envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

En el XI edición del Seminario Profesional de oficinas de comunicación de la Iglesia, Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma (19-IV-2018)

Concluimos ahora este seminario, que cada dos años reúne en la Universidad de la Santa Cruz a numerosos profesionales que desarrollan actividades de comunicación en la Iglesia. Deseo, en primer lugar, agradeceros vuestro trabajo y animaros a que continuéis desarrollando con generosidad este servicio a la Iglesia y a la sociedad civil.

Sobre los tres conceptos principales del título de esta edición (diálogo, respeto y libertad de expresión), me gustaría remarcar dos ideas que se encuentran en el texto del Papa Francisco utilizado en la presentación del seminario: «Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros»[1].

En primer lugar, ¿qué significa crecer en comprensión y respeto en el ámbito de la comunicación pública? Quizá consista primeramente en darnos cuenta de que toda comunicación implica a personas con nombres y apellidos: la persona que comunica, las personas sobre las que se comunica y las personas a las que se dirige esa comunicación. La comprensión comienza cuando tratamos de ver personas concretas (y no masas) en el centro de cada relación comunicativa, aunque esas personas no estén físicamente presentes. No las vemos, pero están ahí, con toda su dignidad, especialmente cuando son más vulnerables. Toda persona es importante, sobre todo porque por ella ha muerto y resucitado Jesucristo.

Especialmente en los últimos años, cuando han hecho aparición masiva noticias falsas, comprensión y respeto significa renovar la profesión informativa desde dentro, profundizando en su dimensión de servicio a cada mujer y a cada hombre, porque una persona bien informada es una persona más libre y responsable y, por tanto, más capaz de actuar solidariamente en la sociedad.

Por otra parte, quienes respetan a los demás, la realidad de las cosas y la esencia de la profesión se hacen más «respetables», mejores interlocutores en los debates públicos. Y tratando de comprender a los demás, de entender sus puntos de vista, se descubren aspectos verdaderos que no se habían considerado, se afinan mejor las propuestas y, en definitiva, se hace uno más «comprensible». Si, en cambio, el trabajo de comunicación ignora las preguntas o perplejidades del otro, el monólogo suplanta al diálogo.

En segundo lugar, en ese juego de dar y recibir al que se refiere el Papa, resulta importante redescubrir que, como comunicadores de la Iglesia, tenéis la oportunidad, propia de vuestra libertad religiosa, de proponer en la sociedad «la fuerza de la misma verdad» presente en la fe cristiana (Dignitatis Humanae, n.1).

La posibilidad de iluminar las estructuras humanas con el espíritu del Evangelio forma parte del derecho fundamental a la libertad religiosa. Las mujeres y los hombres de hoy siguen estando hambrientas de verdad y continúan buscando el sentido profundo de sus vidas. Con vuestro trabajo y con vuestra amistad podéis ser artífices de la tarea espléndida de «ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad» (Dignitatis Humanae, n.3).

La dignidad humana exige proteger la capacidad de autodeterminación personal hacia la verdad, sin privaciones ni coacciones. Por este motivo, el fundamento del derecho a la libertad religiosa, tal como lo entiende el Magisterio de la Iglesia, es el mismo que el de los demás derechos civiles (de prensa, de opinión). Y este fundamento no es otro que la dignidad humana.

Finalmente, permitidme una reflexión ligada a la velocidad que a veces condiciona las tareas de la comunicación, a la inmediatez con que os veis obligados a actuar y a tomar decisiones importantes: la necesidad que todos tenemos de cultivar amplios espacios interiores de serenidad, para hacer fecundo nuestro trabajo.

La serenidad nos permite dar profundidad al trabajo, descubrir su dimensión de eternidad y descansar en Dios. San Josemaría, a cuyo espíritu se debe la creación de esta universidad, hacía una sugerencia concreta para nuestro día a día: «Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile —a solas, en tu corazón— que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»[2].

El sentido y la fuerza del sabernos hijos de Dios, más presente en este tiempo de Pascua, nos llevará a vivir la serenidad en el trabajo, a transmitir paz y esperanza en nuestras relaciones, y a unir fe y profesionalidad.

Un comunicador sereno podrá infundir el sentido cristiano en el flujo inevitablemente veloz de la opinión pública.

La serenidad nos dará una visión amplia de la realidad y nos ayudará a transmitir esa fe confiada a la Iglesia hace veinte siglos, de un modo original, fresco, atrayente. Y a propagar comprensión y respeto por todo el mundo.

Muchas gracias.

[1] Francisco, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014.

[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 150.

Romana, n. 66, Enero-Junio 2018, p. 97-99.

Enviar a un amigo