envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

“La Misericordia de Dios valora la libertad humana”, con motivo de la fiesta de san Josemaría, en Acistampa, Italia (26-VI-2016)

La misericordia de Dios valora la libertad humana. Dios nos deja actuar, cuenta con nuestra aportación. Se apoya en la profesionalidad de cada uno: pescadores, profesores, albañiles, artesanos, funcionarios, etc. Cada uno de nosotros puede encontrar en esto una enseñanza bien asimilada por san Josemaría, que comentaba así la invitación que el Señor hizo a Pedro: «¡Mar adentro! Rechaza el pesimismo que te hace cobarde».

Al entregar la propia vida para dar conocer a Jesús —en esto consiste ser pescadores de hombres— encontramos nuestra verdadera dignidad. Como enseña el Concilio Vaticano II, el hombre «no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

El Señor condujo a Pedro a una verdad más elevada: desde la eficacia material a la fecundidad del apostolado.

«Aléjate de mí —había exclamado Pedro mientras estaba en la barca— porque soy un pecador». Como Pedro, también nosotros nos reconocemos pecadores. Por otra parte, al igual que Jesús, nos encontramos en la vida con personas que, inexplicablemente, son alejadas, marginadas, rechazadas, o personas que en el sufrimiento se encierran en su propia miseria y soledad.

San Josemaría comprendió desde joven esta realidad y, como una necesidad de su corazón de pastor, visitó enfermos y abandonados en hospitales o en sus propias casas, muy a menudo en las periferias de Madrid.

En una carta con motivo de la beatificación de mi predecesor, el Papa Francisco recuerda que el beato Álvaro tenía la misma predisposición: «Iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas».

Nosotros, como hizo Cristo con Pedro, podemos despertar asombro en las personas, haciéndoles experimentar el entendimiento, el entusiasmo o la ayuda espiritual y material.

Y al igual que Pedro podemos apoyarnos en nuestro trabajo para otorgar la misericordia de Dios: el maestro, enseñando al que no sabe; el médico, curando a los pacientes con delicadeza; el juez, trabajando con una dedicación seria; el cocinero, preparando la comida para los hambrientos...

E incluso en el trabajo grandioso que es ser padres: vosotros, padres y madres, sois testigos de la misericordia en todo momento de la jornada, desde la mañana hasta la noche, sin descanso, sirviéndoos entre vosotros y criando a vuestros hijos en la alegría del amor. El Papa Francisco dice que «las obras de misericordia son infinitas, cada una con su propio sello, con la historia de cada rostro».

Finalmente, podemos decir con san Josemaría que «la existencia del cristiano» se desarrolla en el «clima de la misericordia de Dios […].Ese es el ámbito de su esfuerzo, por comportarse como hijo del Padre».

Romana, n. 62, Enero-Junio 2016, p. 106-107.

Enviar a un amigo