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Jesús sale a nuestro encuentro

En la carta del Papa Francis­co para anunciar el Sínodo de los obispos sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, el pon­tífice evocaba el encuentro de los primeros discípulos con el Señor. «También a ustedes —escribía a los jóvenes— Jesús dirige su mira­da y los invita a ir hacia Él. ¿Han encontrado esta mirada, queridos jóvenes? ¿Han escuchado esta voz? ¿Han sentido este impulso a poner­se en camino?». El encuentro per­sonal con Jesús puede hacerse difícil en un momento en que «el ruido y el aturdimiento parecen reinar en el mundo», explicaba Francisco. Sin embargo, «esta llamada sigue reso­nando en el corazón de cada uno para abrirlo a la alegría plena». Será posible responder a ella, concluye el Papa, «en la medida en que, a tra­vés del acompañamiento de guías expertos», cada uno sepa «empren­der un itinerario de discernimiento para descubrir el proyecto de Dios en la propia vida».

Encontrarse con Cristo es la experiencia decisiva para cualquier cristiano. Benedicto XVI lo señaló con fuerza en Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un aconteci­miento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1). Es muy revelador el hecho de que el Papa Francisco haya querido recor­dárnoslo también desde el comien­zo de su pontificado: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situa­ción en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin des­canso» (Evangelii gaudium, n. 3).

En una carta que el Papa Fran­cisco dirigió a los estudiantes uni­versitarios que participaban en la 50ª edición del congreso UNIV, les invitaba a seguir al Señor «con alegría» y «a amar sin reservas a Dios y a los demás», siguiendo «ese consejo de san Josemaría: “Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo” (Ca­mino, n. 382). No dejéis de cultivar cada día vuestro trato de amistad con Cristo, preguntándoos con frecuencia: “¿Qué haría Jesús en mi lugar? ¿Qué puedo hacer por parecerme cada vez más a Él y lle­varlo a los demás?”. Buscadlo en la oración —continuaba el Papa— en los sacramentos, en todas las cir­cunstancias de vuestra vida y tam­bién en las personas que os rodean: amigos, familiares, compañeros de estudio, y en las más necesitadas y olvidadas del mundo, en quienes se refleja de manera especial el rostro de Cristo. Os invito a salir de vo­sotros mismos, venciendo la como­didad y el egoísmo de pensar sólo en vuestras cosas, para poneros en camino al encuentro de las personas necesitadas, y servirlas con vuestros talentos. Ese es el mejor modo de seguir a Cristo y de tener siempre el corazón enamorado de Él».

Al Señor le conmueven los corazones jóvenes, inquietos. San Josemaría recordó toda la vida aquel encuentro personal e ines­perado con Jesús. Él era entonces un adolescente, con un corazón que bullía lleno de proyectos e ideales. Tras una fuerte nevada, que había cubierto las calles de su ciudad con un denso manto blanco, salió de casa. Descubrió al poco, sorprendido, el rastro de unos pies descalzos sobre la nie­ve. Las huellas le llevaron hasta un fraile que iba camino de su convento. Aquello le impresionó profundamente. «Si otros hacen tantos sacrificios por Dios y por el prójimo, —se dijo— ¿no voy a ser yo capaz de ofrecerle algo?».

Romana, n. 66, Enero-Junio 2018, p. 9-10.

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