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Mensaje de Navidad (22-XII-2017)

El Señor, hecho un niño por nosotros, nos habla de la sencillez de Dios. Viendo al Niño recién nacido en Belén, conocemos el modo de ser de Dios: Dios que es amor, amor por nosotros. La fe en la Navidad es fe en el amor de Dios por cada uno de nosotros. Como dice san Juan, en una de sus epístolas, «nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16).

Todos los cristianos estamos llamados a ser presencia de Cristo entre los demás. San Josemaría decía que debemos ser ipse Christus, el mismo Cristo. ¿Cómo? Siguiendo lo que él mimo nos ha dicho: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir» (Mt 20,28). El servicio. Gran parte de ese servicio consiste en ser gente que da la paz en este mundo tan atravesado por conflictos, tantas divisiones en las familias, etc. Que el primer servicio sea dar paz, ser gente que da la paz, que es además una de las bienaventuranzas. En ellas el Señor une el «dar la paz» con el «ser hijos de Dios»: «Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Servir dando la paz —con comprensión— y, también, rezar por la paz del mundo, tan necesitado.

Me gustaría recordar que el próximo año va a tener lugar un Sínodo especial. Recemos por aquello que el Papa tiene en la mente al haberlo convocado. En sus líneas generales lo conocemos: la difusión de la conciencia de la vocación cristiana y de las diferentes vocaciones de entrega a Dios. Es decir, descubrir lo que Dios quiere de cada uno. Esto no es sólo una cuestión de pensar, sino de querer. Al rezar mucho por las intenciones del Papa estamos preparando este Sínodo. Pidamos también para que haya cada vez una mayor conciencia de que todos tenemos una vocación a la santidad, de que todos tenemos que descubrir lo que Dios quiere de nosotros. Todo lo que Dios nos pide es un don que él nos hace. Acordémonos de rezar especialmente por la gente joven, por aquellos que ante la llamada de Dios puedan pensar que implica «dar mucho», para que entiendan que es mucho más lo reciben y que todo lo que dan es, a su vez, don recibido de Dios. Lo vemos en el Papa —¡cómo se entrega continuamente!— y así tenemos que hacer.

Quiero felicitar a todos. Volvamos a escuchar, a revivir, el anuncio del ángel a los pastores de Belén: «Vengo a anunciaros una gran alegría […]: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor» (Lc 2,10). Procuremos que esto sea la raíz y el motor de la alegría de estas fiestas, una alegría con el fundamento de este grandísimo anuncio: que ha nacido el Salvador, para nosotros.

Romana, n. 65, Julio-Diciembre 2017, p. 323-324.

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