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“Santificar el trabajo cotidiano”, en Studi Cattolici, Italia (nº 686)

Por M. Aparecida Ferrari

La Universidad Pontifica de la Santa Cruz (Roma) acogió el 19 y 20 de octubre, el congreso Quale anima per il lavoro profesionale? Entre los ponentes, se encontraban los profesores Brad S. Gregory, de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos); Benedetta Giovagnola, de la Universidad de Macerata (Italia), Jens Zimmermann, de la Trinity Westerne University (Vancouver, Canadá); Ana Marta González, de la Universidad de Navarra (España); Brian Griffiths, de Goldman Sachs International; Maria Chiara Carrozza, de la Scuola Superiore Sant’Anna de Pisa; además de los docentes de la Universidad organizadora del evento, Javier López Díaz, Santiago Sanz y Martin Schlag. El 21 de octubre, Mons. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei y gran canciller de la Universidad de la Santa Cruz, respondió a algunas preguntas que los docentes le formularon sobre la santificación del trabajo, un aspecto central del espíritu del Opus Dei. La mesa redonda fue coordinada por la profesora Maria Aparecida Ferrari.

—Profesora Ferrari: Quisiera, para empezar, pedir a Mons. Fernando Ocáriz un comentario sobre el vídeo The Heart of Work que hemos visto hace un rato.

—En mi opinión, ese breve vídeo recoge casi todos los elementos fundamentales de las enseñanzas de san Josemaría sobre la santificación del trabajo: en primer lugar, el trabajo como una realidad para ofrecer a Dios, y por tanto, que comporta un empeño por realizarlo bien. Después, la idea de que cada trabajo es importante, y que su importancia depende del amor con el que se hace. Además, esa otra idea de servir a los demás a través del trabajo…

Todos estos elementos de la relación entre santidad y trabajo se enmarcan en el amplio horizonte de la vocación universal a la santidad, un tema fundamental en las enseñanzas de san Josemaría, que es, a la vez, una enseñanza del Evangelio. San Josemaría decía que su mensaje, el espíritu del Opus Dei, es «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo». Pero, en su vida y enseñanzas, la llamada universal a la santidad no consiste solo en el aspecto subjetivo, es decir, en el afirmar que todos estamos llamados a la santidad. Esto es verdad, desde luego, pero existe un aspecto objetivo: que todas las circunstancias del mundo, toda la vida ordinaria, es camino, medio, instrumento, ocasión y materia de santificación. El pequeño vídeo que hemos visto termina con estas palabras del fundador: «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…» (Conversaciones, n. 116).

Me viene a la memoria la película de Roland Joffé sobre san Josemaría durante la Guerra Civil española (11936-1939) [There be dragons], y concretamente la escena en la que san Josemaría recibe la iluminación de Dios para fundar el Opus Dei. En aquel momento, la película lo muestra escribiendo las palabras todos y todo. Todos están llamados a la santidad y todas las realidades humanas, cualquier actividad honesta, puede y debe ser un camino de santidad, un medio de encuentro con Cristo.

El trabajo ocupa un lugar muy importante en la santificación de la vida ordinaria. No solo por el tiempo que dedicamos a trabajar, que es mucho, sino por las consecuencias que comporta para la persona que trabaja y para los demás. Es un aspecto central de la llamada universal a la santidad. Basta pensar en el plan de Dios para el hombre: en el libro del Génesis, en las primeras páginas de la Biblia, encontramos que el mundo está caracterizado por la relación con Dios, y que la creación del hombre y de la mujer se orienta a la formación de la familia —el «creced y multiplicaros» (Gn 1,28)— y al trabajo: «Ut operaretur» (Gn 2,15). Trabajo y familia son, junto con la relación con Dios, como las columnas sobre las que se apoya el plan de Dios para la humanidad.

La santificación del trabajo se puede explicar de muchas maneras. San Josemaría escribió en un punto de Camino: «Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo» (n. 359). No se trata de añadir simplemente al trabajo un adorno devoto desde el exterior. Se trata más bien de la finalidad: el porqué y el propósito por el que se trabaja, que determinan el modo mismo de ese trabajar.

Si recordamos a Aristóteles, tal como lo cita santo Tomás en latín, la causa final es «causa causalitatis in omnibus causis» (In I Sent., d.45, q.1, a3), que significa que la finalidad intrínseca de la actividad humana determina la eficiencia de la causa eficiente y, a través de ella, la formalidad y la materialidad del trabajo que se realiza. Por tanto, el «motivo sobrenatural» tiene como consecuencia el hecho y el modo mismo de trabajar. Sobre todo empuja al trabajo, y a trabajar bien, a realizar un trabajo bien hecho.

Entonces, ¿cuál es el motivo sobrenatural del que depende la santificación del trabajo? No puede ser otro que el amor de Dios y, como parte inseparable de este amor, el servicio a los demás. Santificar el trabajo es esto: hacerlo por amor de Dios y para servir a los demás, y eso comporta hacerlo bien, con profesionalidad, palabra que san Josemaría usaba con frecuencia. Es necesario trabajar bien —se lo hemos escuchado decir en el vídeo— porque «Dios no acepta las chapuzas» (Amigos de Dios, n. 55), no le podemos ofrecer cosas hechas mal voluntariamente, es decir, sin cuidar los detalles, sin buscar la perfección en el trabajo realizado.

El trabajo, cuando es santificado, santifica la persona que lo realiza y se convierte también en instrumento para contribuir a la santificación de los demás. De ahí una frase de san Josemaría que une las tres dimensiones: «Santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo» (Conversaciones, n. 55). Son tres realidades inseparables, porque para hacer el trabajo por amor de Dios y como servicio a los demás, y para trabajar bien, se deben poner en juego las virtudes y, así, vamos progresando en la vida espiritual, tanto en las virtudes humanas elevadas por la gracia de Dios, como en las virtudes teologales, sobre todo en la caridad. Tanto así que san Josemaría decía que «el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor» (Es Cristo que pasa, n. 48). Esta es la raíz gracias a la que el trabajo puede convertirse en algo verdaderamente santo y santificador.

Santificar a los demás con el trabajo comporta dar testimonio de quien trabaja bien y vivir la amistad. San Josemaría insistía mucho sobre esta dimensión del apostolado cristiano —la amistad— porque, cuando hay verdadera amistad, la transmisión de la propia experiencia espiritual, del propio compromiso cristiano, es muy eficaz, ya que las cosas de uno interesan a su amigo. En definitiva, se podría hablar tanto sobre estas cosas, pero creo que ya he hablado bastante. Sin duda, hay otras dimensiones que se podrían considerar y que quizás vosotros señalaréis ahora.

—Prof. Santiago Sanz: En un artículo que escribió hace algunos años, usted afirmaba que santificar el trabajo no consiste solo en hacer algo santo mientras se trabaja, sino en hacer santo el mismo trabajo: la actividad de trabajar. De este modo quien trabaja se santifica. ¿Se podría decir que también el objeto del trabajo, la realidad en sí misma, se hace santa, de algún modo?

¿Qué es la santidad? La cuestión es amplia, pero se podría decir que la santidad es la pertenencia a Dios. Nosotros nos hacemos santos en la medida en que, a través de nuestra respuesta libre a la gracia divina, pertenecemos más a Dios. Una cosa se hace santa en la medida en que es ofrecida a Dios. Las cosas de este mundo ya son de Dios, pero a través de nuestra libertad adquieren una nueva dimensión. Gracias a nuestra libertad, el mismo trabajo, con su materialidad, puede hacerse santo, más de Dios.

Habría que considerar también la dimensión cristológica, esencial en el cristianismo. El ofrecimiento del trabajo a Dios es siempre a través de Cristo. Ese ofrecimiento es un ejercicio del sacerdocio común que, a su vez, es una participación en el sacerdocio de Cristo y se ejercita siempre in Christo. Nuestra condición de hijos adoptivos de Dios es un «ser en Cristo». Por lo tanto, el trabajo santificado es siempre un trabajo hecho «en Cristo». Algunas veces, cuando san Josemaría comenzaba a trabajar decía a Jesús, en voz alta o en silencio: «Vamos a hacerlo juntos». No existe otro modo para unirnos a Dios que a través de Cristo. Él es el Camino, el único Mediador, y nosotros podemos ser mediadores llevando el mundo a Dios, también a través de nuestro trabajo, en la medida en que somos «en Cristo», instrumentos de Cristo.

—Prof. Pilar del Río: ¿Cuál es la relación entre la dimensión cultual de la existencia cristiana y la santificación del trabajo?

—Diría que el aspecto cultual del trabajo consiste fundamentalmente en el ejercicio del sacerdocio común. De hecho, nosotros hablamos de culto espiritual. El ofrecimiento del trabajo a Dios es un culto espiritual. San Josemaría destacaba la relación del trabajo con la Eucaristía. El sacrificio eucarístico es el centro y la raíz de la vida espiritual, y por tanto también de la santificación del trabajo.

Otro elemento capital de su enseñanza, que podemos recordar, es la unidad de vida. El trabajo y la participación litúrgica en la Eucaristía suceden en momentos distintos, pero deben estar unidos en la vida del cristiano. ¿Cómo unir Eucaristía y trabajo? La fuerza para santificar el trabajo y las otras ocupaciones ordinarias procede fundamentalmente de la Eucaristía. Toda la fuerza espiritual para trabajar «con Cristo y en Cristo» procede de la Eucaristía, que es el Sacrificio de la Redención.

—Prof. Philip Goyret: En la renovación de la Eclesiología, durante el Siglo XX, se ha presentado la misión de la Iglesia no solo como la salvación de las almas, sino del hombre como un todo: alma, cuerpo, relaciones entre nosotros y relación con la creación. La creación debe ser llevada al Creador, y en esta misión es fundamental la santificación del trabajo. Quisiera escuchar su lectura eclesiológica de esta idea.

—Para hablar de una dimensión eclesiológica haría falta tener primero una comprensión de qué es la Iglesia. Siguiendo una idea del entonces profesor de Teología Joseph Ratzinger, podemos considerar qué es la Iglesia desde tres aspectos: uno, en cuanto pueblo de Dios, un pueblo peculiar, pero con una unidad; otro modo de definir la Iglesia es la de cuerpo de Cristo; el tercero es sacramento universal de salvación. Estos tres aspectos expresan todo lo que la Iglesia es. Joseph Ratzinger decía, con razón, que de estos tres elementos, el que mejor define a la Iglesia es el cuerpo de Cristo. No es una metáfora. Formamos propiamente un cuerpo con una vida común que es la comunión de los santos.

La dimensión eclesiológica de la santificación del trabajo pasa a través de la comunión de los santos porque, en la medida en que somos miembros del cuerpo de Cristo, el trabajo santificado tiene repercusiones positivas sobre todo el cuerpo de la Iglesia. Edificar nuestra santidad personal santificando el trabajo equivale a santificar toda la Iglesia. Y todos nosotros recibimos, a su vez, el influjo positivo de la santificación de los demás. Pienso que sea esta la dimensión eclesiológica más radical.

Esta comunión de los santos, esta Iglesia, es también la que hay en el Cielo. Pero, al final de los tiempos, habrá una glorificación. El término propio de la santificación es precisamente glorificación, no solo del espíritu sino también del cuerpo. Habrá «nuevos cielos y una tierra nueva» (2 Pt 3,13) —una novedad, no una simple continuación de este mundo— y nuestro cuerpo será glorificado. Santo Tomás dice que el cuerpo será transformado de tal modo por la gloria que nosotros, con los ojos de la carne, veremos a Dios en sus efectos corporales, sobre todo en la carne de Cristo (In IV Sent., d.48, q.2, a.1c).

—Prof. Amalia Quevedo: Estoy contenta de que haya hablado de Aristóteles, al que he dedicado gran parte de mi vida. Para este filósofo no existe nada unívoco, cada cosa se puede decir de muchas maneras. Quisiera saber qué piensa sobre este modo aristotélico de ver las cosas, abierto a la pluralidad de significados, y si se puede conectar a la capacidad de distinguir lo esencial de lo accidental.

—La cuestión de la diversidad de matices, de significados, la falta de univocidad, etc. es cierta en muchos aspectos, pero no se debe perder nunca de vista que hay que evitar el relativismo, que existe la verdad. La verdad existe no solo a nivel experimental, sino también a nivel puramente intelectual. El relativismo es algo que nos rodea en esta cultura nuestra, y la verdad viene limitada a lo experimentalmente comprobable: en todo lo demás, ya no hay verdad, simplemente hay sensación, opinión, pero no verdad. Por otra parte, somos bombardeados por la idea —que en un modo más explícito se remonta a Hegel— de considerar que la verdad es fruto de las acciones y no previa al actuar. Todo esto, en el marxismo, se lleva al extremo. Hay que tener clara la idea de la existencia de la verdad objetiva, por muchas que sean las faltas de univocidad en muchos aspectos.

A veces la distinción entre lo que es esencial y accidental puede resultar poco clara, entre otras cosas porque lo esencial se manifiesta a través de lo accidental. Depende en qué ámbito nos movamos, pondremos medios de discernimiento para descubrir qué es accidental y qué no. Hay realidades que siendo accidentales, son necesarias. Porque accidental no coincide necesariamente con superfluo. Lo accidental es simplemente lo que existe en otro, y hay realidades que existen en otro, en la esencia, que no son separables de la esencia.

—Prof. Susan Hanssen: El prof. Schlag decía ayer que muchas personas no trabajan solo por la retribución económica, sino por una misión que han asumido libremente, guiados por su conciencia delante de Dios. Por otra parte, el prof. Galli puso de manifiesto en su comunicación que hay un carácter teatral y dramático en el trabajo realizado ante nuestro Padre Dios, que es un espectador. ¿Sería correcto subrayar, según las enseñanzas de san Josemaría, que mientras trabajamos, Dios nos observa como un espectador?

—¿Dios, un espectador? Si se entiende la idea de espectador en modo extrínseco, pienso que Dios sea mucho más que eso. En el fondo él es siempre un protagonista. Lo es también cuando no lo sabemos, o cuando no lo queremos saber, pues dependemos de él, que nos sostiene en el ser. Además, si se trata de la santificación del trabajo, la presencia de Dios no es sólo la de alguien que está fuera, al que ofrecemos el trabajo. Dios está con nosotros, dentro de nosotros. Nosotros trabajamos con Cristo y en Cristo. Dice san Pablo: «Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. De manera que, así en la vida como en la muerte, somos del Señor» (Rm 14,8). Somos del Señor: nuestra relación con Dios no es nunca como la de alguien que nos está mirando. Ciertamente se puede hablar así si no se considera la figura del espectador como alguien que mira desde afuera, sino desde el modo en que, en la Santísima Trinidad, el Padre mira al Hijo y a aquellos que son «hijos en el Hijo» (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 22).

—Prof. José Ignacio Murillo: San Josemaría enseña a ser contemplativos en el trabajo. Pero la contemplación tiene una dimensión esencialmente intelectual. Por eso le pregunto: ¿se puede ser contemplativo en el trabajo intelectual, que absorbe toda la atención de la mente?

—La contemplación no es algo exclusivamente espiritual. Para santo Tomás es un «simplex intuitus veritatis» (S. Th. II-II, q.180, a.3,ad 1) «ex caritate procedens» (In III Sent., d35, q.1, a.2, sol.1), una visión intuitiva y no discursiva de la verdad —es decir, una gracia de Dios— que procede del amor. Cuando un trabajo intelectual está motivado por el amor —el amor puede estar presente también en el trabajo de la inteligencia—, entonces es posible la contemplación. San Josemaría —lo hemos visto en el vídeo— habla de transformar el trabajo en oración. Esto no significa que debemos recitar oraciones vocales mientras trabajamos. Aún cuando no estamos pensando en otra cosa que en el trabajo que estamos ejecutando, si ha habido un ofrecimiento del mismo a Dios como culto espiritual, y Dios está con nosotros, podemos contemplarlo en el trabajo que hacemos siempre que este nazca de la caridad.

—Prof. Rosario Polo: ¿Qué es el quid divinum del que habla san Josemaría: ese algo santo, escondido que me toca descubrir para transformar el trabajo en oración?

—Me parece que el quid divinum (Conversaciones, n. 114) tiene distintas connotaciones, diversos aspectos. Desde el punto de vista existencial y personal, diría que descubrir el quid divinum es, sobre todo, descubrir una expresión del amor de Dios por nosotros en todo: en las personas, en las circunstancias, en la materialidad de las tareas, en las contrariedades. San Juan, cuando hace una especie de resumen de la experiencia relacional de los apóstoles con Cristo, escribe: «Nosotros hemos conocido y creído el amor de Dios por nosotros» (1 Jn 4,16). Descubrir el quid divinum significa considerar a los demás como criaturas amadas por Dios; ver el amor de Dios por nosotros, también en las dificultades, incluso cuando no entendemos los motivos de una contrariedad, pues ahí es necesario creer en el amor de Dios, creer en aquello que no se ve.

—Prof. José Luis Illanes: El trabajo es una actividad humana, lo que significa que santificar el trabajo no es santificar «la mesa que estoy fabricando», sino santificar mi actividad de fabricar esa mesa, si bien las dos vertientes van unidas. La mesa es siempre la misma, la hago con más o menos amor. Entonces, me pregunto si el hecho de trabajar bien equivale a cristianizar la realidad.

—Por supuesto que santificar el trabajo y santificarse en el trabajo van juntos. Se santifica el trabajo como actividad de quien lo realiza y, al mismo tiempo, se lleva el mundo a Dios. Algunas veces, el resultado del trabajo —por ejemplo, esa mesa de la que has hablado— puede ser materialmente el mismo si se realiza con o sin amor de Dios, pero las cosas materiales dan gloria a Dios a través de nosotros. Por eso, no es exactamente igual esa mesa hecha con amor de Dios o sin amor de Dios. Sí, materialmente es idéntica, pero en la relación que tiene con el resto del mundo y en la relación que tiene con Dios, me parece, es distinta.

—Prof. Raffaella della Valle: Cuando se trabaja con personas muy distintas, también de otras religiones, ¿cómo acercarlas a la fe cristiana a través del trabajo?

—Depende de la persona a la que te dirijas. En mi opinión, la primera aproximación debería ser la amistad. Más que hablar a nivel teórico, es preferible transmitir la propia experiencia personal, decir quién es Dios para ti. Cuando la amistad es verdadera, hay intercambio de ideas, y se puede ayudar a la otra persona a reflexionar. Y además, en cualquier caso, vale la pena rezar, porque la fe no se la daremos nosotros con nuestros argumentos.

—Prof. José Tomás Martin de Agar: Respecto a la idea de transformar el trabajo en oración, sin limitarse a añadir una oración al trabajo, recuerdo que Benedicto XVI hablaba de la oración como una orientación de fondo del corazón o del alma hacia Dios, y recordaba la oración del corazón que realizan sobre todo nuestros hermanos orientales. Me pregunto si santificar el trabajo no tendrá que ver con esto, con hacer que el trabajo sea como nuestra oración del corazón.

—Me vino a la mente un texto en el que san Agustín cita la expresión del Evangelio «oportet semper orare et non deficere» (Lc 18,1), conviene rezar siempre, sin cansarse. ¿Cómo es posible rezar continuamente? «En la fe, esperanza y caridad oramos siempre con un continuo deseo» (Ep. 130 ad Probam, 9.18), escribe san Agustín. En la medida en la que hacemos las cosas por amor de Dios, eso que hacemos es ya oración. No es necesario estar pensando en Dios mientras trabajamos para que aquello se convierta en oración. Transformar el trabajo en oración es ofrecerlo a Dios, hacerlo por amor de Dios y esforzarse por hacerlo bien.

—Prof. Luis Manuel Calleja: Agradecería que nos hable de algún campo que se podría afrontar en el mundo del trabajo, sobre el que se pueda encontrar en las enseñanzas de san Josemaría algo particularmente significativo e innovador.

—Un campo muy importante hoy en día es el de la relación entre ética y profesión: la santificación del trabajo y la ética. Trabajar bien no es, ciertamente, una cuestión meramente técnica. Todo trabajo tiene una dimensión ética. En nuestros días, por desgracia, la ética no se cuida mucho en tantos ambientes profesionales.

—Prof. Massimo De Angelis: Si no he entendido mal, usted ha dicho que con la santificación del trabajo santificamos también el producto de ese trabajo. Pregunto si esto es lo mismo que afirmar que con nuestro trabajo somos, de algún modo, corredentores de las cosas y del mundo.

—La corredención es un concepto que no debemos entender como algo que añadimos a la Redención realizada por Jesucristo, sino más bien desde la perspectiva de que nosotros podemos llevar los frutos de la Redención a los demás. Es, sobre todo, una corredención de las personas que ayudamos —con nuestro trabajo, con nuestro compromiso personal— a acercarlas a Dios, a acercarlas a los medios que nos dan los frutos de la Redención: especialmente la Palabra de Dios y los sacramentos. Este es el significado más directo y apropiado de la corredención: ayudar a las personas a acercarse a las fuentes donde encontramos los frutos de la Redención. Por otra parte, hablar de la corredención del mundo material, puede ser correcto en un sentido analógico, porque las realidades materiales, estructurales, del mundo pueden ayudar más o menos a que las personas se acerquen a Dios.

—Prof. Fabiana Cristofari: Estoy en una empresa regulada y orientada por la lógica del rendimiento y de la superación. Le pido alguna idea sobre el punto de partida para llegar a la santificación del trabajo, allí donde trabajar mucho y trabajar bien no significa directamente santificar el trabajo.

—En efecto, la cuestión central es la relación personal con Dios. Si no se parte de esto, es decir, de una relación personal con Dios que debemos cuidar y desarrollar en el trabajo, el concepto de santificación del trabajo carecería de sentido. Pienso que hay que partir de ese punto.

—Prof. Ferrari: Tenemos que concluir este encuentro y lo hacemos con agradecimiento hacia san Josemaría. Con la gracia de Dios y con la intercesión del santo de lo ordinario, como le llamó san Juan Pablo II, cada uno de nosotros podrá santificar la vida cotidiana. Agradecemos al Papa Francisco las palabras de ánimo que nos ha enviado junto con su bendición. Y agradecemos también a nuestro gran canciller, que hoy nos ha honrado con su presencia. Gracias lógicamente a todas las personas de la Secretaría, del departamento técnico, los traductores, etc. que, con su trabajo escondido, han hecho posible este encuentro.

Romana, n. 66, Enero-Junio 2018, p. 116-124.

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