Aprender cómo hizo nuestro Padre: por donde iba, sembraba la alegría de Dios y la alegría de la filiación divina. Cada una y cada uno estamos en las mismas cirscunstancias; con la ayuda de Dios, con la ayuda de ese Señor que no se separa de nosotros, que viene a nuestro encuentro, estamos en condiciones de hacer un apostolado intenso, olvidándonos de nosotros mismos. Gastémonos, como san Josemaría, que terminó su vida gastado físicamente, pero estaba ¡tan contento! de haberse gastado por Dios, por la Obra, por la humanidad.

También os pido que, en esta ceremonia, recemos ardientemente por el Papa, para que sienta la compañía y el cariño de todos los católicos. Al mismo tiempo, os ruego que recéis con mucha entereza y con mucha perseverancia por el futuro Sínodo. Concretamente para que la familia no quede desnaturalizada sino que se afirme lo que Cristo ha instituido como matrimonio y haya muchas familias en el mundo entero que den testimonio del amor que han recibido de Dios viviendo su vida matrimonial y viviendo su vida familiar con la mayor generosidad posible.

Nos ponemos en las manos de la Virgen y le decimos: de una parte, danos la rosa que tu quieres que presentemos a tu Hijo, al Padre y al Espíritu Santo; y al mismo tiempo, dinos qué rosa podemos ofrecerte en el día de hoy y todos los días. Que sea pequeña, pero tan llena de amor como estaba nuestro Padre que, de cuando en cuando, nos daba una rosa y nos decía «llévasela al Señor, llévasela a la Virgen». Pensemos qué vamos a llevar hoy a la Virgen, qué vamos a llevar, con la Virgen, al Señor.

Que Dios os bendiga.

(se lee el Evangelio de Emaús: Lucas XXIV, 13-16. 28-35)

Quería añadir, a las palabras que os he dicho, que no dejéis de rezar y encomendar al arzobispo de esta diócesis, y pedir por su persona e intenciones. Al mismo tiempo no dejéis de rogar y de elevar vuestras oraciones, vuestras plegarias, a Dios, por el vicario general, por todas las autoridades de la diócesis y también por todos los sacerdotes, pidiendo que se multipliquen, pero en progresión geométrica, los seminaristas, para que podamos contar con muchos ministros de Dios en esta diócesis y en el mundo entero.

Romana, n. 61, Julio-Diciembre 2015, p. 299-301.

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