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Carta pastoral del 14 de febrero de 2017

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

1. Deseaba mucho volver a escribiros, ahora de manera un poco más extensa. Con estas letras quiero haceros partícipes de las conclusiones del último Congreso general, que se ha tenido en Roma en el pasado mes de enero. Lo hago porque, como don Javier en el año 2010, quiero que todos sintáis el peso de la Obra, el peso de las almas, la responsabilidad de llevar adelante esta pequeña familia que formamos. Con toda la Iglesia, aspiramos, en expresión de san Pablo, a reconciliar el mundo con Dios (cfr. 2 Co 5,19): tarea inmensa, que nos superaría si no contásemos con la gracia divina.

A nosotros corresponde, como os escribía con palabras de san Josemaría en mi primera carta como Padre de esta pequeña parte de la Iglesia, redimir y santificar nuestro tiempo, comprender y compartir las ansias de los demás. Retomo ahora el hilo de esas palabras: «No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.

A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida, porque fuera de él no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Hch 4,12)»[1].

Todos con Pedro a Jesús por María

2. El Papa es, para la Iglesia, Pedro que anuncia a Cristo al mundo proclamando la alegría del Evangelio[2]. El Congreso general ha querido reafirmar en primer lugar nuestra unión filial al Romano Pontífice y ha hecho suya una vez más la oración que nos enseñó san Josemaría: omnes cum Petro ad Jesum per Mariam [3].

Agradecemos al Papa Francisco, entre otras muchas cosas, el Año jubilar de la misericordia, su ejemplo de piedad y de austeridad, el impulso apostólico que está dando al mundo entero, su cercanía con las personas, especialmente las más necesitadas. También le agradecemos que, en el marco de su ministerio petrino, haya tomado la decisión de beatificar a don Álvaro. El Congreso ha querido hacer constar también su reconocimiento al Papa por confirmarme como sucesor de san Josemaría, del beato Álvaro y de don Javier al frente de la Obra, y nombrarme así, el mismo día de mi elección, prelado del Opus Dei. Ya os escribí que me sentía confundido, y a la vez alegre por la unidad que nos concede el Espíritu Santo, Amor infinito. No quiero vivir sino para ser buen Padre de cada una, de cada uno, participando, a pesar de mis limitaciones, de la paternidad amorosa de Dios. Me conmueve también que, con fecha 1 de febrero, el Papa haya querido escribirme una carta de aliento y ponerme bajo el cuidado de la Virgen.

Edificar sobre roca

3. ¿Cómo corresponder a tantas gracias, hijas e hijos míos? Renovemos el deseo de encarnar y comunicar fielmente el espíritu del Opus Dei, tal como nos lo transmitió san Josemaría, afianzados en un profundo sentido de nuestra filiación divina en Cristo, y decididos a buscar a Dios en el trabajo profesional y en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, para ser sal y luz del mundo (cfr. Mt 5,13-14). La vocación cristiana es grandiosa, conduce a nuestra misteriosa identificación con el Verbo encarnado, que san Juan Pablo II expresó una vez con palabras audaces, retomando una expresión del Concilio Vaticano II: «Mediante la gracia recibida en el bautismo, el hombre participa en el nacimiento eterno del Hijo del Padre, puesto que se convierte en hijo adoptivo de Dios: hijo en el Hijo»[4].

4. Don Javier fue un buen hijo de Dios siendo un hijo fiel de san Josemaría. Esa fidelidad fue la razón de ser de su vida. El Congreso general da gracias a Dios por la vida y las enseñanzas de quien fue nuestro prelado desde 1994 a 2016. También se ha hecho eco del deseo, por parte de todos los fieles de la Prelatura, los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y los cooperadores, de subrayar el amor de don Javier a la Iglesia y a esta porción del Pueblo de Dios que es el Opus Dei. Don Javier ha dejado un fecundo ejemplo de caridad pastoral, que se expresaba en la unión con el Santo Padre y con todos sus hermanos en el colegio episcopal, en su celo por las almas y en su activa solicitud por los enfermos y más necesitados. Por eso, seguro de que os alegrará saberlo, dejo aquí constancia de la opinión general de los miembros del Congreso, y de tantas otras personas, acerca de la conveniencia de recoger recuerdos y testimonios sobre don Javier, su vida entregada y sus enseñanzas.

Por otra parte, el Congreso ha constatado el bien que hacen las causas de beatificación y canonización de fieles de la Obra en diversos países, y la importancia de seguir extendiendo su devoción privada para ayudar a muchas almas a descubrir el amor divino y la alegría de la vida cristiana en medio del mundo, cuyo testimonio dieron, entre otros muchos, el venerable Isidoro Zorzano y la venerable Montserrat Grases. Al coronar los méritos de los santos, el Señor corona sus propios dones[5]. A través de los santos honramos al Dios tres veces Santo y renovamos nuestros deseos de santidad: de amor a Dios y a los demás en él.

5. Las Administraciones de los centros del Opus Dei, que constituyen el apostolado de los apostolados, son como su «columna vertebral»[6]. El Congreso ha querido subrayar, una vez más, el papel decisivo de su labor para hacer realidad el ambiente de familia en la Obra y para ayudar a quienes acuden a nuestras casas a percibir de manera visible esa realidad. Correspondamos a ese don rezando para que el Señor bendiga esa labor con abundantes vocaciones, y para que sea un ejemplo radiante del valor y dignidad de las tareas del hogar. Las mujeres de la Prelatura revisarán los servicios que prestan las Administraciones según las circunstancias y necesidades actuales, para que sigan sosteniendo el ambiente de hogar, el tono humano y de familia que hace que cada Centro sea de verdad para nosotros Betania.

6. Además de manifestar su agradecimiento a quienes fueron Custodes de don Javier, por la dedicación con que le atendieron, el Congreso valoró la gran ayuda que prestan los fieles mayores o enfermos, con el ofrecimiento alegre y sencillo de sus limitaciones, para seguir impulsando la labor de evangelización que la Obra desarrolla en todo el mundo. A ese empuje callado se suma, sin duda, la atención esmerada de quienes les cuidan, con cariño y espíritu de servicio generoso, siguiendo la tradición que hemos heredado de san Josemaría, como parte importante del espíritu de familia. Hijas e hijos míos, ¡mucho depende de cómo cuidamos a los ancianos y a los enfermos!

El Congreso general hizo constar también su reconocimiento hacia vuestros hermanos y hermanas que, a lo largo de estos años, han ido a comenzar la labor apostólica en nuevos países, dejando su lugar de origen para ayudar a hacer la Obra en otras latitudes. Recordaréis con qué frecuencia nos repetía don Javier que hay mucha gente buena esperándonos en todas partes.

Desafíos actuales en la aventura de la formación

7. El dinamismo apostólico, fruto del Espíritu Santo, ha sido sostenido por la profunda labor de formación que la Prelatura ofrece a sus fieles, y que constituye su misión: «se hace del mundo entero una gran catequesis»[7]. El Congreso quiso subrayar algunos contenidos de esa formación en las circunstancias actuales. Permitidme que los enumere a continuación, para que en cada circunscripción de la Prelatura, en cada Centro, en cada familia de mis hijas e hijos, en cada alma, la luz y la fuerza de la gracia nos haga ver qué más podemos hacer y, sobre todo, cómo podemos mejorar lo que ya hacemos.

8. En primer lugar, se ha considerado la centralidad de la Persona de Jesucristo, a quien deseamos conocer, tratar y amar. Poner a Jesús en el centro de nuestra vida significa adentrarse más en la oración contemplativa en medio del mundo, y ayudar a los demás a ir por «caminos de contemplación»[8]; redescubrir con luces nuevas el valor antropológico y cristiano de los diferentes medios ascéticos; llegar a la persona en su integridad: inteligencia, voluntad, corazón, relaciones con los demás; fomentar la libertad interior, que lleva a hacer las cosas por amor; ayudar a pensar, para que cada uno descubra lo que Dios le pide y asuma sus decisiones con plena responsabilidad personal; alimentar la confianza en la gracia de Dios, para salir al paso del voluntarismo y del sentimentalismo; exponer el ideal de la vida cristiana sin confundirlo con el perfeccionismo, enseñando a convivir con la debilidad propia y la de los demás; asumir, con todas sus consecuencias, una actitud cotidiana de abandono esperanzado, basada en la filiación divina.

Así se fortalece el sentido de misión de nuestra vocación, con una entrega plena y alegre: porque estamos llamados a contribuir, con iniciativa y espontaneidad, a mejorar el mundo y la cultura de nuestro tiempo, de modo que se abran a los planes de Dios para la humanidad: «cogitationes cordis eius», los proyectos de su corazón, que se mantienen «de generación en generación» (Sal 33,11).

En este sentido, conviene facilitar que todos deseen vivir con el corazón en Dios y, por tanto, desprendidos de las cosas materiales. Libres para amar: éste es el sentido de nuestro espíritu de pobreza, austeridad y desprendimiento, aspectos evangélicos grandemente valorados por el magisterio del Papa Francisco.

Además, nuestro amor a la Iglesia nos moverá a procurar recursos para el desarrollo de las labores apostólicas, y a promover en todos una gran ilusión profesional: a los que todavía son estudiantes y han de albergar grandes deseos de construir la sociedad, y a los que ejercen una profesión; conviene que, con rectitud de intención, fomenten la santa ambición de llegar lejos y de dejar huella. Al mismo tiempo, animo a todos los numerarios y numerarias a tener una disponibilidad activa y generosa para dedicarse cuando sea preciso, con esa misma ilusión profesional, a las tareas de formación y gobierno.

9. Ese amplio panorama nos invita a renovar el afán de expansión, como en los primeros tiempos de la Obra, para llevar la alegría del Evangelio a muchas almas, para que muchos sientan «la atracción de Jesucristo»[9]. Nuestro Padre nos decía: «Si queremos ser más, seamos mejores»[10]. Quisiera que esta consideración suscitara en nosotros un renovado sentido de urgencia para promover, con la gracia de Dios y la correspondencia libre y generosa de las personas, muchas vocaciones —las que Dios quiera— de numerarios, agregados, supernumerarios y sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

Libertad y vocación: aquí tenemos dos dimensiones esenciales de la vida humana, que se llaman la una a la otra. Somos libres para amar a un Dios que llama, a un Dios que es amor y que pone en nosotros el amor para amarle y amar a los demás[11]. Esta caridad nos da plena conciencia de nuestra misión, que no es «un apostolado ejercido de manera esporádica o eventual, sino habitualmente y por vocación, tomándolo como el ideal de toda la vida»[12]. El ideal del amor a Dios y a los demás nos lleva a cultivar la amistad con muchas personas: no hacemos apostolado, ¡somos apóstoles! Así va la «Iglesia en salida» de la que habla con frecuencia el Papa, recordándonos la importancia de la ternura, de la magnanimidad, del contacto personal.

Este «dinamismo de "salida" que Dios quiere provocar en los creyentes»[13], no es una estrategia, sino la fuerza misma del Espíritu Santo, Caridad increada. «En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor»[14]. Las circunstancias actuales de la evangelización hacen aún más necesario, si cabe, dar prioridad al trato personal, a este aspecto relacional que está en el centro del modo de hacer apostolado que san Josemaría encontró en los relatos evangélicos. «Bien puede decirse, hijos de mi alma, que el fruto mayor de la labor del Opus Dei es el que obtienen sus miembros personalmente, con el apostolado del ejemplo y de la amistad leal»[15].

Dar y recibir formación

10. Al preparar e impartir los medios de formación, nos ilusiona pensar en su fecundidad en las almas, con la gracia de Dios que da el crecimiento (cfr. 1 Cor 3,6). Además de poner muy en primer lugar los medios sobrenaturales, es bueno que nos esforcemos por utilizar un lenguaje comprensible, con tono positivo y alentador, con una visión esperanzada del mundo donde nos ha tocado vivir, que es nuestro lugar de encuentro con Dios; por facilitar la participación activa de los asistentes; por mostrar la incidencia práctica del espíritu del Opus Dei en la vida familiar y social, de modo que crezca la unidad de vida: una auténtica coherencia cristiana entre lo que se piensa, se reza y se vive (cfr. Jn 4,24; Rm 12,1; 2 Ts 3,6-15).

11. Para la fraternidad y el apostolado de amistad y confidencia, resultan de gran importancia algunas virtudes: junto a la humildad, la alegría y la generosidad; y se hace necesario un sincero interés por los demás, en forma de comprensión, respeto y aprecio de las distintas opiniones. Un tono positivo en las conversaciones permite enfocar mejor las cuestiones. En definitiva, se trata de ser «sembradores de paz y de alegría»[16], como nos enseñó nuestro Padre, también rectificando con deportividad cuando en lugar de paz hayamos sembrado más bien un poco de discordia. Nuestros centros, las casas de los agregados, de los supernumerarios y de los sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, han de irradiar un atractivo calor de hogar (cfr. Sal 133,1; Jn 13,34-35).

Recuerdo la paz y la serenidad que irradiaba la sola presencia de don Álvaro, que vivía lo que nos enseñaba: «El espíritu de familia es tan esencial para nosotros, que cada hija y cada hijo mío lo lleva siempre consigo; tan fuerte, que enseguida se manifiesta en torno a nosotros, facilitando la creación de un ambiente de hogar en cualquier sitio donde nos encontremos. Por eso, nuestro ser y sentirnos familia no se fundamenta en la materialidad de vivir bajo el mismo techo, sino en el espíritu de filiación y de fraternidad, que el Señor ha querido desde el primer momento para su Obra»[17].

12. Pido al Señor que se cuide con un especial empeño la formación de quienes ejercen una dirección espiritual personal, sacerdotes o laicos, para que sepan ayudar con dedicación y acierto a los demás. Con la gracia de Dios, han de mover a acoger con generosidad las mociones del Espíritu Santo, que habla en el fondo del corazón (cfr. Mt 10,20). El buen ejemplo y el esmerado cumplimiento de las obligaciones profesionales, familiares y sociales, son imprescindibles para ayudar a otras personas a seguir al Señor. Nuestro Padre nos ha enseñado que el prestigio profesional, considerado como auténtico servicio, es «anzuelo de pescador de hombres»[18]: la fe ilumina la inteligencia y da sentido a la vida, hace descubrir aquella nueva dimensión que lleva a la Vida en Cristo.

13. Conviene favorecer, con acciones específicas, la formación profesional permanente de quienes participan en las tareas de dirección de las labores apostólicas. Se trata de mejorar sus capacidades de gobierno y de dirección de personas y equipos. Una gran responsabilidad reside en el reforzar la identidad cristiana de las labores, la calidad de su gestión y el servicio que ofrecen a la sociedad. La colegialidad es un arte que no se improvisa: saber escuchar, cambiar de parecer, compartir opiniones, contar con lo mejor que cada persona puede aportar.

En la Iglesia

14. Para que la nueva evangelización dé frutos, es decisiva la comunión entre los católicos mismos. Hacer crecer el aprecio mutuo entre los fieles de la Iglesia, y entre las más variadas agrupaciones que puedan existir, es parte de nuestra misión en la gran familia de los hijos e hijas de Dios: «El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de auténtica caridad»[19]. Para esto, es necesario reforzar, del modo oportuno en cada caso, la relación con personas de otras instituciones y realidades de la Iglesia, superar posibles malentendidos y encomendar al Señor las iniciativas promovidas por otros, viviendo la humildad colectiva.

15. La ayuda que se ofrece a sacerdotes y seminaristas resulta también de gran importancia para el bien de la Iglesia y de la sociedad. Los socios agregados y supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, por participar plenamente de la vocación a la Obra, son protagonistas de primera línea para dar un nuevo dinamismo a todas las labores, respetando totalmente la dependencia única de su propio obispo, y en el contexto de su ministerio pastoral, que desarrollan habitualmente entera y directamente al servicio de la diócesis de incardinación, a la que han de amar siempre más.

Todos los fieles del Opus Dei están llamados a rezar y a tratar con cercanía y veneración a los obispos y a los sacerdotes de su ámbito geográfico, y a colaborar con ellos en la medida de sus posibilidades: siempre que sea coherente con la santificación de su trabajo profesional y de sus deberes familiares.

A los sacerdotes me limitaré a recordarles ahora unas palabras del Papa sobre el ministerio de la confesión: seamos acogedores con todos, testigos de la ternura de Dios, solícitos en ayudar a reflexionar, claros, disponibles, prudentes, generosos. Con un corazón magnánimo celebraremos el misterio de la infinita misericordia de un Dios que perdona[20].

Será bueno seguir aprovechando las oportunidades de animar a algunos fieles de la Prelatura, cooperadores y gente joven, a ofrecerse para colaborar, con plena libertad y responsabilidad personales, en catequesis, cursos prematrimoniales, labores sociales, en las parroquias u otros lugares que lo necesiten, siempre que se trate de servicios acordes con su condición secular y mentalidad laical, y sin que en eso dependan para nada de la autoridad de la Prelatura. Por otro lado, quiero hacer una mención especial de las religiosas y los religiosos, que tanto bien han hecho y hacen a la Iglesia y al mundo. «Quien no ame y venere el estado religioso, no es buen hijo mío»[21], nos enseñaba nuestro Padre. Me alegra, además, pensar en tantos religiosos, además de sacerdotes diocesanos, que han visto florecer su vocación al calor de la Obra.

Para un mejor servicio de la Iglesia y una cuidadosa atención de las almas, el Congreso general ha indicado que se estudie, con imaginación creativa y flexibilidad, la mejor manera de impulsar y coordinar las labores apostólicas: por ejemplo, unificando en ocasiones algunos centros del Opus Dei, para economizar energías y facilitar una vida en familia llena de alegría y cariño; o disponiendo de más puntos de apoyo, apeaderos convenientemente instalados y organizados de modo flexible, para impartir los medios de formación allí donde está la gente: en los centros neurálgicos de las ciudades, en zonas de fuerte densidad laboral, en polos de crecimiento urbano, en colegios y universidades, por ejemplo.

Nuevos retos apostólicos

16. El Congreso general ha querido retomar una llamada del Congreso del año 2002, que don Javier formuló así: fomentar «una nueva cultura, una nueva legislación, una nueva moda, coherentes con la dignidad de la persona humana y su destino a la gloria de los hijos de Dios en Jesucristo»[22]. Todos los fieles de la Prelatura, los chicos de San Rafael y los cooperadores han de sentirse protagonistas de esta nueva cultura, que ha de superar la mentalidad relativista contemporánea. Esto exige de cada uno, según sus posibilidades, una honda formación humana, profesional y doctrinal, y una presencia decidida en los foros a los que puedan acceder, con la apertura de miras que permite tratar a todos.

Es preciso también cierto ascendiente —el que se adquiere si se toma en serio a los demás— y un personal don de lenguas, cultivado con deseo de renovación permanente. Así se favorece esa empatía por la que la visión cristiana de la realidad resulta convincente, pues cuenta también con las inquietudes del prójimo, sin avasallar ni caer en el monólogo. El respeto a la dignidad de cada persona, por encima de sus errores, y al bien común de la sociedad, el trabajo sereno y responsable, en colaboración con otros ciudadanos, pone en evidencia la belleza y el atractivo de los valores cristianos en los variados ámbitos de la sociedad.

17. Para entender la complejidad de ciertos sectores de la vida social se requiere la ayuda de expertos; por ejemplo, en campos como los siguientes: el uso de las tecnologías digitales de información y comunicación; el seguimiento de iniciativas educativas; la comunicación institucional; la administración de proyectos universitarios; la dirección y gestión de hospitales y clínicas; los proyectos de promoción social; la creación y sostenimiento de fondos patrimoniales. La exigencia de competencia profesional es parte de la mentalidad laical y va a la par con los deseos del alma sacerdotal: perfeccionar la creación y corredimir.

Para promover una nueva cultura, resulta necesario formar a aquellos expertos que, con buen criterio, podrían ayudar a enfocar —con la base de una antropología cristiana— cuestiones especialmente complejas: género, igualdad, objeción de conciencia, libertad religiosa, libertad de expresión, bioética, modos de comunicación, por citar sólo algunas. Un lugar privilegiado para estudiar estos temas son las universidades y los centros de investigación.

Además, conviene elaborar, con prudencia y con audacia, un plan de formación adecuado a cada persona, empezando por las más jóvenes, para que tengan ideas bien fundadas. Sin encerrarse en una actitud meramente defensiva, es necesario hacerse cargo de los aciertos de las distintas posturas, dialogar con otras personas, aprendiendo de todos y respetando esmeradamente su libertad, más aún en materias opinables.

18. Es famosa la afirmación del beato Pablo VI, que decía que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan», y seguía: «Si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio»[23]. En la cultura contemporánea se precisan rostros que hagan creíble un mensaje. Conviene, por eso, presentar testimonios atractivos de vida cristiana puesta al servicio de los demás. Además de formar líderes de opinión, hace falta impulsar iniciativas de información sobre la Iglesia y, en su seno, la prelatura del Opus Dei, también mediante las redes sociales, tan eficaces para llegar inmediatamente a miles de personas. El desarrollo de estas iniciativas depende de la generosidad y de la creatividad de quienes las sostengan.

19. Junto al apostolado personal de amistad y confidencia, el Congreso ha querido manifestar su pleno sostenimiento a las labores apostólicas corporativas y personales. Su fecundidad apostólica está probada por la formación integral que dispensan: enseñan, educan, abren al servicio a los demás. Interesa que permitan tratar a muchas más personas, acercándolas paulatinamente a las riquezas de la fe cristiana, que libera del miedo y de la tristeza. Para que esa fe se encarne en la vida cotidiana, hacen falta medios de formación adaptados a familias, alumnos de colegios, estudiantes universitarios, etc. Esto requiere motivar a las personas y prepararlas bien.

20. La evangelización de la sociedad y el desarrollo sostenido de la labor apostólica hacen conveniente que surjan nuevos centros educativos en los que se pueda proporcionar una formación humana y cristiana a los padres y a sus hijos, desde la más tierna infancia. Cuando la creación de estos centros esté sujeta a una legislación que impida o dificulte ser obra corporativa o labor personal, a pesar de todo pueden darse condiciones que permitan recibir una atención espiritual por parte de sacerdotes de la Prelatura.

Importancia de la familia

21. El Papa enseña en su segunda encíclica: «En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal»[24]. Se madura con el tiempo y con la mirada puesta adelante con confianza: es preciso fomentar en las familias el sentido hondo de la virtud de la esperanza.

Convendrá estudiar modos prácticos para desarrollar la preparación al matrimonio, sostener el amor mutuo entre los esposos y la vida cristiana en las familias, impulsar la vida sacramental de abuelos, padres e hijos, especialmente la confesión frecuente. Cristo abraza todas las edades del hombre, nadie es inútil o superfluo.

El Congreso valora la acción de grupos de estudio sobre el papel educativo, social y económico de la familia, con vistas a crear en la opinión pública un ambiente favorable a las familias numerosas. Será oportuno reforzar la atención a las que ya están en relación con los diversos instrumentos apostólicos (kindergarten, colegios, clubes, universidades, residencias).

La Orientación familiar, tan alentada por don Javier, sigue siendo una prioridad, pues contribuye eficazmente a consolidar el amor mutuo de los esposos y su apertura a la vida, y facilita que desde la realidad de la familia natural se desemboque en la alegría de la familia como espacio espiritual cristiano. Con muchas iniciativas se llega cada vez a más familias jóvenes y se realiza una amplia labor formativa. Se descubre así a muchas personas la belleza del matrimonio sacramental, imagen de la unión de Cristo con su Iglesia (cfr. Ef 5,32): con el sacramento, la paz y la alegría del Espíritu Santo entran en los hogares. En el amor mutuo de los padres, como en la liturgia y en la comunión de la Iglesia, Dios «nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este "antes" de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta»[25].

22. El Congreso ha querido señalar un campo apostólico de gran relevancia en los últimos años: se trata de contribuir a que crezca la fe y la formación de tantos inmigrantes procedentes de países de tradición católica (por ejemplo, filipinos, latinoamericanos, polacos, etc.) y de formarles humanamente. Además de ayudarles a desarrollar su propia identidad, esta formación hace de ellos, en el país que los acoge, una auténtica levadura para la evangelización (cfr. Lc 13,20). En el mundo entero, varias decenas de iglesias encomendadas por los obispos a sacerdotes incardinados en la Prelatura pueden sostener eficazmente esta labor, siguiendo los planes pastorales de los ordinarios diocesanos de quienes dependen.

La Obra en nuestras manos

23. Para impulsar las labores, no están sólo los numerarios y los agregados: conviene responsabilizar también mucho a los supernumerarios y supernumerarias, y ayudarles: han de sentir la Obra como suya, como un hijo más. Así, como dijo nuestro Padre en una ocasión, «entre todos enjugaremos muchas lágrimas, daremos mucha cultura; daremos mucha paz, evitaremos muchos choques y muchas luchas; y haremos que las gentes se miren a los ojos con nobleza de cristianos, sin odios»[26]. Interesa que mis hijos supernumerarios colaboren con pleno empeño en la labor de San Rafael, que tiene como «fin inmediato» dar una «formación integral»[27]. Es normal, e incluso habitual en algunos lugares, que los supernumerarios impulsen y dirijan clubes juveniles y otras iniciativas educativas.

Como consecuencia de una formación bien asimilada, sin rigidez ni agobio, cuando resulta prudente y adecuado, los supernumerarios colaboran con Dios en el nacimiento de vocaciones de numerarios y agregados; rezan en particular por sus hijos, con esa posible perspectiva, con el más grande respeto de la libertad personal, y dejándolo todo en las manos de Dios.

En la labor de San Gabriel, conviene aumentar en varios lugares el número de supernumerarios encargados de grupo, celadores, y quienes ejercen una dirección espiritual personal regular; apoyarse más en ellos para atender cursos de retiro; animarles a impulsar el apostolado en lugares donde aún no hay un Centro; procurar que haya más presencia activa de agregados y supernumerarios en los grupos de trabajo o equipos para determinadas iniciativas apostólicas. Para facilitar su formación, dispondrán de materiales adecuados en diversas lenguas.

Apostolado con la juventud

24. El Congreso general dejó constancia de la importancia de la labor de San Rafael, «la niña de nuestros ojos»[28]. Se sugiere dar prioridad a medidas generales y particulares que favorezcan el desarrollo de la labor con la gente joven de todo tipo y que, con la gracia de Dios, se fomenten abundantes vocaciones de numerarios y agregados jóvenes. Todos los fieles de la Prelatura y los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz considerarán cómo colaborar —con la oración, la mortificación y la acción— para llegar a muchas más personas jóvenes.

En la labor de San Rafael, una prioridad clara de la formación de los chicos y chicas es la de ayudarles a ser «almas de oración»[29], enseñándoles de modo práctico cómo hablar con Dios y cómo escucharle. Conviene también que descubran el valor humano y sobrenatural de la amistad verdadera, la importancia del estudio, de la lectura y de la excelencia profesional para servir a la Iglesia y a la sociedad. Entre las virtudes que se deben fomentar en los jóvenes, el Congreso ha querido mencionar la fortaleza y la reciedumbre, la templanza (por ejemplo, en el uso inteligente y sobrio de las tecnologías), y todo lo que desarrolla el espíritu de servicio. Importa ayudar a los jóvenes a dar razón de su fe y a sacar las consecuencias prácticas que trae consigo el seguimiento del Señor: en su familia, con sus amigos y en las redes sociales.

25. Es bonito ayudar a que los jóvenes y sus padres valoren y descubran el atractivo de una entrega total al Señor con el corazón indiviso, a la vez que se les presenta la belleza de la vocación a formar una familia cristiana. Desde los centros de San Rafael donde se realice labor con universitarios, vale la pena abordar los distintos aspectos del noviazgo y del matrimonio, sirviéndose de diversos recursos: por ejemplo, testimonios de supernumerarios y supernumerarias, cursos de orientación familiar para solteros, conferencias o proyecciones, lecturas de comprobada utilidad. La urgente necesidad del testimonio de un mayor número de familias cristianas nos invita a llegar al inicio de este camino vocacional, ya antes del noviazgo, con auténtico respeto y fe profunda en la misión evangelizadora de la familia cristiana, «comunidad de fe, esperanza y caridad»[30].

26. Continuemos con entusiasmo la labor apostólica con universitarios y jóvenes profesionales solteros o recién casados, aprovechando la formación que miles de ellos han recibido en tantas iniciativas apostólicas, en particular los colegios, clubes y centros de San Rafael. En este sentido, resulta oportuno profesionalizar las asociaciones de alumni, trabajando con iniciativa y creatividad, desarrollando fórmulas atractivas que permitan la continuidad del trato en la labor de San Gabriel, promoviendo la colaboración de muchas personas, como cooperadores.

27. En los medios de formación de San Rafael y de San Gabriel, es bueno favorecer el ejercicio de las obras de misericordia espirituales y corporales, siguiendo la enseñanza constante de la Iglesia, la experiencia de san Josemaría, y el ejemplo y las palabras del Papa Francisco. Las actividades y las iniciativas personales relacionadas con la solidaridad, el servicio a los necesitados y la responsabilidad social, no son algo coyuntural ni marginal, sino que se encuentran en el núcleo del Evangelio. Profundizar en la doctrina social de la Iglesia, por ejemplo a través de cursos y conferencias, ayudará especialmente en contextos de mayor desigualdad social.

28. Las universidades que son labores apostólicas han de seguir promoviendo la investigación con impacto internacional, y crear espacios de colaboración con intelectuales de prestigio mundial. Este trabajo ayudará a desarrollar paradigmas científicos y modelos conceptuales coherentes con una visión cristiana de la persona, con la convicción de que las sociedades necesitan esas perspectivas para fomentar la paz y la justicia social. Esa actitud de servicio a todos se expresa también, naturalmente, en el trato de amistad con colegas de otras universidades.

Algunas prioridades

29. Además del comienzo cada vez más cercano del apostolado estable de la Prelatura en nuevos países, el Congreso sugiere orientar la expansión apostólica hacia algunos lugares en los que ya se trabaja, y que tienen gran incidencia para la configuración futura de la sociedad, por encontrarse en ellos organismos internacionales o centros de liderazgo intelectual.

El Congreso invita a proseguir la publicación y la difusión de las obras completas de san Josemaría y el correspondiente trabajo de investigación histórica, para el bien de la Iglesia y de las almas. Concretamente, se sugiere desarrollar aún más, desde perspectivas diversas (académica, teológica, sociológica, espiritual, entre otras) ese aspecto central del mensaje de san Josemaría que es el trabajo de los hijos de Dios como quicio de la santidad y ámbito natural del apostolado, con tantas consecuencias para la Iglesia y para la sociedad.

30. Ya estoy a punto de terminar. Después de la lectura de las páginas anteriores, os podríais preguntar: entre tantas conclusiones a las que ha llegado el Congreso, ¿cuáles son las prioridades que el Señor nos presenta en este momento histórico del mundo, de la Iglesia y de la Obra? La respuesta es clara: en primer lugar, cuidar con delicadeza de enamorados nuestra unión con Dios, partiendo de la contemplación de Jesucristo, rostro de la Misericordia del Padre. El programa de san Josemaría será siempre válido: «Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo»[31]. La labor apostólica de la Obra es y ha de ser siempre una superabundancia de nuestra vida interior. Son momentos, hijas e hijos míos, para adentrarnos más y más por caminos de contemplación en medio del mundo.

31. La Iglesia, desde hace décadas, ha fijado su atención maternal en dos prioridades: la familia y los jóvenes. También nosotros, como partecica de la Iglesia, queremos secundar los desvelos de los últimos Papas para que la familia responda cada día con mayor fidelidad a los planes amorosos que Dios ha trazado para ella. A la vez, debemos ayudar a todos los jóvenes para que los sueños que tienen de amor y de servicio se conviertan en una gozosa realidad. Las conclusiones del Congreso encuentran en el acompañamiento a la familia y a los jóvenes una línea de fuerza, de la que se podrán sacar muchas consecuencias prácticas en nuestra labor apostólica diaria.

Junto a estas prioridades, querría subrayar la urgencia que todos tenemos de agrandar el corazón —le pedimos al Señor que nos dé un corazón a su medida—, para que entren en él todas las necesidades, los dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más débiles. En el mundo actual, la pobreza presenta muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia, la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo. Nada de esto nos puede resultar indiferente. Sé que todas mis hijas y todos mis hijos pondrán en movimiento la «imaginación de la caridad»[32], para llevar el bálsamo de la ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad: «Los pobres —decía aquel amigo nuestro— son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo»[33].

32. El Congreso ha querido poner explícitamente en manos de la Virgen las conclusiones que acabo de transmitiros. Sólo con su mediación materna seremos capaces de ir adelante en la apasionante misión que se nos confía como discípulos de Jesucristo. Ella es la Mater pulchræ dilectionis, la Madre del Amor Hermoso (cfr. Sir 24,24), que celebramos en el calendario propio de la Prelatura como fiesta litúrgica hoy, 14 de febrero[34]. En esta fecha, Dios hizo ver a san Josemaría, en 1930, la vocación de las mujeres del Opus Dei; y en 1943, el lugar de los sacerdotes. Así se recalcó más la unidad de la Obra, unidad de una «desorganización organizada»[35], pero sobre todo unidad que nace del Amor, de estar todos pendientes de los demás, hijos de la que es «Madre de Dios y Madre nuestra»[36].

Al cantar hoy el Te Deum de acción de gracias ante el Señor expuesto solemnemente en la custodia, me acordé de vosotros. «Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan, Amor»[37]. Considerando que Jesucristo, ahora escondido «en el Pan y la Palabra», ha de venir al final de los tiempos, le pedí que venga en nuestra ayuda y os confié a todos a su misericordia.

33. Hijas e hijos míos, si en este mundo, tan bello y a la vez tan atormentado, alguno se siente alguna vez solo, que sepa que el Padre reza por él y le acompaña de verdad, en la Comunión de los santos, y que lo lleva en su corazón. Me gusta recordar en ese sentido cómo la liturgia canta la presentación del Niño en el Templo, fiesta litúrgica que hemos celebrado el 2 de este mes: parecía, dice, que Simeón sostuviera a Jesús en sus brazos; en realidad, era al revés: «Senex Puerum portabat, Puer autem senem regebat»[38]: el anciano llevaba al Niño, pero era el Niño quien sostenía al anciano y lo dirigía. Así nos sostiene Dios, aunque a veces podamos percibir solamente lo que nos pesan las almas; así nos sostiene, a través de la «bendita Comunión de los Santos»[39].

Per singulos dies, benedicimus te, día tras día, te bendecimos, Señor, con toda la Iglesia: «cada día», como amaba repetir don Javier, fiel hijo de san Josemaría y del beato Álvaro; fiel hijo, decía, empeñado en una lucha cotidiana para dejarse llevar por el Amor divino. Elevo mi alma al Dios tres veces Santo, de la mano de la Virgen, Madre del Amor que se da sin medida: haz, Señor, que desde la fe en tu Amor vivamos cada día con un amor siempre nuevo, en una alegre esperanza.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

Fernando

Roma, 14 de febrero de 2017.

Fiesta de Santa María, Madre del Amor Hermoso.

[1]. [San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 132.]

[2]. [Cfr. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium (24-XI-2013), íncipit.]

[3]. [San Josemaría, Camino, n. 833.]

[4]. [San Juan Pablo II, Homilía, 23-III-1980. Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes (7-XII-1965), n. 22.]

[5]. [Cfr. Misal Romano, Prefacio I de los santos.]

[6]. [Javier Echevarría, Carta (28-XI-2002), n. 18, en Cartas de Familia, vol. 5 (AGP, biblioteca, P17). Cfr. San Josemaría, Instrucción (31-V-1936), n. 66, en AGP, sec. A, leg. 49, carp. 1.]

[7]. [San Josemaría, Apuntes de una reunión familiar, 6-II-1967, en Noticias 1967, p. 84 (AGP, biblioteca, P02).]

[8]. [San Josemaría, Amigos de Dios, n. 67.]

[9]. [San Josemaría, Notas de una meditación, 1-IV-1962, en AGP, biblioteca, P09, p. 46.]

[10]. [San Josemaría, Instrucción (8-XII-1941), nota 122.]

[11]. [Cfr. San Josemaría, Forja, n. 270.]

[12]. [San Josemaría, Instrucción (mayo 1935/14-IX-1950), n. 15, en AGP, serie A3, 90-1-2.]

[13]. [Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium (24-XI-2013), n. 20.]

[14]. [San Josemaría, Forja, n. 565.]

[15]. [San Josemaría, Carta (11-III-1940), n. 55, en AGP, Serie A3, 91-6. Citada en Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, tomo III, Rialp, Madrid 2003, p. 366.]

[16]. [San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 30.]

[17]. [Beato Álvaro del Portillo, Carta (1-XII-1985), en Cartas de familia, vol. I, n. 204 (AGP, biblioteca, P17).]

[18]. [San Josemaría, Camino, n. 372.]

[19]. [San Josemaría, Amigos de Dios, n. 226.]

[20]. [Cfr. Francisco, Carta apost. Misericordia et misera (20-XI-2016), n. 10.]

[21]. [San Josemaría, Instrucción (mayo 1935/14-IX-1950), nota 5, en AGP, serie A3, 90-1-2.]

[22]. [Javier Echevarría, Carta (28-XI-2002), n. 11, en Cartas de familia, vol. 5, n. 118 (AGP, biblioteca, P17).]

[23]. [Beato Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi (8-XII-1975), n. 41.]

[24]. [Francisco, Enc. Laudato si' (24-V-2015), n. 213.]

[25]. [Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est (25-XII-2005), n. 17; cfr. 1 Jn 4,10.]

[26]. [San Josemaría, Apuntes de una reunión familiar, 18-VI-1974, en Catequesis en América

(1974) vol. I, p. 549 (AGP, biblioteca, P04).]

[27]. [San Josemaría, Carta (24-X-1942), n. 3, en AGP, serie A-3, leg. 91, carp. 5.]

[28]. [Ibid., n. 70.]

[29]. [Ibid., n. 5.]

[30]. [Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2204.]

[31]. [San Josemaría, Camino, n. 382.]

[32]. [San Juan Pablo II, Carta apost. Novo millennio ineunte (6-I-2001), n. 50.]

[33]. [San Josemaría, Surco, n. 827.]

[34]. [Cfr. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Decreto 626/12/L (10-XI-2012).]

[35]. [San Josemaría, Conversaciones, n. 19.]

[36]. [San Josemaría, Forja, n. 11.]

[37]. [San Josemaría, Camino, n. 535.]

[38]. [Liturgia de las Horas, Primeras vísperas de la fiesta de la Presentación del Señor, Antífona ad Magníficat.]

[39]. [San Josemaría, Surco, n. 56.]

Romana, n. 64, Enero-Junio 2017, p. 109-124.

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